¿Inofensivos bufones?
Engreído y pendenciero, Donald Trump. En lo que escuché sus declaraciones supe, de inmediato, que escribiría este artículo. Aunque sirva de poco, aunque solo sea por puro y simple desahogo. Allí estaba babyface, con su muy peculiar copete abombado, fascinado. Encantado consigo mismo, como siempre que se encuentra frente a las cámaras y reflectores. Despachaba su verborrea despiadada contra todo mexicano que cruza la frontera: “Flojos, traficantes y violadores, salvo excepciones que demuestren lo contrario”. Palabras más, palabras menos, profería sus injurias como si tal cosa.
No es nuevo en él. En esta época de la tecnología audiovisual, allí lo tiene en Youtube, por si quiere verlo, en su programa estelar: The Apprentice, haciendo gala de sus despóticos modales. Lo observo y, como un acto reflejo instantáneo, sin que nada pueda hacer para evitarlo, los pelos se me paran de punta y las tripas se me revuelven. Y es que uno escucha este tipo de aseveraciones e, ingenuo y desprevenido, podría pensar que se trata tan solo de las fanfarronadas de un comediante, ante las cuales bastarían oídos sordos. Sin embargo, de a poco uno se lo piensa dos veces: ¿en cuántas oportunidades se han subestimado personajes semejantes con manifestaciones estridentes, bravuconadas forjadas con esta misma horma? Para el asombro de algunos, el estilo machote, el patriotismo delirante y el lenguaje directo y sin pelos en la lengua pueden llegar a calar en el corazón de muchos. Y efectivamente, a los pocos días veo los sondeos de opinión y con rubor, pero sin mayor sorpresa, encuentro que ha escalado su posición en las encuestas, que a raíz de sus palabras se ha convertido en el candidato con mayores posibilidades dentro del Partido Republicano.
Pronto uno se lo piensa de nuevo, recapacita y se da cuenta de que este tipo de personajes carismáticos pueden llegar muy lejos, hasta tener mucha influencia e incidir de forma determinante en el rumbo de los acontecimientos, terminando por sumergir en el pantano a las sociedades en las que se desempeñan. Y entonces, más allá de la inocencia, uno vuelve y se pregunta si un personaje de esta tesitura puede llegar a ser, Dios nos coja confesados, el presidente del país más poderoso del mundo.
Hoy por hoy esa posibilidad puede lucir lejana, pero de ninguna manera descartable. Subdesarrollo aparte: casos no exclusivos de la mágica realidad tercermundista también los hemos visto en el mundo desarrollado. La tierra que dio origen al derecho romano, cuna del Renacimiento y de genios prodigiosos como Leonardo, Dante Alighieri o Enrico Fermi —por solo mencionar a algunos—, tuvo como presidente reelecto ni más ni menos que al estrambótico Silvio Berlusconi, quien —entre sus frecuentes chocarrerías y desaguisados— no tuvo empacho alguno en decirle a Angela Merkel—entonces canciller de Alemania— que era: “Una mujer infollable con el culo mantecoso”. “Payaso” fue llamado en respuesta por un senador germano, para indignación del sindicato de payasos que, con legítimo derecho, reclamó que su profesión representaba un trabajo digno y respetable. A estas alturas, la historia de la bella Italia durante su mandato resulta harto conocida.
La lista de personajes cortados con la misma tijera es larga. En un comienzo pueden lucir como bufones inofensivos. Si no fuera por el poder que llegan a adquirir, no pasarían de ser una pintoresca curiosidad de la historia. Los hay de derecha, como el magnate del copete abombado, o de izquierda, como el hombre de la colita en España. Así, un deslenguado carismático, con argumentos que, vistos a la distancia, hoy pueden lucir absurdos y disparatados, fue capaz de llevar a la humanidad a la Segunda Guerra Mundial. En nuestra región sobran ejemplos. Los ha habido hasta quienes, en su oferta electoral, han prometido freír la cabeza de sus adversarios. Siempre enfilados contra una víctima bien escogida: los judíos, la casta, los escuálidos o los mexicanos, entre otros.
Pero en los pueblos que se dejan deslumbrar y luego se postran ante estos supuestos superhéroes con delirios de grandeza intergaláctica, que dicen cosas y tienen comportamientos que se salen de la norma, tarde o temprano el tejido social se deshilacha y suelen pagar con creces el traspié del embelesamiento. Entonces, uno recuerda la memorable y pertinente expresión, que debe repetirse una y mil veces aunque sea con la vana esperanza de que algún día se escuche: ¿Por qué no se callan?
@martinezmottola
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