Opinión Nacional

El arte de no politizar

Las tragedias que conmueven al país en estos momentos: el secuestro,
torturas y asesinato del empresario Filippo Sindoni; el asesinato previas
torturas y cuarenta días de secuestro, de los niños Faddoul y de su
conductor Miguel Rivas y el asesinato a mansalva del reportero gráfico Jorge
Aguirre, han coincidido con la celebración en Venezuela del Festival
Internacional de Teatro. Apenas llegada a Caracas para participar en este
acontecimiento, la actriz española Antonia San Juan fue asaltada cerca del
hotel Hilton por dos hombres que portaban armas de fuego, y tanto ella como
su esposo fueron despojados de sus pertenencias. Anteanoche, a eso de las 10
una hora antes de que me enterara del hallazgo de los cuerpos sin vida de
los niños Faddoul y del señor Rivas; tres hombres fueron abaleados a dos
cuadras de mi casa en la siempre congestionada avenida Sucre de Los Dos
Caminos; el automóvil donde viajaban las víctimas recibió cincuenta y un
impactos de bala y dos de sus ocupantes murieron mientras uno resultó
gravemente herido. La explicación policial del ajuste de cuentas logró su
efecto, es decir que estos asesinatos nos importaran un bledo. Como nos
importan o mejor dicho dejan de importarnos, los sesenta, setenta y hasta
cien muertos de cada fin de semana, la mayoría por hechos de violencia que
ingresan en la categoría de “ajustes de cuentas” entre bandas rivales. Esos
muertos no tienen nombre, apellido, familia, rostro, nada que los
identifique como seres humanos. Son números. Y resulta que esos muertos,
además de jóvenes de la Patria porque sus edades oscilan entre 18 y 25 años,
son pobres y no podemos olvidar sin cometer una injusticia que este es el
gobierno que más de ha ocupado de los pobres, porque Chávez y su elenco
fueron un día pobres de solemnidad y nada más natural que amen a los pobres.

El problema es que amar a los pobres resulta mucho más difícil que odiar a
los ricos, entonces si un gobierno como el que tenemos quiere acabar con las
injusticias sociales, eso que ahora se llama tan bonito: exclusión, tiene
que comenzar por fomentar el odio y el resentimiento contra todo aquel que
tenga algún bien de fortuna, aunque éste sea producto de su trabajo honesto
y continuo. Los venezolanos, por alguna razón, no somos demasiado proclives
a odiar lo que es imprescindible para llevar adelante la revolución
socialista del siglo XXI. Entonces el gobierno de los pobres se ve obligado
a estimular las invasiones de tierras y de inmuebles y a despojar de sus
propiedades a los odiosos ricos, en violación abierta de la Constitución y
las leyes. Ya lo dijo uno de los jurisconsultos militares de la revolución,
el general Acosta Carlez gobernador del estado Carabobo: las necesidades
sociales están por encima del derecho de propiedad. Del despojo a la rapiña
no hay más que un paso: si los validos del régimen, los acólitos del
comandante Presidente, los que se calan la boina roja, le ríen los chistes y
acatan sus dicterios, pueden robar impunemente, pues lo hacen y punto. Al
fin y al cabo ellos también fueron pobres y no tienen porque continuar en
ese estado. Además ya el jefe lo dijo hace siete años, el día en que quedó
investido como dueño del país: si usted tiene hambre robe. ¿Cómo se puede
probar que quienes roban desde el gobierno o fuera de él no están
hambrientos?
El grave problema que confronta la revolución es que una de las libertades
coartadas pero no liquidadas del todo, es la de expresión. Entonces los
medios golpistas se encargan de revelar las cifras distraídas por
funcionarios del régimen, las acusaciones de corrupción que los mismos
chavistas se hacen entre sí, los bienes de fortuna que exhiben los antes
pobres y ahora ricos. Pero más grave aún, revelan la impunidad que protege a
los escuadrones de la muerte que se han creado en varias regiones del país
al amparo de gobernadores y alcaldes; impunidad que ni los más aguerridos
diputados gobierneros han podido combatir. Esos mismos medios golpistas y
enemigos de la revolución más extraordinaria de la historia, revelaron hace
algunos años el prontuario criminal (atracadores y homicidas) de algunos de
los candidatos que el partido de gobierno postuló para diputados y concejales.

Y la gente los vio después de electos, pontificando por la televisión, luego
disparando contra manifestantes pacíficos el 11 deabril de 2002 desde Puente
Llaguno, y unos días más tarde erigidos en héroes nacionales.

Y fue gracias a los medios de la oligarquía que todos pudimos enterarnos que
el Fiscal Danilo Anderson, asesinado en un acto que toda la nación repudió,
pasó en cuestión de horas de mártir a extorsionista y de muchacho humilde a
millonario dueño de una considerable fortuna que jamás podría justificarse
con su sueldo de fiscal del Ministerio Público. Fue el pleito entre sus
propios hermanos por el reparto del botín, lo que lo bajó de un tirón del
pedestal que el gobierno le había construido. Pero un año después, por arte
del cinismo sin límites que exhiben algunos jerarcas revolucionarios, el
extorsionista recobra la cualidad de mártir y su nombre es colocado en
placas conmemorativas y hasta en escuelas bolivarianas.

Todos los venezolanos, incluidos los policías de distintos organismos y
jerarquías, hemos tenido conocimiento de la tranquilidad con que se
desplazan por el país, secuestrando asaltando y cobrando vacuna, los
narcoguerrilleros colombianos del ELN y de las FARC. Y de la protección que
muchos de sus cabecillas han obtenido del gobierno de Chávez con el que
mantienen las más cordiales relaciones.

Cuando el ministro del Interior y Justicia Jesse Chacón dice que no se debe
politizar el asesinato de los hermanos Faddoul y de su chofer y cuando
chavistas de todos los estratos repiten como loros esa consigna, pretenden
esconder que han sido ellos quienes desde el gobierno han demostrado que
asesinar, robar, usurpar lo ajeno y proteger a los narcotraficantes,
secuestradores y asesinos, es parte de una política permisiva que se
autodefine como revolucionaria. Destituir y hasta encarcelar a jefes
policiales de vasta experiencia y probada honestidad, porque son de
oposición, llevar a las policías a elementos delictivos como los llamados
Tupamaros y mantener bandas parapoliciales armadas, también es parte de esa
política.

Cuando termine el Festival Internacional de Teatro, habrán terminado también las vacaciones de la Semana Santa; todos volveremos al teatro cotidiano del cinismo oficialista que genera cada día un escándalo para que se olvide el del día anterior. Los crímenes que hoy nos hacen llorar caerán en el olvido y seguirá cada semana la procesión de muertos pobres sin nombres, sin rostros y sin dolientes de esta revolución que tanto quiere a los pobres.

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