Entre la nada y la cosa absoluta
Pareciéramos creer que podemos cambiar el triste rumbo que lleva la Patria, sin ponernos de acuerdo para orientar las acciones y actitudes hacia ese deseo de cambio.
Sumar y restar está entre los primeros aprendizajes en la escuela pero nos empeñamos en restar y nos olvidamos de sumar. Ocurre que la pasión es magnífico componente para ejecutar decisiones y pésimo para tomarlas pero en la oposición parece que aun no lo hemos aprendido.
Para las elecciones del 7 de agosto, cada quien se atrinchera en su posición radical, votar de cualquier manera o no votar en modo alguno. Entre unos y otros estamos los que no sabemos qué hacer puesto que tan sólidos argumentos hay para votar como para no votar. No hay puentes entre una y otra posición. No hay estrategia ni algo que se le parezca. Solo división. Quienes están en uno u otro extremo, sea por convicción o por cálculo de conveniencia, no tienen la mínima disposición de ceder un ápice en su posición, ni de entender que también en el otro lado hay algo de fundamento. Cabe decir que cualquiera de las dos opciones podría ser válida, asumida por la generalidad de la oposición como parte de alguna estrategia que no existe, en su lugar una postura compite con la otra.
Entretanto, en el oficialismo proliferan las tensiones y desavenencias internas empero ahí están “las morochas”.
Así en la barca del oficialismo, los remos trabajan en la misma dirección a pesar de los conflictos y pleitos internos, en cambio en la barca opositora los remos chapotean simultáneamente hacia adelante, hacia atrás, a derecha y a izquierda porque hay multiplicidad de verdades absolutas, exclusivas y excluyentes.
Las trampas del oficialismo, como sabemos, son continuadas y acumulativas, comienzan por la traición a la patria que significa intercambiar la nacionalidad por un voto.
También sabemos que así como nosotros necesitamos un vendaval de coherencia, el oficialismo necesita algún soplo de credibilidad en los resultados electorales.
Cuidado con esa necesidad de credibilidad, el 7 de agosto puede ser considerada una oportunidad y, en consecuencia, las trampas podrían limitarse, por ejemplo, a las extra o pre evento, es decir, a la traición a la patria en el sistema de identificación y a premios a sus votantes.
A escala nacional, cualquiera que sea el precario nivel de participación, los titulares dentro y fuera del país (si los hay) dirán que el oficialismo ganó con tanto por ciento y se evidenciará que no hay oposición ni una resistencia sino un montón de oposicioncitas, debiluchas, desarticuladas, dispersas, sin claridad de objetivos comunes.
Está servida la mesa para un agravante:
Los sondeos acusan una elevada abstención también en las Alcaldías hoy no controladas por el régimen, lo que facilitaría la llegada de perturbadores del oficialismo en los Concejos y en las Juntas Parroquiales de tal manera que quienes aun disfrutan de una comunidad con calidad de vida distinta de la deteriorante normalidad revolucionaria, podrían ver comprometida esa situación y luego solo les quedará decir que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
En tanto que en las Alcaldías controladas por el oficialismo, el nivel de abstención será parecido.
En tal escenario, la oposición nada habrá expresado ni en las unas ni en las otras o el mensaje será que el conglomerado opositor es indiferente, no defiende lo suyo o, peor aun, que su vocación democrática no es tan sólida. Los resultados serán un factor más de desaliento y entre agosto y diciembre hay poco tiempo para recuperarnos.
¿Tenemos, acaso, que permanecer navegando entre la nada y la cosa ninguna?