La tortilla de la nueva izquierda
Debe resultar excepcionalmente difícil sentir odio contra el libre mercado, la inversión extranjera, la libertad de empresas, la drástica reducción del aparato de Estado y el imperialismo norteamericano y desear al mismo tiempo salir de Hugo Chávez. Es lo que me imagino cuando converso –y a veces polemizo – con amigos de la llamada nueva izquierda o izquierda democrática con quienes comparto el deseo de salir de Hugo Chávez. Pero quienes no comparten conmigo el anhelo de superar el chavismo y su régimen con el que en el fondo no pueden menos que sentir profundas e inocultables simpatías. Ya lo dijo su prócer máximo: “Chávez está bien, pero lo hace mal…”
Desde luego, las dificultades comienzan por el principio: difícilmente un izquierdista venezolano estará de acuerdo con quien caracteriza al régimen como dictatorial. De inmediato nuestro interlocutor lanza un bufido de desaprobación: “¡Cómo diablos va a ser dictatorial un régimen donde uno puede decir lo que quiera por cualquier medio y en cualquier circunstancia!” La respuesta es siempre ambigua aunque claramente discernible: para un antichavista de izquierdas este régimen no es dictatorial, sino, a lo sumo, un pésimo gobierno. Al que hay que apartar, cuanto más delicadamente mejor, por medios estrictamente electorales. ¡No se nos vaya a ocurrir volver a ponerlo en jaque movilizando un millón de ciudadanos o paralizando el país como en el pasado! ¿Insurrección popular? ¿Con qué se come eso?
Pues otra manera de dividir criterios con un izquierdista es preguntándole su opinión sobre estos siete años de oposición: odia el 11 de Abril y detesta a Carmona, a quien considera un empresario derechista tan execrable como Augusto Pinochet. Le he oído decir a su líder máximo que Chávez fue repuesto en su cargo el 13 de abril por la movilización de cientos de miles de chavistas bajados de los cerros la madrugada del 12 y no por los tejemanejes de Baduel, Diosdado Cabello, Arias Cárdenas & Cia. Repudia como a una aberración el paro cívico y desprecia hasta las náuseas a los militares de Plaza Altamira. Y en aquella acción en que todos estuvimos de acuerdo, a saber, recurrir al RR, salta de inmediato un insuperable desacuerdo: ¿fraude el 15-A? Jamás de los jamases: Chávez será un mal gobernante, pero ganó el RR en muy buena lid. Se atuvo a la ruta democrática. Y sigue siendo mayoría. ¿No has leído las encuestas? Pues un izquierdista democrático ya no tendrá el Manifiesto en el bolsillo, pero no se pierde análisis de Luis Vicente León. Suelen venirles como anillo al dedo.
No se le ocurra entonces a un ingenuo antichavista reclamar por el REP y la cedulación chimba. Vuelve a saltar como un resorte nuestro compañero opositor exclamando airado: ¿es que un indocumentado, un colombiano o un ecuatoriano que viva entre nosotros, incluso un compañero cubano que está sirviendo a una misión en los cerros de nuestras barriadas, ¿no es digno de la nacionalidad de Simón Bolívar? Si a contarnos vamos, contémonos todos los que vivimos bajo un mismo cielo. Seamos demócratas, vale…
Si por todos esos medios no se le ha sacado palabra, la mejor manera de identificar a un antichavista de izquierdas es reclamar contra el castro-comunismo. Una mueca de desprecio se instala de inmediato en el rostro de nuestro interlocutor. Ya se nos vio el bojote: somos simplemente anti fidelistas y pro yankis. Unos neoliberales escuálidos y despreciables, unos derechistas, lacayos del imperialismo, vaya. A Fidel, ni con el pétalo de una rosa. ¡A Bush, el guerrerista, a caerle a palos!
Pero si prefiere evitarse tanto rodeo, vaya al grano y aplauda la abstención del 4-D. La abstención – protestará indignado – es la antipolítica en estado puro: ¿quedarse en casa un compañero de izquierdas rascándose el ombligo sin defender los espacios que aún nos quedan, asi sean insignificantes y residuales? Antes morir que perder la vida. O recomiende postergar la decisión en torno a la designación de los candidatos para uno de los eventos más improbables de la historia hasta tanto no le veamos el queso a la tostada del CNE. Indignación pura. Pues él cree que ya resolvió la cuadratura del círculo, con un candidato a la medida de su antichavismo light. Quien para mejor formalidad habla golpiao y tiene malas pulgas. Y quien el 12 de abril entre el carmonato o el chavismo no supo perderse.
Como el país es digno de una mala copia de Cien Años de Soledad, este perfil del “candidato antichavista pero no tanto” comienza a cuadrar a la perfección con los deseos de un cierto empresariado que confunde crear riqueza con hacerse rico, y quisiera sacar a Chávez del poder como quien le quita las pelusas a una almohada. No vaya a ser cosa que la salida de Chávez sea radical y profunda, marque el fin de toda una época de parasitismo empresarial, castigue la corrupción de contratistas, politicastros y uniformados, implemente un sistema de auténtica competencia y erradique de una vez para siempre las subvenciones de un Estado irresponsable y manirroto que malversa nuestros ingresos, fija tasas de interés, tasas de cambio y otras yerbas a propósito como para mantener felices a quienes ha enriquecido hasta la náusea durante estos siete años de las siete plagas. Por ejemplo: el clan de «la capitana». Y obligue a competir aceptando las reglas de la globalización y las ventajas comparativas. ¿Cuántos de esos empresarios estatólatras, corporativistas y privilegiados que sueñan con un chavismo democrático sobrevivirían en esas circunstancias?
Así es la cosa. Nuestra nueva izquierda jura ser capaz de hacer una tortilla antichavista sin quebrar el huevo. A ver si la comparte con el cocinero de Miraflores.
Cosas veredes, Sancho…