El gran engaño: La dictadura y sus arcanos
Hay dictaduras y dictaduras: militares, civiles, cívico militares, militares cíviles. Provisionales y eternas, autocráticas y totalitarias, electoreras o plebiscitarias, con o sin congresos, con o sin partidos. Pero en esencia y más allá de esas diferencias específicas – si establecen campos de concentración, cámaras de gases, lugares secretos de tortura y exterminio o encarcelan a plena luz del día y al respaldo de sus fiscalías y tribunales supremos de justicia – , todas comparten su esencia. Revísense todos los tratados, libros, ensayos y artículos que tienen por tema central la dictadura y se verá que, en rigor, en todos ellos se coincide en destacar la razón misma encerrada en su etimología: dictadura es aquel régimen autocrático y autoritario en que una persona o un grupo de personas dictan – de allí dictadura – al resto de la sociedad lo que está y no está permitido, lo que debe o no debe hacerse, lo que se autoriza o se prohíbe – «dictator est qui dictat» : dictador es quien dicta. Quien quisiera aniquilar a la oposición. Si pudiera. Al margen incluso de la integridad o carencia de integridad de las instituciones, lo esencial y específico de la dictadura es que todas ellas, sin excepción ninguna, sea por propia voluntad, como en el caso de la dictadura originaria, la romana, llamada «comisarial» por consistir, en esencia, de una comisión encomendada por el senado romano a una autoridad máxima a quien le delega el poder pleno por un período específico – seis meses – ; sea por decisión de la violencia impositiva de un grupo político mediante los votos – como la nazi fascista – o por la violencia de las armas – como la bolchevique y todos sus derivados -, llamada «dictadura constituyente». En esta última, que es la que debiera preocuparnos, establecida para arrasar con el sistema de vida imperante y montar un sistema antinómico, totalitario, quien dicta está por encima de dichas instituciones, es, en rigor, el plenipotenciario detentor del Estado y dicta en cuantos terrenos le sean atribuidos: la justicia, las leyes, la policía, la economía, etc. Al margen de los poderes que lo sostienen – fuerzas armadas, tribunales, populacho, medios o un Estado extranjero – l’Etat s’est lui, el Estado es él.
Sobre ese dictador – con los debidos matices del horror absoluto o del horror relativo – no existe potestad alguna: puede decidir a quien se culpa o se perdona, se encarcela o se libera, se mata o se deja con vida. A él le están supeditados todos los poderes y ninguno posee autonomía: fiscales, contralores, diputados, generales, funcionarios, todos le deben obediencia. En esencia: él y su grupo, son dueños del Poder, controlan el tiempo y el espacio de sus dictados, permiten o prohíben, sea directamente y con violencia, sea con mecanismos disuasorios de distinta naturaleza: si se habla y qué se habla, si se publica y qué se publica, si se informa o qué se informa. Poco importa también, qué, quién, y cómo lo sostiene: una camarilla cívica y/o militar, un partido, un Estado extranjero, etc. En una palabra: dictatorial es aquel régimen en que la autonomía e independencia de los poderes han dejado de existir, los mecanismos de control sobre las acciones de quien ejerce el Poder han desaparecido, la ley es atributo exclusivo de su poder y el ámbito y extensión del Poder de quien dicta es tan universal, que en rigor puede ejercer, virtualmente, el más alto derecho del dictador: decidir de la vida o la muerte de los ciudadanos sometidos a sus dictados.
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Para saber de qué hablamos cuando usamos el concepto de dictadura y calificamos a determinado régimen y autoridad política de dictatorial, sin atención a las vestiduras, apariencias, rutinas, convenciones y formalidades hay que atender a la esencia del control político: quién y cómo dicta, ejerce el Poder sobre ese conjunto territorial llamado país. Y no a sus secretos arcanos, de los que hablamos más adelante. Si se cumplen los requisitos antes señalados, de nada sirve la rutina que le es antinómica, a saber los hechos y sucesos que determinan la existencia de la democracia: elecciones, cuerpo de leyes, rituales y maniobras que dan la apariencia de lo que en verdad constituye un Estado de Derecho. Toda dictadura es, en rigor, un seudo estado de derecho. Toda democracia puede ser, tendencialmente, una dictadura.
Para quienes quisieran ahondar en el tema y recibir una cátedra sobre la institución de la dictadura a lo largo de la historia de Occidente «desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria», como reza su subtítulo, recomiendo encarecidamente leer, del pensador alemán Carl Schmitt, su magna obra LA DICTADURA[1]. Es, como toda su obra, extraordinariamente fecunda, lúcida e inspiradora. Y cabe agregar que si alguien debiera dominar el tema, es precisamente Carl Schmitt. Además de ser uno de los más notables constitucionalistas alemanes de la modernidad, si no el más destacado, fue la corona de la juridicidad alemana del nacional socialismo. El rey coronado de la justicia nazi. A quien le interese el autor, le recomiendo dos de sus magnas obras: El concepto de lo político y Teoría de la Constitución.[2]
En prácticamente ninguno de los casos históricos tratados por Schmitt, que a mi parecer agotan el tema, la dictadura se ejerce brutal, directa, descarnada y desenmascaradamente, sino siempre y en toda circunstancia auxiliada por un parapeto ideológico, justificatorio, seudo legal, lo que la tradición llama «arcana[3]». Toda dictadura se cree el colmo de la democracia: directa, popular. «Refiriéndose a la expresión arcana imperii que emplea Tácito en los Anales para caracterizar la política astuta de Tiberio[4] comienza diciendo que cada ciencia tiene sus arcana: la teología, la jurisprudencia, el comercio, la pintura, la estrategia militar, la medicina. Todas utilizan ciertos ardides, incluso la astucia y el fraude, para alcanzar su fin. Pero en el Estado siempre son necesarias ciertas manifestaciones que susciten la apariencia de libertad, para tranquilizar al pueblo, esto es simulacra, simulacros, instituciones decorativas. Los arcana republicae, por oposición a los móviles que aparentemente actúan hacia la superficie , son las fuerzas propulsoras internas del Estado.»
La verdad de un régimen dictatorial es su mentira. Y para que tampoco se piense que todo poder político, así no sea dictatorial, es transparente y cristalino, agrega Carl Schmitt: «lo que mueve la historia universal no son cualesquiera fuerzas sociales y económicas trasnpersonales, sino el cálculo del príncipe y su Consejo secreto de Estado, el plan bien meditado de los gobernantes, que tratan de mantenerse a sí mismos y al Estado, por lo que el poder de los gobernantes, el bien público y el orden y la seguridad públicos son naturalmente una y la misma cosa». ¿Qué persiguen, en cualquier régimen, los arcanos secretos?: «una participación ruidosa, pero políticamente insignificante en los acontecimientos estatales, además de un inteligente miramiento para la vanidad humana. No falta aquí el catálogo de recetas inaugurado por Maquiavelo, indicando lo que hay que hacer para mantenerse en posesión del poder político, como tampoco falta la representación del pueblo como el gran animal polícromo, que tiene que ser manejado con determinadas maquinaciones». En suma, «los arcana son planes y prácticas secretos, con cuya ayuda son mantenidos los jura imperii.»[5]
3
La fácil e inmediata disposición al auto engaño lleva a personalidades políticas y académicas importantes, incluso de prestigio mundial, a caer en las celadas de los arcanos secretos de la dictadura imperante en Venezuela, como si realmente desconocieran, siendo incluso ex altos magistrados, la experiencia política y la enseñanza académica de historiadores, analistas políticos y filósofos del Estado acerca de las dictaduras. Se aferran a alguno de esos arcana – elecciones, el manejo puntual y selectivo de la represión y los encarcelamientos, la sobrevivencia de islotes de prensa independiente en un gigantesco archipiélago de medios de comunicación privados adquiridos por el gobierno directamente mediante el robo, la expropiación o el saqueo, ya sea mediante la adquisición pagado por sus agentes – por cierto: con fabulosas y desmesuradas cifras de dinero obtenido del saqueo de los bienes públicos o del enriquecimiento ilícito mediante acciones criminales de alta factura realizados a cubierta de las instituciones del Estado sometidos o cómplices del poder dictatorial, como las Fuerzas Armadas, jueces, etc. – para poner las manos al fuego sobre la naturaleza democrática – «si bien restringida» – de la dictadura castromadurista.
Una cosa es lo que se ve desde lejos, el brillo de las apariencias, el inconmensurable peso de la hegemonía comunicacional de las izquierdas en todo el mundo y la mencionada auto disposición al engaño, y otra muy distinta encarar al régimen en el marco real, «secreto», prohibido de sus manejos y maniobras. El ex presidente de Colombia Andrés Pastrana ha debido ser rechazado en tres oportunidades distintas en que intentó visitar a nuestros más eminentes presos políticos para concluir que «lo que hay en Venezuela es una dictadura». ¿Será la conclusión que sacará de su próxima y siempre postergada visita a Venezuela por parte del líder del socialismo español Felipe Gonzáles? ¿Será ya la opinión de los ex presidentes que han declarado su apoyo al cese de las violaciones a los derechos humanos, la libertad de nuestros presos políticos y la libertad de expresión? ¿Será la conclusión que obtengan los observadores internacionales cuando experimenten, en carne propia, lo que los venezolanos venimos viviendo desde hace 11 años, a saber: que en Venezuela se vota, pero no se elige?
Aún así: lo más grave no es que desde afuera no se tenga plena conciencia de los arcanos secretos de la dictadura. Lo más grave es que el principal establecimiento opositor – los partidos principales del sistema que sobreviven del pasado y juegan combinado – AD, UNT – o los posteriormente creados –PJ – jure que ésta no es una dictadura. Ello les permite alimentar la creencia clásica de los apaciguadores: la verdad podría importunar a quienes son títeres de los arcanos. Churchill dijo alguna vez que los apaciguadores suelen alimentar a los cocodrilos en la esperanza de ser los últimos en caer en sus fauces. Éstos despertarán mordidos.
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[1] Carl Schmitt, La Dictadura, Alianza Editorial, Madrid 2003. [2] Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, Alianza Editorial, 1982.