Malas señales globales
Las Américas constituyen actualmente el área geopolítica menos alborotada y más empeñada en hallar soluciones negociadas a sus problemas. El proceso de normalización entre Estados Unidos y Cuba está abriendo las puertas a una mejor relación entre la potencia del norte y los países latinoamericanos y caribeños, y a una posible renovación de la vigencia efectiva de la OEA. Hoy la crisis venezolana –más grave de día en día—representa el único verdadero escollo a la armonía hemisférica, pero es alentador el hecho de su progresiva internacionalización.
Malas son, en cambio, las noticias que diariamente nos llegan de Europa, de Asia centro-occidental y de África. La Unión Europea se encuentra en una crisis que, de no superarse, podría significar su fin y, con ello, la extinción de un faro de esperanzas para el mundo entero. No solamente es grave la tensión “norte-sur” entre la Europa occidental desarrollada y partes de su periferia mediterránea (particularmente Grecia), sino son alarmantes las crecientes pugnas entre las propias naciones de alto desarrollo y el crecimiento de un “anti-europeísmo” reaccionario –de extrema derecha o de extrema izquierda—en el seno de sus poblaciones. Asimismo preocupa en alto grado el reciente fortalecimiento de una extrema derecha con resabios fascistas y neonazis en ciertos países de Europa centro-oriental.
Peor aún, y peligrosos para la paz mundial y la vida sobre el planeta, son los pasos provocadores que se dan –más del oeste contra el este que a la inversa—entre la alianza occidental o atlántica y una Rusia que ha sobrevivido a la revolución comunista y la restauración capitalista y todavía sigue campante. El presidente de Estados Unidos, estadista excepcional, tenía una certera visión de un posible sistema de balanza de poder entre Occidente, China y una Rusia intermedia entre ellos. Los “halcones” de Occidente, nostálgicos de guerra fría, y ávidos de expansión, han desarrollado una política de invasión sistemática de los tradicionales espacios de influencia rusa (tanto zarista como soviética), particularmente Georgia y Ucrania, a los cuales pretenden anexar no sólo al sistema económico occidental sino incluso a la alianza militar anti-rusa que es la OTAN. Obviamente esto no lo puede tolerar el gobierno ruso, el cual responde a su vez con gestos duros, alentando tendencias divisionistas en la Unión Europea y amenazando con fortalecer su aparato militar (el cual incluye suficientes ojivas termonucleares como para desencadenar el apocalipsis). La única respuesta occidental oficial parece ser: “más sanciones”. Afortunadamente, existen canales diplomáticos discretos, por los cuales gobernantes serios y responsables trabajan para contrarrestar este engranaje conflictivo.
Al mismo tiempo, el “Medio Oriente ampliado” que se extiende de Mauritania hasta Afganistán y cubre la mitad occidental del mundo musulmán permanece en situación de violencia extrema y de fluidez política. Centenares de miles de refugiados salen de los países desgarrados por la guerra entre yihadistas y grupos más moderados, y estas oleadas de migrantes han comenzado a inundar las zonas circundantes a la región. En Europa, esta presión migratoria exacerba las tensiones entre países y estimula las tendencias xenófobas y fascistas en toda la región. Así el Occidente cosecha los frutos de errores pasados: para combatir a dictadores nacionalistas (laicos y modernizadores), apoyados por la URSS, pactaron con islamistas retrógrados que recibieron gozosos las armas occidentales, pero luego las volvieron en contra de sus proveedores.
En todas estas crisis, los moderados de centroizquierda y de centroderecha deberían extremar sus esfuerzos por actuar unidos en pro de la racionalidad y el diálogo.