Opinión Nacional

La amenaza del autócrata

Desde que aparece en el escenario nacional aquel fatídico 4-F de 1992, queda claro que Hugo Chávez concibe la política como una técnica para confrontar y aplastar al adversario, no como el arte de tejer amplias alianzas y conciliar. El espíritu que lo anima es el mismo de los guerreros hunos, que iban por el mundo destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Por eso es que la montaña de petrodólares de la que disfruta a lo largo de su mandato, sólo le sirven para practicar en la región latinoamericana una suerte de subimperialismo dispendioso e irresponsable, para organizar un conjunto de misiones través de las que realiza un reparto clientelar de los recursos petroleros y, lo peor de todo, para revivir sueños belicistas que pueden comprometer la paz interna del país y de una parte significativa del continente. Esa inmensa fortuna no la utiliza para fortalecer la musculatura económica, ni para edificar una sociedad sana, que no muestre las gravísimas taras que hoy se observan.

La estruendosa protesta popular que significó la abstención del 4 de diciembre del año pasado, en vez de interpretarla como un signo claro de que hay que recuperar la confianza de la gente en la institución del voto, el teniente coronel la entiende como una jugada del imperialismo norteamericano, en connivencia con la oposición vernácula, para atentar contra la estabilidad de su gobierno. Esta explicación tan barroca cuadra con su talante autoritario, no con el perfil de un político formado en la teoría y la práctica democrática. Luego de esos alarmantes resultados, un estadista genuinamente comprometido con el modelo de libertades, se habría colocado a la vanguardia de los cambios que adecentaran el Poder Electoral y recuperaran la credibilidad en el CNE y en todo el sistema electoral. Sin embargo, en vez de esta vía, opta por la amenaza y el chantaje. El arma con la que arremete, la verdad es que no asusta a nadie: se propone convertir su régimen en una democracia plebiscitaria, para eternizarse en el poder, en el caso de que la disidencia decida no concurrir a las elecciones presidenciales del próximo 3 de diciembre. Ahora bien, ¿tiene fuerza popular para imponer este esquema neomonárquico? Todo indica que buena parte de su magia quedó sepultada por la corrupción rampante, los viaductos colapsados, las autopistas hundidas, los cortes de luz, el desempleo y la pobreza generalizada. Después de un septenio, ya Hugo Chávez no representa una promesa y un sueño, sino una pesadilla. Por eso sus manifestaciones y apariciones públicas son espectáculos cada vez más decadentes, donde el alcohol y el billete cumplen la función que antes desempeñaba su verbo encendido. Ahora tiene que recordarles a los desempleados y a los jóvenes que él es el “líder”. Antaño esta invocación era innecesaria. La gente que arrastrar a las concentraciones ha sido previamente motivada por ese estímulo capitalista conocido como el “cochino” dinero. Los incentivos socialistas de la que habló el Che Guevara no logran incentivar ni a los más fieles seguidores del proceso.

El dardo lanzado por Chávez en Aló, Presidente es una provocación que, además, busca irritar y descolocar a la oposición, que podría verse tentada a dirigir los reflectores hacia el tema de la reelección indefinida, quitándole así la vista a los graves problemas económicos y sociales que afectan a la inmensa mayoría de la población. Chávez preferiría que los dirigentes políticos que lo enfrentan y los medios de comunicación, se concentraran en debatir sobre sus afanes continuistas, antes que colocar la lupa en problemas como los del central azucarero Ezequiel Zamora, la ineficacia de Barrio Adentro, la crisis hospitalaria, el desastre de la Universidad Bolivariana, el desempleo, la informalidad, el desabastecimiento de productos básicos, la desnutrición infantil, el deterioro de la infraestructura, la calamitosa situación del Estado Vargas, y la interminable lista de entuertos que habría que incluir en el prontuario que puede elaborase de estos siete aciagos años. No hay que complacerlo. La oposición debe resistir las tentaciones.

El reto fundamental de la oposición consiste en lograr modificar las leoninas condiciones electorales que el autócrata quiere imponer, a partir de la construcción de una fuerza política que asuma sin ninguna clase de ambigüedades el desafío de participar en los comicios de diciembre. Chávez es derrotable en las urnas electorales, a pesar del escandaloso y abusivo uso que hace de los recursos públicos, y no obstante el control que tiene de todas las instituciones del Estado. Ahora bien, el que se le pueda ganar los comicios no significa que haya que asistir a esa cita en cualquier ambiente. El mandato del 4-D es categórico: el pueblo acudirá a sufragar si ciertas condiciones mínimas se cumplen; esas condiciones se lograrán sólo si, alrededor de una candidatura, un programa y un comando unificado, la presión popular se eleva. Las demostraciones de que la oposición cree en la salida electoral y actúa en consecuencia, representan el mejor argumento para desmonta la vocación monárquica del autócrata y conjurar sus amenazas. A Chávez no le será fácil escapar de la atención internacional. Durante este año se realizaran varias elecciones muy importantes en el continente. Todas ellas serán escrutadas por la comunidad y los organismos internacionales. Venezuela no será la excepción. Al teniente coronel no le resultará sencillo hacerse el loco frente a un candidato que represente a más de la mitad del país exigiendo elecciones transparentes. Chávez tendría que responder por qué si en México, Colombia, Brasil, Costa Rica, Chile y hasta Haití, a pesar de los intentos de fraude, se han producido triunfos legítimos y derrotas aceptadas por los perdedores, en Venezuela no habría ocurrido lo mismo. La respuesta a esta interrogante lo atormentará de aquí en adelante. No hay que permitirle que la olvide.

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