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El Papa en Sarajevo

En Sarajevo comenzó la Primera Guerra Mundial. 101 años más tarde, el papa Francisco le regala al mundo una cátedra magistral sobre el don divino de la paz. Y nos dice: «Se eleva desde esta ciudad el grito del pueblo de Dios: ‘¡Nunca más la guerra!'».

Toda la liturgia fue cuidadosamente ordenada por el Papa. La primera lectura es tomada del profeta Isaías: «La obra de la justicia será la paz…». El salmo dice: «Venga, Señor, tu Reino de justicia y paz». La segunda lectura es de la carta de San Pablo a los Colosenses: «Sopórtense los unos a los otros y perdónense mutuamente… El señor les ha perdonado, hagan ustedes lo mismo… Que la paz de Cristo reine en sus corazones».

Luego, el evangelio de Mateo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz… Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia… Bienaventurados los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos…».

Finalmente, la homilía del Santo Padre: «La paz es el sueño de Dios, es el proyecto de Dios para la humanidad, para la historia, con toda la creación».

«Hoy, queridos hermanos, se eleva una vez más desde esta ciudad el grito del pueblo de Dios y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad: ‘¡Nunca más la guerra!'».

Dentro de este clima de guerra que prevalece en muchas partes del planeta, «como un rayo de sol que atraviesa las nubes, resuenan la palabra de Jesús en el Evangelio: Bienaventurados los constructores de paz (Mt 5,9). No dice: ‘Bienaventurados los que predican la paz’; todos son capaces de proclamarla, incluso de forma hipócrita o aun engañosa».

«Dice: Bienaventurados los constructores de paz, es decir, los que la hacen. Hacer la paz es un trabajo artesanal: requiere pasión, paciencia, experiencia, tesón».

«Bienaventurados quienes siembran paz con sus acciones cotidianas, con actitudes y gestos de servicio, de fraternidad, de diálogo, de misericordia… Estos, sí, «serán llamados hijos de Dios» porque Dios siembra paz, siempre, en todas partes. Hacer la paz es un trabajo que se realiza cada día, paso a paso, sin cansarse jamás».

El Nuevo Testamento nos enseña que el pleno cumplimiento de la justicia es amar al prójimo como a sí mismo (Mt 22,39).

Cuando nosotros seguimos, con la gracia de Dios, este mandamiento, ¡cómo cambian las cosas! ¡Porque cambiamos nosotros!

¡Qué gran Papa, qué gran homilía, qué gran mensaje! Ojalá llegue a los corazones de todos los hombres y de todas las mujeres.

@efernandezve

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