CHÁVEZ: ¡GO HOME!
Confirmadas oficialmente lo que las encuestas a boca de urna hicieron público al segundo de cerrarse los centros de votación, Alan García habrá ganado la presidencia del Perú por una diferencia mínima de cinco, máxima de diez puntos. Una victoria contundente que señala los nuevos rumbos de la política regional. Como lo afirmáramos luego del triunfo abrumador de Álvaro Uribe en Colombia el domingo antepasado, América Latina gira hacia la derecha.
En un continente enfermo de ideologismo, utopismo y estatolatría no está demás insistir en los términos: por izquierda entendemos hoy las brumosas líneas programáticas escondidas bajo su guerrera por el nacionalismo castrista, demagógico y colectivista del teniente coronel Hugo Chávez, ese caudillo polvoriento, ambicioso, ágrafo y analfabeta que pretende usar el garrote petrolero como instrumento de un imperialismo bolivariano absurdo y trasnochado. Por derecha entendemos aquello que el mismo Bolívar, desesperado por la desintegración apocalíptica que acababa de provocar en todas las provincias bajo dominio español en América reclamara con angustia: “la razón de los hombres sensatos”. De allí nuestro abuso propiamente semántico, al subsumir bajo dicho concepto a quienes practican las claves de dicha sensatez – libre mercado, libertad de empresa, institucionalidad e individualismo – sin importar si son socialistas a secas como el Sr. Ricardo Lagos y la Sra. Bachelet o socialdemócratas como Fernando Henrique Cardoso o el Sr. Alan García. Para nuestros efectos, representan la defensa institucional de un orden capitalista social de mercado. No el llamado socialismo del siglo XXI, esa vaporosa ensoñación de los alcoholes ideológicos del teniente coronel en que han venido a parar los viejos odres marxistas.
Que a casi dos siglos de ese espantoso trauma histórico que nos diera vida, América Latina se vea en la obligación de confrontar una vez más la razón cívica de la sensatez institucional con el desvarío de sus energúmenos uniformados, habla de un mal muy profundo, de un cáncer socio-político y cultural que hunde sus raíces en la castrense genética regional y ha dificultado nuestro tránsito a formas superiores de organización, progreso y desarrollo socio-económicos desde nuestra fundación como naciones.
Chávez es una vergüenza para la Venezuela civil e ilustrada. Como lo es Evo Morales para la boliviana y Ollanta Humala para la peruana. Sin mencionar el horror de una dictadura cincuentenaria en Cuba, todavía tolerada, amparada y protegida por una clase intelectual y artística – esa canalla sentimental de que hablaba Roberto Bolaño – que debiera avergonzar a los latinoamericanos.
Es cierto: todos ellos, desde Chávez hasta Humala, expresan, profitan y se apropian de una grieta social jamás resuelta, la que enfrenta amplias capas marginalizadas de nuestra población, todavía afincadas en un dramático retraso social, político, económico y cultural, con aquellos sectores y bolsones sociales favorecidos por el desarrollo. Aquellos carne de cañón de demagogos y charlatanes, tanto más peligrosos cuanto incubados en los cuarteles de repúblicas en armas. Estos últimos aún frágil fundamento para una conciencia política auténticamente democrática. De allí que no sea casual ver a nuestras ilustradas clases medias – llamadas a ser la vanguardia del salto hacia la estabilización y la modernidad – prisioneras de viejos utopismos y sirviendo de palanca fundamental del asalto al poder por parte de los neo demagogos como Chávez, Humala y Evo Morales.
No es casual. La gesta independentista no fue obra de los sectores populares. Ni siquiera contó con el respaldo mayoritario de la población. Fue obra del voluntarismo y los afanes de gloria de una élite aristocrática, capaz de desencajar la tradición socio cultural y económica del dominio español, pero absolutamente incapaz para crear repúblicas democráticas civiles, dotadas de instituciones estables. Para las cuales, por cierto, ninguna provincia estaba verdaderamente preparada o capacitada en los albores de nuestra Independencia. Es la gigantesca deuda dejada por la admirable aunque desquiciadora y terrible gesta independentista.
Los triunfos de Uribe y Alan García podrían anticipar una vigorosa y saludable reacción hacia la sensatez de parte de nuestras élites, aquellas que conforman la opinión pública y controlan las ideas y los sentimientos de nuestras sociedades. Sumadas al triunfo de Oscar Arias en Costa Rica y posiblemente al de Calderón en México, podrían conformar la avanzada hacia el despertar de la conciencia de un continente que reclama a gritos salir de las prisiones del subdesarrollo material, intelectual y moral y asumir con auténtico coraje la tarea de modernizar, democratizar y globalizar a nuestras naciones.
Ha llegado la hora de cerrar ese sórdido capítulo de nuestro pasado, el de las repúblicas en armas. Y hacernos a la vida de naciones civiles, institucionalizadas y estables. Que Dios nos ilumine el camino.