Prepararse para votar o no
Esa es la cuestión de los próximos dos meses. Tres de cada cuatro adultos venezolanos desean elecciones limpias y democráticas, repudian las locuras guerreristas y armamentistas, quieren paz con inversión y empleo productivo, guerra a la corrupción y eficiente funcionamiento de los servicios públicos y del Estado. En esto no hay diferencia mayor entre gobiernistas y opositores.
El alto gobierno, en un acto claramente ilegal en el Teresa Carreño y en los demás festejos conmemorativos del golpe frustrado de 1992, confesó lo que busca: 1) “Que se abstengan ellos”, mientras nosotros usamos todos los medios para llevar votantes. 2) Declarar la guerra verbal al Imperio, para distraer y acusar al candidato opositor de lacayo del imperialismo y traidor a la patria y evitar que se hable de los resultados de los siete años de gestión de gobierno. 3) Provocar y desalentar a la oposición (por ejemplo, la salvaje y arbitraria amenaza a Súmate) para que se abstenga. En el Gobierno hay militares y militantes convencidos de que toda revolución se impone de manera totalitaria y que las votaciones son para disimular las intenciones de perpetuación (2030) y no para dejarse quitar el poder. Creemos, sin embargo, que muchos seguidores del gobierno, y algunos dirigentes, quieren transformaciones con democracia plural, participación y libertad.
En la oposición todos exigen condiciones electorales propias de una democracia, pero hay una profunda división, que el gobierno tratará de ahondar: Unos las piden tácticamente, para, al final, no ir a votar, pues, según ellos, en esta dictadura no puede haber elecciones limpias. Estos alimentan la matriz abstencionista y, a cada provocación del gobierno, responden con más indignación abstencionista.
Otros opositores exigen condiciones electorales con el firme propósito de ir a elecciones y con la convicción de que el Gobierno puede y debe ser derrotado en diciembre, para abrir el futuro democrático y social de Venezuela. No se trata de ir mansamente a votar, ni de invocar ingenuamente el talismán de los números mágicos 3, 5 y 0, sino de hacer una política democrática capaz de derrotar las tendencias dictatoriales y lograr que más de 6 millones de venezolanos se movilicen para manifestar su voluntad en las urnas y defenderla civilmente. La población está cansada y desengañada de palabras revolucionarias con miseria creciente y la oposición tiene que hacer política, es decir trabajar realmente con quienes reprueban la gestión del septenio y rechazan el rumbo hacia el totalitarismo. Necesitamos líderes en acción para convencer a la mayoría de que sí hay futuro democrático y social.
Si la oposición no prepara un buen equipo para jugar y ganar, no es creíble su petición de un árbitro neutral y reglas limpias. La oposición hoy tendría los votos, pero no tiene el equipo unido, entrenado y listo para ganar y gobernar bien. Es el equipo en preparación el que reclama árbitro y reglas limpias. Si luego no se consiguen, habrá tiempo de movilizar la protesta abstencionista dentro de medio año. Crear ahora una fuerte matriz abstencionista para al final cambiar e improvisar un equipo unido, entrenado y capaz de ganar y defender el triunfo, es casi imposible.
Consideramos grave para la democracia que prevalezcan (como quieren el gobierno y el hígado opositor) la indignación y el abstencionismo, que impedirían una movilización masiva en torno a las elecciones presidencias con componentes claros: reglas de juego y proceso electoral transparente, juicio directo al mal gobierno, respuesta con visión al menos de 10 años a los seis problemas más sentidos de la población. Desde ahora necesitamos que sobresalgan los líderes de la sociedad y partidos que trabajen simultáneamente sobre las reglas electorales, acuerdo programático y candidato único; serán varios pero acordados entre sí y combinados para, desde julio o agosto, apoyar al que tenga mejores perspectivas electorales.
Hay que hacer todo lo posible para que en el gobierno y en la oposición predominen los que creen en la democracia con transformación social y no en el militarismo con “revolución” verbal. Necesitamos que figuras como la de Borges, Petkoff y Rosales (por citar a los que se mencionan) tomen la calle y la opinión para exigir reglas claras, presentar líneas programáticas y su decisión unitaria para rescatar la democracia social. También necesitamos nueva claridad estratégica y democrática en los comunicadores.
La Conferencia Episcopal, entre otras cosas sensatas e importantes para este año electoral, dijo: “solicitamos… el cese de la persecución por causas políticas y una renovación total del Consejo Nacional Electoral, en sus miembros y en sus directrices, organizado conforme a lo establecido en la Constitución y con las exigencias ineludibles de transparencia, autonomía y confiabilidad…”. Y los directivos episcopales dialogaron bien con el Presidente. Ahora tienen que continuar para concretarlo. La mayoría del país sin duda quiere elecciones presidenciales democráticas en diciembre. A ellas tenemos que ir y no permitir que, ni en un lado ni en el otro, dominen quienes creen que en Venezuela la democracia ya no es posible o no vale la pena, sino la imposición y el aplastamiento del otro. La salida no es militar sino política y democrática, con movilización y elecciones.