Opinión Nacional

Los indios bravos carambulé

Un viejo chiste cuenta que dos indígenas mexicanos fueron detenidos por
golpear brutalmente a un turista español hasta causarle la muerte.

Interrogados por el comisario policial que mostraba su indignación por el
crimen, los indiciados respondieron que lo habían hecho porque los españoles
mataron a Monctezuma. -Pero eso fue hace más de quinientos años, imbéciles-
les replica el comisario, -¡Ah, pero nosotros lo supimos ayer!- fue la
respuesta de los asesinos. Lo que hace años nos parecía solo eso, un chiste,
fue la bandera que izó el comandante Marcos para el movimiento queinició en
Chiapas y que tan románticas expectativas despertó en rubios antropólogos
europeos, con sandalias, cabellos largos y poco baño. Hoy, es una lánguida
revolucioncita que pocos toman en cuentaLos medios nunca han podido revelar
la verdadera identidad del comandante Marcos, pero el eterno pasamontañanas
deja ver unos ojos verdes difícilmente indígenas al igual que su estatura.

 
Después que se aprobó la Constitución Bolivariana en el año 2000, no había
cadena radiotelevisiva ni viaje al exterior en que Chávez no la blandiera,
citara o regalara en tamaños cada vez más reducidos. Últimamente no lo hace
porque algún átomo de vergüenza le impide disimular las mil y una
violaciones que el mismo ha hecho de sus normas, Entre las novedades que esa
Constitución introdujo y que el chavismo publicitó, está todo un capítulo
-el VIII- destinado a los derechos de los pueblos indígenas. De toda la
discusión que en su momento generó el tema, tienen plena vigencia un
argumento y una realidad: el argumento es que se trataba de algo artificial
y demagógico, porque si bien los indígenas de lo que se llamó Venezuela
fueron tan humillados y masacrados como los del resto del continente,
aquellos que sobrevivieron constituían -a diferencia de otros países de
centro y sur América- una minoría. Por supuesto que merecían un trato
respetuoso de su cultura y tradiciones y una atención justa por parte del
Estado; pero otorgarles privilegios por encima del resto de la población del
país era practicar un racismo al revés.

 
La realidad fue y continúa siendo que toda esa puesta en escena indigenista
se armó como producto de exportación hacia Bolivia, Ecuador y Perú, países
que Chávez espera conquistar. Pero aquí no pasó de ser letra rápidamente
fenecida: Caracas y otras ciudades empezaron a llenarse de grupos cada vez
más numerosos de indígenas que mendigaban explotados por mafias que los
traían, llevaban y desplumaban. Los alcaldes revolucionarios los devolvían a
sus lugares de origen y las mafias los traían de nuevo. Concluimos así que
el derecho real de los pueblos indígenas en esta revolución bolivariana, es
el de ser mercancía portátil de unos vivos amparados por quién sabe cuáles
sacrificados líderes del proceso neosocialista.

 
Cuando se dio aquel debate estábamos lejos de imaginar las consecuencias que
la reivindicación de los pueblos indígenas tendría sobre la historia patria
y sobre los descendientes de esa mezcla de orígenes, colores y costumbres
que somos los venezolanos de hoy. El 12 de octubre de 2004, una turba en la
que no había un solo indígena sino chavistas variopintos y hasta un
exponente de los aristócratas llamados “amos del valle”, volvió trizas la
estatua de Colón que era desde hace décadas parte referencial de la
identidad caraqueña. El alcalde Bernal prometió restaurarla y hasta castigar
a los cabecillas del acto vandálico. De eso nunca más se supo hasta que
ahora, a pocos días del 438º de la fundación de nuestra Santiago de León de
Caracas, el alcalde metropolitano (a quien en lo sucesivo deberíamos llamar
el cacique Juan Barreto) decide suspender las celebraciones de rigor, porque
no le consta la exactitud de la fecha y además no le gusta ese nombre de
nuestra capital: debería llamarse Guaicaipuro.

Si el no cree en la historia debemos suponer que se ayudó con sesiones
espiritistas para comprobar que ése fue realmente el heroico jefe de los
indios Caracas, habitantes del valle. En otras palabras, la historia que es
buena para el pavo no lo es para la pava. Diego de Losada, conquistador al
fin y como tal asistido por todo el poder, pudo perfectamente dejar la cosa
en Santiago de León, pero no fue mezquino con sus pobladores originarios y
le agregó Caracas. El gran cacique metropolitano en cambio, no admite
razones que apunten un solo rasgo positivo a los españoles ocupantes de la
tierra de sus antepasados, los indios barretocaimas o barretocuicas.

 
Ahora es cuando viene la revolución de verdad; llamarla bolivariana empieza
a parecer un exabrupto porque Bolívar era mantuano de sangre española y
hasta casó con una dama de esa nacionalidad. ¿Qué el Estado Miranda lleve el
nombre de aquel canario afrancesado al que equívocamente se ha llamado El
Precursor? Tamanaco es la cosa. Los tres Estados andinos: Táchira, Mérida y
Trujillo pueden conformar la confederación Timotouica. ¿Y Nueva Esparta?
¡Que nombrecito! aunque es el de un pueblo guerrero y éste es un gobierno
militar, debería llamarse Estado Guaiquerí. Prevenidas al bate están
ciudades como Valencia, Barcelona, Mérida, San Juan de los Morros, San
Carlos, San Felipe y todas aquellas que evoquen localidades españolas o
figuras del santoral católico. No olvidemos que los aborígenes fueron
cristianizados a la fuerza.

Mientras los alcaldes culminan esta revolución de nombres y fechas,
necesitamos que alguien se ocupe de tareas urbanas mínimas como recolectar
la basura y tapar los huecos de las calles. El presidente Chávez ya se
ofreció para barrer; cuando lo haga y vea lo difícil que es caminar por
Caracas sin fracturarse una pierna, quizá se anime también con lo segundo.

 
 
 
 

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