Si la oposición gana
Dos semanas atrás, escribí en esta misma tribuna un texto refiriéndome a lo que a mi juicio es la urgente necesidad de que el chavismo -¡17 años después de haber llegado al poder!- se acostumbre a la idea de la alternabilidad republicana con esta oposición tal cual ella es y la internalice como parte consustancial de su proyecto político. Me interesa ahora abordar el mismo tema -como lo anuncié en la columna que menciono- desde la perspectiva de la oposición: ¿cómo entiende la oposición (vamos a decir la MUD) esa posibilidad real de alternar en el ejercicio del poder con el chavismo? Si la oposición gana, ¿actuará según una agenda conducente a la reconciliación y unidad nacional (es decir, unidad no sólo electoral de la oposición para ganar los comicios sino política de toda la nación, incluido el chavismo, para enfrentar retos que nos son comunes)? Todos temas de urgente debate pues, según anuncian todas las encuestas, por primera vez existe una real oportunidad de que la oposición gane. En lo que a mí respecta, y como todos mis amigos y familiares pueden testimoniar, es la primera vez que antes de unas elecciones admito esa posibilidad (nunca antes lo hice pues, excepción hecha del referendo revocatorio 2004 y hasta cuando la oposición ganó el referendo constitucional de 2007, siempre creí que, debido a sus particulares atrofias políticas y culturales y no a fraude alguno y también a causa de los atributos políticos y sociales del chavismo, la primera probabilidad siempre fue que la oposición fuese derrotada).
Si la oposición gana, su principal desafío será conjurar ciertos radicalismos que, yéndose de bruces, la hagan dilapidar esa victoria. Creo que todo comienza por entender que, aún ganando, lo que acaso conseguirá la oposición será una quinta parte del poder pues el chavismo seguirá teniendo un influjo determinante desde el Poder Ejecutivo y en los demás poderes, incluyendo el no tan tácito de la Fuerza Armada. Lo que comienza entonces es lo que alguna izquierda gramsciana y democrática de los años 70 llamó «la ‘larga marcha ‘ por las instituciones»: elecciones de gobernadores en 2016, de alcaldes en 2017 y la presidencial del 2018, (claro, a menos que ocurra una imponderable crisis de gobernabilidad que por imponderable no merece formar parte de ningún plan, y que en todo caso habrá que buscar resolver -en su momento y no antes- democrática y electoralmente). En esa perspectiva, si la primera intervención de la bancada opositora en el nuevo Parlamento es para pedir la renuncia de Maduro porque el chavismo perdió las elecciones parlamentarias, estaría cometiendo un gravísimo error que podría hacerle correr el riesgo de botar al cesto de la basura ese 20 % de poder conquistado. La oposición debe hacerse desde ahora a la idea de que esa eventual victoria parlamentaria no es el final de nada sino el comienzo de todo.
Una vez instalada la nueva Asamblea, los parlamentarios de la MUD habrán de:
*Elegir, claro, a un Presidente del Parlamento perteneciente seguramente al partido de la MUD que ostente más parlamentarios en la bancada opositora, pero de inmediato ofrecer y elegir en su primera Vicepresidencia a algún representante de la bancada del PSUV.
*Designar a los presidentes y vicepresidentes de las comisiones permanentes con arreglo estricto al principio de proporcionalidad, violentado incorrectamente durante los últimos años.
*Regresar a la vieja y sabia usanza según la cual, aún siendo minoría, algunas de estas comisiones (Política Interior, por ejemplo; Defensa, seguramente) deben corresponderle al gobierno por su propia naturaleza y otras, claro está, a la oposición y por la misma razón (Contraloría, digamos).
*Proponerle al Poder Ejecutivo, es decir, al presidente constitucional de la república Nicolás Maduro Moros, una agenda común que, sin afectar el rol legislativo y contralor autónomo de la AN, consiga identificar algunos temas y puntos que puedan formar parte de un nuevo consenso nacional.
*Ejercer su rol legislativo y contralor dentro de parámetros de responsabilidad nacional, sin tremendismos que el momento no necesita.
En pocas palabras, orientarse bajo los principios democráticos básicos que ella proclama como su razón de ser y cuya violación denuncia con justificada vehemencia: la unidad de la nación toda (y no sólo la de algunos partidos), la representación proporcional de las minorías (más aún cuando, en caso de ganar la oposición, el chavismo continuará siendo una fuerza popular inmensa), el reconocimiento del otro (adversario en la disputa por el poder político pero nunca enemigo, es decir, reconocernos todos como hijos de una misma nación y ciudadanos de una misma república), y el ejercicio terco del diálogo como instrumento fundamental de toda civilización y cultura democráticas.
Claro, hay una pregunta (la que en cierto modo formulamos en la columna a la que hago referencia en la primera línea de ésta): ¿el chavismo, el PSUV y sus aliados, y el gobierno aceptarán esta convivencia necesaria a los intereses nacionales o, torpemente, escogerán el camino de la confrontación de poderes -inescrutable para unos y para otros- en vez del de la aceptación de la natural alternabilidad republicana? En todo caso, la oposición democrática, deslindada de ciertos extremismos necios e inútiles, debe escoger el camino del diálogo, la paz y la unidad nacional. Que la crisis de gobernabilidad -si resultase fatal- la pongan otros.