La democracia vista por el caudillo
La caprichosa decisión de salirse de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y la amenaza de romper relaciones con Perú en el caso, bastante probable, de que gane Alan García, reflejan muy bien cómo concibe Hugo Chávez la democracia.
La incorporación de Venezuela al Acuerdo de Cartagena, convertido posteriormente en Pacto Andino y más tarde en CAN, fue el resultado final de un amplio proceso de consultas orquestado por el primer gobierno de Rafael Caldera. En ese operativo se auscultó la opinión de todos los sectores (empresariales y laborales) que podrían ser afectados por esa afiliación. Una vez que hubo el suficiente respaldo, el Gobierno, como parte de una política de Estado, resolvió anexarse al protocolo. Esa consulta plural se hizo en aquella democracia imperfecta, como todas las que existen en el planeta, que surgió en el marco del Pacto de Punto Fijo. Ahora, en esta república de quinta construida por el comandante sobre los escombros del anterior modelo, el autócrata decide de forma unilateral e inconsulta desprenderse de un acuerdo que beneficia a miles de trabajadores y a cientos de empresarios. La “democracia chavista” es tan participativa que el jefe del Estado de manera intempestiva les participa a sus subalternos, quienes deberían al menos opinar sobre lo que más le conviene al país, las decisiones que él adopta luego de una consulta con su almohada y con el grupo de cubanos que integran la mesa de situaciones o sala estratégica. Los empresarios, obreros y demás sectores productivos que se benefician de la CAN ose ven afectados por esa medida, que se vayan a llorar al valle. Aquí lo único que interesa es la opinión del jefe. La democracia se extiende hasta donde llega el humor y los intereses geopolíticos del primer mandatario.
La falta de exploración y la arbitrariedad del autócrata lo llevan a desatinos. Sus argumentos no resisten ni siquiera la mirada más benigna. ¿Cómo justificar el retiro aduciendo que la firma por parte de Colombia y Perú de tratados de libre comercio con los Estados Unidos es una deslealtad con la CAN, si Venezuela le vende a USA 1. 500.000 barriles diarios de petróleo y el comercio con esa nación vive en la actualidad un auge sin precedentes? ¿A quién pretende engañar? ¿Cree que los gobernantes de las demás naciones padecen de una ingenuidad patológica?
El descaro de Chávez fue lo que llevó a Alan García a lanzarle al gobernante vernáculo el misil que lo desestabilizó, y que lo empujó a mostrar una vez más su talante autoritario. Chávez -citando una infeliz frase que en tierras criollas popularizó Caldera cuando perdió ante Lusinchi- dice con frecuencia que la voz del pueblo es la voz de Dios, y, por lo tanto, que el pueblo no se equivoca. Si obviamos la inconsistencia de este aforismo, hay que admitir que en una democracia la voz del pueblo se expresa a través de los votos que se depositan en las urnas electorales. Si en una elección libérrima, como ha sido la peruana, la gente decide optar por García frente a la demencia etnocentrista de Humala, pues esa sería una decisión soberana de los peruanos, y los gobernantes de todas las demás naciones no tendrían más remedio que aceptarla y acatarla, aunque no la compartan.
La actitud de Chávez frente al eventual y, desde mi punto de vista (idéntico al de Vargas Llosa), deseable triunfo de García, se coloca sin ambigüedades en el campo antidemocrático, y muestra con claridad la naturaleza autocrática del hombre de Sabaneta. Desde su perspectiva, Humala tiene que ganar a juro, o de lo contrario el Perú, o sea, el pueblo de esa nación andina, sufrirá la ira del todopoderoso jeque tropical. Esperemos que esa no sea la tónica de los militares peruanos, cantera de donde proviene el comandante Humala, pues ahí sí que estaría comprometida la democracia peruana. Mal se encuentra la democracia en una nación cuando sus ciudadanos están obligados a sufragar según los gustos de la institución armada. Afortunadamente desde la caída del último dictador militar de esa nación, Juan Velazco Alvarado, hace más de 30 años, las fuerzas armadas peruanas han mantenido una conducta institucionalista que ha conjurado las asonadas militares. En todo ese tiempo el único golpe de Estado lo dio un civil, Alberto Fujimori. Sin embargo, la institución castrense se mantuvo neutral cuando el Chino intentó eternizarse en el poder mediante un fraude que escamoteaba el triunfo electoral de Alejandro Toledo. De esa conducta vertical apegada al canon democrático fue víctima el propio Ollanta Humala, cuando la rebelión que lideró fue aplastada sin misericordia por las fuerzas leales al Gobierno democrático de Toledo.
Hay que imaginarse cuál habría sido la actitud de Hugo Chávez si algún presidente democrático de la región hubiese dicho por allá en 1998 cuando ganó por primera vez las elecciones, o en 2000 cuando se relegitimó, que desconocería su victoria y rompería las relaciones diplomáticas con Venezuela, en vista de sus evidentes vínculos con Cuba y sus abiertas simpatías con los terroristas de las FARC y el ELN. Su voz atronadora habría retumbado en todo el continente denunciando a ese gobernante por antidemocrático y forastero que se inmiscuía en la política vernácula sin que tuviera ningún derecho a hacerlo. Habría hablado de injerencia, de autodeterminación de los pueblos y de defensa de la soberanía ante el agresor externo. Pero ahora con petrodólares en cantidades industriales, considera que la salsa que es buena para el pato, no le conviene a la pata. Hunde sus narices en Bolivia, Perú, Guatemala, Uruguay, pero se descompone cuando un candidato con amplias posibilidades de ganar lo coloca en su sitio.
La comunidad internacional está viendo en vivo y en directo sólo una pequeña muestra de los abusos, caprichos y arbitrariedades que una amplia mayoría de venezolanos tenemos que padecer cotidianamente. Por fortuna, la arrogancia e imprudencia de Chávez parecen haberle puesto un collar de bolas criollas a la candidatura de Humala.