Así están las cosas
Las elecciones del 3 de diciembre son decisivas. No se trata de escoger otro presidente, sino de elegir el sistema de vida en el que se construirá o se destruirá el país en los próximos años.
El oficialismo hará todo por continuar y reafirmar el proyecto bolivariano, un esquema político, económico y social vacío e indefinido que se fundamenta en la arbitrariedad y el exclusionismo. La dirigencia opositora, por su parte, que no encuentra su acomodo todavía, a pesar del llamado popular expresado el 4D, deberá buscar el triunfo consciente de que no depende solamente del fracaso del régimen, reflejado en la pésima gestión realizada durante estos largos años, sino de su organización, de su unidad, de un mensaje alentador que convenza afuera y adentro.
Estas circunstancias hacen que el proceso electoral se presente complejo, difícil, pero sobre todo incierto. L0as elecciones del 3D pueden realizarse, pero también suspenderse o postergarse; también, pueden realizarse sin la participación de una verdadera oposición. El deseo de todos, desde luego, es que se realice un proceso sin traumas, con resultados que respondan a la real voluntad popular. Pero, no hay que pecar de ingenuo ni de optimista.
Todo es posible. Pero lo más real es que el Gobierno no está dispuesto a perder estos comicios. Esta revolución, como se ha dicho siempre, no se negocia, se impone y las elecciones resultan sólo formalismos para llenar las apariencias.
Las elecciones podrían ser suspendidas o postergadas, un escenario no imposible; una decisión que puede estar siendo considerada en la sala situacional si al régimen se le complican las cosas en el camino, es decir, si se ven obligados a respetar las reglas del juego y los resultados electorales, en la mira de una comunidad internacional que, a lo mejor, termina de despertar y se percate de nuestra realidad.
Pero, es posible que aún realizándose las elecciones el 3D, la oposición no participe.
Ello depende del respeto de las reglas del juego que muestren las autoridades electorales y el oficialismo en general, únicos responsables del éxito o del fracaso del proceso electoral. Si no se abren los registros, si no se acepta el conteo manual de votos, si no se garantiza la transparencia de la elección, la oposición seria y responsable, la verdadera oposición, no participará en el proceso y ello, simplemente, por que las condiciones no estarían dadas.
Pero, al margen de ello, al régimen no le conviene de ninguna manera ir solos a una elección. Ante esta eventual posibilidad, el régimen se vería obligado a fabricar una oposición que se mida en las elecciones para darle el color democrático al proceso. Una oposición que proviene de las mismas filas oficialistas es una posibilidad; otra es que ella provenga de las filas opositoras, por torpeza, ambiciones personales desmedidas, errores de cálculo o simplemente, componendas perversas de algunos.
Esa oposición, actuando por ingenuidad, insiste en “conservar” sus espacios políticos, espacios que no existen sino en la imaginación de alguna dirigencia lamentablemente mediocre. En todo caso, es un error de percepción muy grave. Un dirigente político sensato, maduro, debe saber que después de diciembre de 2006, “confirmado” el régimen, las posibilidades de alternabilidad y de cambios en el futuro son simplemente imposibles. Los espacios que se querían conservar desaparecerán ante la realidad totalitaria.
La responsabilidad de la realización o no de elecciones recae única y exclusivamente en las autoridades electorales, en el Gobierno, en el oficialismo. Si no hay elecciones o si las hay sin la participación de una verdadera oposición, la situación se le complica al régimen; desde luego, los “situacionales” buscarán los argumentos para responsabilizar a la oposición para lo cual ya el secretario general de la OEA fue el primero en pronunciarse.
En efecto, el secretario general de la organización regional, muy lamentablemente, parece ignorar deliberadamente la realidad venezolana. El funcionario administrativo, acomodaticio y temeroso, acusa sin ninguna fundamento y extemporáneamente a la oposición del fracaso de la democracia en el país. Increíble apreciación. Al mismo tiempo, sin querer queriendo, quizás, el señor Insulza protege al Gobierno desconsiderando la realidad nacional que, como él lo sabe o debería saberlo, se traduce en el alejamiento del estado de derecho y su acercamiento cada vez más claro a las formas totalitarias de ejercer el poder.
Al secretario general parece no haberle importado el informe de los observadores de la misma OEA ni las opiniones de muchos que vinieron al país, así como tampoco los señalamientos fundados acerca de la falta de independencia, autonomía y transparencia del órgano electoral.
La democracia —y él lo debería saber también— se basa en elecciones libres, en el sufragio universal, en la honestidad de las autoridades, en la confianza, en el debate y el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales.
Sería más conveniente y saludable para el país y la región examinar con responsabilidad la situación en el país, antes de respaldar a unos o a otros.
El secretario general de la OEA, con su postura irreverente y poco institucional contraría el pensamiento democrático, marcando así los primeros pasos hacia la destrucción del sistema regional. Esta realidad muestra que esa tendencia se fortalece y que el futuro de la organización está en juego, amén de la democracia y de la libertad en al región por las cuales deberían velar el funcionario y los Estados miembros. Claro está, acomodarse al poder es mucho más fácil que defender los principios.
Por su parte, la oposición debe organizarse, presentar un mensaje serio y constructivo, debe generar confianza en el país y en el exterior. La dirigencia opositora, unida alrededor de una personalidad nacional seria y capaz, que aglutine y represente el cambio con visión social, sin exclusionismo, ni revancha, deberá lanzar un programa de gobierno y de recuperación del país, abordando no sólo los problemas sino sus soluciones a corto y mediano plazo. La oposición debe marcar la pauta del debate, presentando sus programas e iniciativas y abandonar la posición exclusivamente reactiva que le impone el oficialismo.
Mientras el pueblo exige decisiones y unidad, pero sobre todo seriedad a los que pretenden dirigir el país, el Padre de la Patria, sonrojado y entristecido, baila samba en los Carnavales de Río y la dirigencia opositora sigue sonámbula y amnésica, como lo ha dicho muy acertadamente Simón Alberto Consalvi.