La Iglesia y el viaducto
La naturaleza avisa y la sociedad también. Pero pocos las escuchan a tiempo para evitar las catástrofes.
La ruptura del imprescindible viaducto que une a Caracas con el Litoral y la Asamblea Episcopal Católica con su oportunísima exhortación al país, marcan el comienzo del 2006 con colores contradictorios.
El muy anunciado colapso del viaducto nos agarró sin alternativas preparadas y está afectando duramente la vida de cientos de miles de venezolanos. Los hechos son más fuertes que las palabras propagandísticas y la gente paga dolorosamente las irresponsabilidades gubernamentales. Pero no echaremos más leña al fuego, pues la tragedia ya existe por no haber hecho caso a los claros avisos. Mal presagio, pues las autoridades parecen empeñadas en ignorar también la alarma del 4 de diciembre.
En los días navideños y de comienzo de año la gente se adentra en la hondura de su corazón, en sus esperanzas humanas y religiosas, en los deseos de paz y de prosperidad. Con este comienzo coincide todos los años la reunión de la Conferencia Episcopal y los medios de comunicación se hicieron eco de las libres y secretas elecciones de su nueva directiva.
El nuevo presidente Monseñor Ubaldo Santana, fue enfático en su primera declaración sobre la voluntad de ayuda en la emergencia socio-política anunciada: “Haremos todo lo posible para que crezca el diálogo y el entendimiento, pero no sólo entre la CEV y el Gobierno, sino de todos los venezolanos (…) Haremos lo que sea necesario”. Sus declaraciones coincidían con las muy recientes del arzobispo de Caracas, Monseñor Jorge Urosa, y con las del Presidente episcopal saliente, Monseñor Baltasar Porras. Entre los obispos hay tendencias y diversidad de personalidades y estilos, que se complementan en una renovación sin rupturas de su Directiva.
Después del fuerte aviso que Venezuela le dio al Gobierno y a la dirigencia de la oposición en la descomunal abstención del 4 de diciembre, es grave seguir como si nada hubiera ocurrido. El pasado enseña. Escribíamos el 15 de febrero de 1992, a los 11 días del golpe fracasado y con sus dirigentes en la cárcel: “Pero el golpe no ha sido desalojado de la mente de los venezolanos. Está ahí, ha tomado posiciones y en cada uno de nosotros se cruzan tiros a favor y en contra. La frustración y el sentimiento de ser burlados sistemáticamente por la dirigencia nacional lleva por desgracia a dar escondite y comida a los golpistas en la mente de muchos”.
En ese artículo hablábamos de las alarmas y lecciones de nuestra realidad que los dirigentes se resistían a tomar en serio; la más terrible la del Caracazo:“Dolorosa, sangrienta, terrible.Brutal lección magistral que no permitía seguir ignorando la desesperada indignación de un país burlado por sus dirigentes, en los últimos años. La “dolce vita” de muchos de éstos a costa de la “perra vida” de los empobrecidos”. “Pues bien, (en 1989) no hubo lección aprendida”. Se buscaron conspiraciones y chivos expiatorios( incluso a nosotros nos llevaron presos de los Canjilones de La Vega por el delito de ser universitarios viviendo en un barrio), pero nada se hizo para corregir el rumbo. Por lo que a los tres años del sacudón social escribíamos: >“Pero, qué poco ha aprendido la dirigencia política y económica del país! Todas las causas del malestar social y de indignación que llevaron al estallido han seguido aumentando. Ciertos enriquecimientos extravagantes y corruptos se han vuelto más descarados. Y esa situación ha sido utilizada como falsa legitimación de la intentona golpista(…)La corrupción descarada, la especulación inmisericorde, el deterioro de los servicios públicos, la desinversión de los capitales, el descaro de lujos y viajes, las mil formas de ineficacia gubernamental, la burla del Seguro Social, la insuficiencia de empleos y salarios, la irritación que produce ver a muchos políticos dedicados a sus cosas con el dinero del país…”. Y así, seis años más tarde (1998) vino la derrota electoral de quienes no supieron cambiar a tiempo.
En ese articulo de 1992 añadíamos: “Compartimos las causas del malestar social, pero negamos que ellos justifiquen el golpe. Los problemas de Venezuela están enquistados de tal manera y dependen de sacrificios y cambios profundos de tantas personas, instancias, instituciones, que no se arreglan con golpes voluntaristas, ni con mesías salvadores”.
¡Cómo nos alegraría poder escribir hoy que todo esto es pasado y ya fue corregido!
La Conferencia Episcopal concluyó con la entrega de una reflexión clara y directa, y con un dramático llamado al país, que no permite ser leído en clave partidista, sino de emergencia nacional: “Nadie debe ser excluido ni quedarse indiferente por tener ideología distinta. Todos nos necesitamos y todos podemos aportar. Ni la lamentación ni la crítica son suficientes.” El sábado 14 de enero, vimos a los obispos metidos en aquella inmensa riada humana alrededor de la Divina Pastora, que -al decir del guaro Manuel Caballero-convoca, inspira y protege, incluso a los ateos. Los obispos saben que nada representan fuera del servicio a la fe cristiana de la gente y expresan su preocupación y líneas de trabajo urgente. Ojalá su exhortación sea leída por unos y otros y escuchada su voz, que llama a la paz, a combatir la exclusión y el sectarismo político para cambiar antes de que se caigan los viaductos sociales.