Dios te salve Bolívar que estás en los infiernos
BOLÍVAR CARIOCA
Desde que Napoleón se convirtió en el rey de los manicomios, los franceses resolvieron para siempre su complejo de Edipo. ¿Qué político francés podría recuperar la figura del desterrado de Santa Helena después de que se convirtiera en el loquito de bicornio atravesado y brazo en bandolera que se pasea por los pasillos de todos los psiquiátricos del mundo? Sería considerado de inmediato el arquetipo de los trastornados. Y los franceses tienen un elemental sentido de la dignidad. ¿Se imagina usted a un combatiente de la resistencia burlándose del “loco” De Gaulle?
A Dios gracias, Napoleón terminó reivindicado solamente por los esquizofrénicos del planeta. Para fortuna de la sensatez política francesa. Bolívar, que se quiso y consideró incluso más grande que el corso, al que viera en plena gloria y majestad aunque a la distancia que le permitía su condición de señorito caraqueño, tuvo mucha peor fortuna. Cuando le advirtiera con tristeza al primer demagogo de la república, el joven Antonio Leocadio Guzmán, padre del primer megalómano republicano, Antonio Guzmán Blanco, que su nombre serviría para amparar los peores desafueros, ni se imaginó que terminaría en el sambódromo de Río de Janeiro. Caricaturizado por los iconoclastas de la subcultura gay que ven en el carnaval la máxima liberación posible a sus nada secretos desvelos.
¡Bolívar emplumado, mestizo, ambidextro y depilado! ¡Con un corazón de neón en la mano! Él, que luego de su desgarrador primer duelo, se convirtiera en todo un Don Juan, estremeciera virginidades francesas y viviera el más loco amor que conociera la América todavía colonial con una mujer que anticipa a Frida Kahlo y a todas las mujeres liberales y emancipadas del mundo. Desafiando gazmoñerías y prejuicios beatecos. Sin considerar su gesto de máxima hombría y entrega: decretar y poner en práctica la guerra a muerte, dirigiendo la más gloriosa de las gestas del criollaje americano. No con un símbolo fresa y chocolate en su derecha, sino con un espada flameante en la mano.
El dubioso entorno que se enriquece saqueando los dineros públicos bajo los faldones de la guerrera de Hugo Chávez, la familia real que se solaza corrompiendo todo un estado en el mejor estilo gomecista – que lo diga si no el vicepresidente de la república, hijo de un gobernador gomecista a quien la propia justicia de López Contreras considerara un ratero – y el arribismo izquierdoso y lacayuno de toda suerte y condición, lograron su máxima proeza: sacar a Bolívar de las glorias de Ayacucho y pasearlo entre la órfica desnudez del sudor y la excitación erótica carioca. ¡Vaya revolución la del loco Chávez!
BOLÍVAR, COIFFEUR
“Recientemente, el presidente de la república se indignaba en su programa Aló, presidente ante una de sus radioescuchas por el nombre puesto a su barrio: Raúl Leoni, y en el colmo de su originalidad le recomendaba lo cambiaran por otro más digno, como, por ejemplo Simón Bolívar. De seguir su propuesta, ¿cuántas entidades estadales y municipales, barrios, instituciones, plazas públicas, escuelitas, colegios, universidades, orquestas sinfónicas, clubes de fútbol, panaderías, restoranes, puntos de sellado del 5 y 6, líneas de taxis y autobuses, aeropuertos, equipos de básquetbol y béisbol, sastrerías, expendios de licores, floristerías, funerarias, ferreterías, abastos y fruterías llevarían el nombre de nuestro santo patrono? Por no mencionar clínicas, centros asistenciales y hospitales, carreteras, fincas y haciendas, librerías y cualquier lugar que sirva de ocasional o efímero punto de encuentro entre ciudadanos, incluido un país todo, que ya llevan el nombre del benemérito.”
“Justo es reconocer que esta bolivarianitis bautismal no es único y exclusivo patrimonio de los bolivarianos de esta República Bolivariana. Pues a buen seguro más del 99% de tales bautismos han tenido lugar en el país antes del advenimiento de los verdaderos y auténticos bolivarianos, los del comandante Chávez. No existe, en efecto, un solo villorrio, aldea, pueblo, villa o ciudad venezolanos que no posea una plaza Bolívar y un monumento a Bolívar, ecuestre, apeado, empuñando la espada o cargando una balanza, leyendo una constitución o apuntando al horizonte. En el colmo del capricho estético, el que orla la placita de El Hatillo, mi alcaldía, tiene una pierna más corta y ha sido inmortalizado en actitud rengueante. La naturaleza ha dejado caer sobre sus hombros la fecal descarga ornitológica lugareña. Y sus bolivarianos guardianes suelen mostrarse esquivos a la hora de su mantenimiento, de modo que una dura costra blanquecina termina por decorar esa y otras estatuas del libertador de modo más que indecoroso. Los ingenuos o malhablados dirán que en su corporal realidad, Bolívar era un señor casposo.”
“Apadrinando toda una campaña de maridaje cívico-militar, Bolívar ha salido ahora a los campos y ciudades del país, convertido en peluquero y sacamuelas, cirujano y partero, albañil, barrendero y constructor. No está mal ver al santo patrono recorriendo barrios populares y aldeas abandonadas haciendo el bien, por modesto que sea. Bolívar barbero ha ingresado ya al libro Guiness, llevando a cabo la friolera de setecientos mil cortes de pelo. Aunque a juzgar por sus efectos sobre la cabellera presidencial, parece que en él prima absolutamente la cantidad sobre la calidad. Los mordiscones que luciera la coronada testa del primer magistrado el día de su comparecencia ante la bolivariana asamblea nacional dejan mucho que desear sobre las habilidades del Bolívar coiffeur. ¿No será mejor rebautizar tal campaña peluquera con un nombre menos comprometedor para el prestigio del Padre de la patria, como, por ejemplo, Figaro 2000? Pues si las dentaduras y abdómenes de menos afamados pacientes muestran las mismas despiadadas huellas, Dios nos libre de tal operación Bolívar 2000.”
“¿Terminaremos alguna vez por dejar a Bolívar en paz? Dios así lo quiera.”
(EL MUNDO, 17 de enero de 2001)
VIAJE AL FONDO DE LA NOCHE
Día a día y desde hace algunos meses debo someterme al despropósito de atravesar un túnel convertido en el gigantesco tonel de una marca de güisqui escocés. A ambos lados de la autopista del este, recorrido a diario por una ciudadanía rebajada a “target” privilegiado de consumo masivo, me veo compelido a comprar ciertas marcas de jabones, de teléfonos celulares, de shampoos y tinturas de cabello, colonias, baldosas, zapatos, licores, relojes y hasta productos de automercado. La autopista del este es un corredor infernal de embotellamientos entre vallas descomunales, ofensivas moral y estéticamente. A objetivos de mercadotecnia de menor poder adquisitivo les asalta en la Plaza Venezuela el globo gigante de una marca de refresco y una taza roja y bolivariana digna de Gulliver. Han reemplazado el atractivo de una fuente de luminotecnia que hiciera las delicias de la Caracas ingenua de los años sesenta.
Ni la taza – digna del Simón Bolívar de anime paseado por unos brasileños que no tienen la más mínima idea de dónde queda Venezuela, pero se embolsan algunos millones de dólares de los bolsillos de los venezolanos -, ni la ex reina de belleza que nos ofrece las bondades ópticas de sus encantos a cambio de comprar cierta marca de pocetas, constituyen un grave daño a la nacionalidad. Es cierto. Pero sintomatizan la degradación espiritual de un país convertido en botín de asaltantes de camino. De izquierdas y de derechas. De la política y el mercado. Del desaforado afán de poder y de las delirantes ansias de enriquecimiento. Unos piratas de la política y un empresariado que confunde hacerse rico con producir riqueza. En medio de la mayor juerga de millones que viviera la república en sus doscientos años de independencia. Con algunas gotas que rebalsan hacia los postergados de siempre.
En el colmo del extravío debo escuchar a importantes, sesudos y muy atinados comentaristas políticos que dejan un segundo de destilarnos sus creencias para convencernos de que seremos mejores demócratas si compramos un colchón Simmons, nos afiliamos al banco de Venezuela o nos suscribimos a Movilnet. Vuelven a tocar el tema del momento sin que se les arrugue el semblante. Y nosotros encantados con Rudy Rodríguez, imaginándola primera dama de un teniente coronel agalludo, zafio e ignaro.
No sólo Bolívar se encuentra en el séptimo círculo del infierno. Nos ahogamos todos en la estupidez, sin siquiera advertirlo. Se comprende el desprecio que el mundo comienza a sentir por nosotros, hijos de un sambista de cartón piedra.
EN RECUADRO
TODOS AL ATENEO
La iglesia venezolana fue la primera institución en calibrar en su justa medida la avalancha abstencionista del 4 de diciembre pasado y darle el realce que se merece en la conciencia histórica nacional. Sin ese hecho, que supone un giro copernicano en la trayectoria trazada hasta ahora por las fuerzas opositoras, no hubieran sido posibles la pastoral de la Conferencia Episcopal Venezolana y la homilía de Su Eminencia, el cardenal Rosalio Castillo Lara en Barquisimeto.
Pero un grupo de venezolanos no sólo comprendió tal acontecimiento: lo imaginó, lo impulso y contribuyó decididamente a verlo convertido hecho una realidad. No como una estación final de un ingenuo periplo político – como quisieran hacernos creer quienes lo consideran la caprichosa ocurrencia de unos abstencionistas profesionales – sino como una etapa en un largo y más amplio proceso de acumulación de fuerzas. Quienes impulsamos la abstención como respuesta concreta a la manipulación electoral del régimen sabíamos que expresábamos el sentir nacional. El 4 de diciembre fuimos incluso sobrepasados por la realidad: casi nueve de cada diez venezolanos le dio la espalda al régimen y siguió su instinto político y su democrático afán de supervivencia. Acompañándonos en nuestra ruta. Llegó la hora de dar un paso adelante.
Nada ha cambiado en el contexto político nacional. Las tendencias que entonces afloraran a la conciencia ciudadana siguen incólumes. Pero la oposición se ha visto dramáticamente dividida en dos tendencias: la de quienes obedecen el sentir popular y se afincan y fortalecen en sus posiciones, con el magno objetivo de ponerle fin a este régimen para construir la Venezuela del futuro, por un lado; y la de quienes pretenden seguir las ruedas de carreta del electoralismo cómplice y colaboracionista, adecuándose al espacio de connivencia que les permita el déspota.
Pero si en el pasado lograron incluso asumir la dirección de la Coordinadora Democrática y conducirnos al matadero, hoy encuentran el masivo repudio ciudadano. Sus candidatos no despegan: languidecen y hasta temen lanzarse al ruedo. El pueblo venezolano se ha curtido en estos siete años de sufrimiento y sabe distinguir a los líderes auténticos de los usurpadores y pusilánimes.
Un destacado grupo de venezolanos ha decidido asumir el mandato del 4 de diciembre y poner en manos de la ciudadanía un instrumento de lucha: es un programa de acción que bajo el título de 4 DE DECIEMBRE: UN MANDATO DEL PUEBLO A LA NACIÓN esboza las líneas maestras de los anhelos y aspiraciones que motivan políticamente a la sociedad civil democrática y libertaria. Ese documento, que puede ser suscrito en la red bajo el contacto: www.petitiononline.com/mandato , y que ya supera las 3 mil adhesiones, será presentado al país el próximo martes 7 de marzo en la Sala Ana Julia Rojas de El Ateneo de Caracas, a las 10 de la mañana.
Sus promotores, entre los que se encuentran Marcel Granier, Oswaldo Álvarez Paz, Rafael Alfonso, Tulio Álvarez, Soledad Bravo y Manuel Felipe Sierra, entre otros, lo entregarán formalmente a la consideración del pueblo opositor. Respaldarlos en una obligación de ciudadanía. Acompañarlos, dar el primer paso hacia nuestra liberación.