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Hay un déspota colocado en las alturas

Históricamente, cuando las civilizaciones son atrapadas por la impunidad, caen en la más vil, cruenta y mortal decadencia, porque sus bases éticas son destruidas por la corrupción, la usurpación y la arbitrariedad. Si en este trance, no expían sus desafueros y desaciertos, mueren para dar paso a otras. Algunos hombres, en base a sus intereses, buscan presérvalas, sin reparar en lo ético. Pues pudieran servirse de lo que expresa, Annuziata Rossi, a propósito de su ensayo, Maquiavelo y la concepción cíclica de la historia: “La moral, dice no sin amargura el florentino, es posible en un mundo perfecto, es decir, inexistente.” Pero, de manera natural, en los hombres siempre hay reservas éticas que preservan las buenas costumbres. Más adelante, Rossi, sobre la obra cumbre de Nicolás Maquiavelo, comenta: “El Príncipe es el primer libro que tiene como objeto la política como ciencia autónoma, con sus leyes y sus necesidades más allá del bien y el mal, no subordinada a la religión, a la ética privada ni a la metafísica.” Ciertamente, esa es la preservación del Estado y del gobierno; pero por encima de ellos se impone, simultáneamente, la ética individual y colectiva. Sitial que salva al ser humano, al ciudadano.

Por otro lado, pareciera que la literatura da respuestas a las faltantes inquietudes de la humanidad: Al adentrarnos en la novela Artorius, del interesante escritor español César Vidal (1958), hallamos, en cada capítulo, como a manera de preámbulo, fragmentos de las portentosas églogas del romano Publio Virgilio Marón (70 a. C. – 19 a. C.), conocido universalmente, como Virgilio. Una de las citas que más asombra, por su contundente vigencia, está en el fragmento de la III Égloga, cuando el pastor Menalcas, increpa a su igual Dametas, con: “¡Sí los subordinados cometen iniquidades, ¿qué no se atreverán a hacer sus amos?” César Vidal, además de retratar el fin del Imperio Romano del Siglo V d.C., (época en que viviera su personaje principal, el oficial romano Lucius Arturo Castus), aprovecha las églogas virgilianas para construir radiografías imbatibles y contundentes contra los hombres que mal administran y abusan del poder. De tal manera, César Vidal, al narrar la decadencia de esa civilización pasada, no deja de hacerse vigente, ante la actual crisis de la civilización mundial. Y, particularmente, la de nuestros países. Vidal, al disparar con el mismo arco de Virgilio, la literatura, arroja flechas cargadas de venenosa verdad y saber contra los que abusan del poder: “Sé que el déspota, por regla general, se excusa que no sabía nada de las tropelías cometidas por los que se hallan a sus órdenes. Quizá sea así en algún caso, pero la experiencia me dice que, por regla general, las órdenes parten de él y que los esbirros se comportan de manera intolerablemente vil porque saben que eso mismo es lo que agradará sobremanera a su superior.”

En la presente crisis venezolana, los esbirros, que los hay instruidos; pero poco educados, no hacen más que adular y nutrirse del poder, siguen órdenes, hasta llegar “a la terrible banalidad del mal”, como lo refería la filosofa alemana Hannah Arendt, en su conocida obra: Eichmann en Jerusalén. Y, en revolución, se da bajo la obediencia ciega del mandato de los amos rojos. Hasta ahora, déspotas y esbirros se mueven astutamente sobre el tablero político; pero dejan vestigios de sus excesos y fracasos. Su vocería, mendaz y difamadora, lo evidencia.

César Vidal, a través del enigmático personaje que conoció al oficial romano Lucius Arturo Castus e instalado en la atmósfera política de la caída de Roma en la lejana Britannia, nos relata: “Cuando el jefe de municipio es corrupto y arranca los árboles por docenas en lugar de plantarlos, cuando el soldado roba a manos llenas, cuando el juez no esclarece la realidad sino que parece complacerse en cubrirla con velos sucesivos, cuando los escribas no registran la verdad sino que urden mentiras… ah, cuando todo esto sucede, es que hay un déspota colocado en las alturas.” Pero, nosotros al leerlo, pudiéramos recurrir a la sentencia de: “Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.”

Annuziata Rossi, en su ya citado ensayo, Maquiavelo y la concepción cíclica de la historia, expresa: “La virtud política no es la virtud moral que tiene que dirigir las acciones del individuo en su vida privada, del ciudadano.”  Pero, tenemos que decirlo, un verdadero ciudadano, el que ejerce su ciudadanía, hace sentir sus derechos y cumple con sus deberes, jamás buscará evadirse de la realidad circundante sin luchar contra vicios y delitos. Escapar, de la realidad política que anula los derechos de las personas, sin organizarse ni realizar el menor esfuerzo para cambiar la situación, nos hace más culpables y avala la impunidad. Además, seríamos actores, de uno de los actos de mayor irresponsabilidad y cobardía. En este orden de ideas, Annuziata Rossi, mas adelante, refiere: “Maquiavelo no niega esa ley moral, la desliga de la moral política que debe dirigir las acciones del Príncipe para lograr el poder y asegurar su estabilidad, en beneficio del “bien común”. En consecuencia, en ningún momento, la moral política, podrá anular los derechos del ciudadano. Pero, en abusos y excesos, se le ha ido la mano, a lo que, algunos atrevidos, han llamado revolución.

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