Opinión Nacional

El día que Isaías enterró a la Fiscalía

Con motivo del discurso pronunciado por Isaías (por qué llamarlo por su nombre y apellido, si, ya declarado activista político, está obligado a buscar la popularidad que le permita que la gente lo identifique con un solo sustantivo, como Fidel, Chávez, el “Che”) en la Asamblea Nacional el pasado 12 de abril, vale la pena citar algunas líneas de la Constitución que se refieren al Poder Ciudadano y al Ministerio Público o Fiscalía: “El Poder Ciudadano es independiente y sus órganos [entre ellos el Ministerio Público] gozan de autonomía . . .” (Art.273); son atribuciones del Ministerio Público “1. Garantizar en los procesos judiciales el respeto a los derechos y garantías constitucionales, así como a los tratados, convenios y acuerdos internacionales suscritos por la República; 2. Garantizar la celeridad y buena marcha de la administración de justicia, el juicio previo y el debido proceso” (Art. 285).

Después de oír las palabras de Isaías en el Hemiciclo del Palacio Federal hay que preguntarse: ¿es independiente el Fiscal? ¿Goza la Fiscalía de autonomía respecto del Poder Ejecutivo y, con mayor precisión, con respecto del Presidente de la República?; ¿está ese órgano del poder Ciudadano en capacidad de garantizarles a los opositores al régimen que los procesos judiciales transcurran en un ambiente de respeto a los derechos y garantías constitucionales, y a los tratados, convenios y acuerdos internacionales suscritos por la República, en los que ésta se compromete a respetar los derechos humanos?; ¿puede una Fiscalía dirigida por Isaías garantizar la celeridad y buena marcha de la administración de justicia, el juicio previo y el debido proceso, cuando el afectado pertenezca al sector opositor? El propio Fiscal, devenido en apasionado revolucionario, no dejó dudas sobre la respuesta: la Fiscalía quedó decapitada. Ese despacho no ejercerá ninguna de las atribuciones que le son propias, cuando de defender los derechos de quienes actúen en el campo de la oposición se trate. Isaías es un soldado disciplinado del proceso bolivariano, y será implacable con quienes el régimen considere enemigos o, simplemente, adversarios de cierto peligro. Quienes -cuando salió de la Vicepresidencia para la Fiscalía- abrigaban alguna esperanza acerca de su autonomía de criterios, deben de haber quedado decepcionados. Ni siquiera para esos ingenuos dejó espacio para las dudas. Es funcionario del Gobierno y punto. Isaías es el Fiscal de la revolución, no del país, y, mucho menos, por supuesto, de los ciudadanos que disienten.

A lo largo de los 45 minutos en los que se presentó como el nuevo salvador de la patria, ni siquiera por gentileza se refirió al dolor de las familias de esas dos decenas de víctimas que cayeron abatidas por las balas que salían de los francotiradores apostados en las adyacencias de Miraflores. Tampoco, aunque sólo fuera por cortesía, pidió a la Asamblea Nacional que cumpliera con el compromiso de crear la Comisión de la Verdad, obligación que el cuerpo legislativo debió haber honrado hace bastante tiempo. Nada sobre los “pistoleros de Puente Llaguno”, convertidos por el “defensor” de los derechos humanos en héroes nacionales. Ninguna referencia a la activación del Plan Ávila, ni a la operación “Tiburón” ordenada por Chávez. Nada que pudiese ofender o incomodar al jefe. Tal fue la exaltación que hizo del caudillo, del proceso y de Baduel, que el rostro del general de división se convirtió en cascada.

Contra quien Isaías sí cargó la mano fue con quienes estuvieron presentes en la quinta la Esmeralda el 5 de marzo de 2002 presenciado la firma de las Bases para un Acuerdo Democrático, suscrito por la CTV y Fedecámaras, con la Iglesia como testigo. ¿Será que como Pedro Carmona se encuentra fuera del país y Carlos Ortega preso, está preparando el terreno para imputar al padre Luis Ugalde, el tercero en disputa? De Isaías a partir de ahora podrá esperarse cualquier actuación, no importa cuán represiva o arbitraria sea. La revolución es fuente de legitimidad para cualquier capricho que satisfaga al autócrata. El “derecho revolucionario” a quien debe responder es a los intereses del jefe, no importa a quién haya que amenazar, coaccionar o atropellar. De los abusos no tiene por qué salvarse ni siquiera el rector de la Universidad Católica.

Isaías trazó la ruta que deberán transitar quienes sean acusados de haber participado en los sucesos de abril o quienes se opongan a la dictadura en pleno proceso de maduración. Así como el Fiscal sólo se interesó por la seguridad de Hugo Chávez el 11 y 12 de abril, y se desentendió de la suerte de los millones de venezolanos que se movilizaron por las calles de Caracas, poniendo su pecho como blanco de las balas asesinas que salían de los alrededores del Palacio de Miraflores, ahora únicamente se ocupará de lavar el rostro de la revolución bolivariana, para que la masacre perpetrada por los francotiradores y los pistoleros de Puente Llaguno, aparezcan como obra de los grupos opositores. La Fiscalía se encargará de bajar la guillotina para cortarles el pescuezo a los disidentes. Isaías declaró que éstos no tienen derechos humanos. Con ellos, pan y agua. Nada de tratados o convenios internacionales. La justicia está partidizada y de antemano a favor de la revolución. Únicamente quienes participan de la revolución podrán gozar de la protección de la Fiscalía, sólo que para ellos ese despacho no será necesario, pues estarán absueltos a priori. A los revolucionarios, Isaías no los califica por sus hechos, sino por sus intenciones. Con su “alerta, alerta, alerta que camina, la espada de Bolívar en América Latina”, Isaías dio el grito con el que enterró la Fiscalía.

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