Dulces guerreros chavistas
Los regímenes totalitarios, o que tienden a serlo, sienten una especial predilección por moldear, según sea la ideología que defienden, la conducta de los jóvenes. No les gusta que se muevan con desenfado e irreverencia. Les molesta que lleven los cabellos largos, los jeans raídos, caminen con sandalias y hablen en un argot incomprensible sobre temas absolutamente banales. Les irrita que no piensen en el futuro lejano, sino en el presente más inmediato: la rumba del fin de semana, las chamas que se están “levantando”, la música estridente. Los descompone que su horizonte más remoto muchas veces no pase de las próximas vacaciones en Margarita o en los sitios que visitarán como mochileros. Este mundo frívolo los totalitarios no lo toleran.
Para los comunistas, los jóvenes tienen que estar “comprometidos” con la justicia social. La vida juvenil debe formar parte del proyecto nacional que el líder haya definido, y transcurrir inspirada por el heroísmo y la resignación monacal. Los jóvenes deben marchar al ritmo de la Marsellesa o de la Internacional, y comportarse como monjes trapenses: la austeridad ha de ser su estilo. El modelo que añoran es el de Timor Oriental, donde los comunistas forman ejércitos con niños que acaban de dejar la teta de la madre. Estos ideales retorcidos son los que Hugo Chávez, Aristóbulo Istúriz y Erika Farías, ministra de la Alimentación (¡vaya cargo!), les proponen a los jóvenes que forman el Frente Francisco de Miranda, organización paramilitar que acaba de cumplir tres años en medio de bombos y platillos.
Las alarmante informaciones aparecidas recientemente sobre esta fuerza de choque no han provocado en el país la indignación que este hecho tan grave debió haber generado. El narcisismo de la oposición, siempre viéndose a sí misma, le han impedido enfrentar una iniciativa tan perversa como la que representa ese FFM, símbolo oprobioso del militarismo, la cubanización descarada de la juventud venezolana y la entronización de la ideología atrasada y guerrerista con la cual el régimen de Hugo Chávez pretende lavarle el cerebro a los muchachos y muchachas de los sectores populares del país.
En los excelentes trabajos publicados por El Nacional, con las firmas de Alonso Moleiro, Hernán Lugo-Galicia y Cenovia Casas, se demuestra con claridad que el susodicho frente constituye una estructura paralela al Ejército regular, nacida bajo la coartada de enfrentar una supuesta invasión estadounidense y con el objetivo explícito de “fortalecer el pensamiento antiimperialista en los luchadores sociales bolivarianos y en el pueblo venezolano”. En el acto de celebración del tercer aniversario de su creación, Chávez lo llamó “hijo prodigioso de la revolución”. ¡Habrase visto mayor exabrupto!: llamar “hijo prodigioso” un proyecto cuyo propósito manifiesto es formar jóvenes para propiciar la violencia y que se integran dentro de una estructura piramidal de poder, en cuyo vértice superior se encuentra el Comandante en Jefe, Hugo Chávez (quién más), y debajo de él continúan el Estado Mayor Nacional, los Estados Mayores Estadales, los Estados Mayores Municipales y Parroquiales y, finalmente, la Escuadra Bolivariana, célula primigenia del FFM. Este frente se une a la Guardia Territorial y al Ejército de Reserva para constituir los instrumentos con los cuales el caudillo militariza la nación, crea una sociedad policial parecida a la descrita por Orwell en 1984, elimina las instituciones intermedias, y asienta su poder en la destrucción de las organizaciones plurales y democráticas.
A los integrantes del FFM el gobierno los presenta, desde luego, como cándidos apóstoles del credo revolucionario. Abnegados jovencitos que sacrifican sus vidas para que los pobres sean redimidos. Supuestamente forman parte de las misiones Identidad, Vuelvan Caras, Barrio Adentro, Madres del Barrio, Sucre, Ribas y Robinson como “luchadores sociales bolivarianos”. Sin embargo, la verdad es que esos mozos, que se les remunera con una “beca-trabajo” de 350.000 bolívares mensuales, lamentablemente están siendo utilizados como perros de presa para que cuando sea preciso cacen a la oposición y luego repriman toda forma de disidencia, incluida la que surja del propio chavismo. Por eso es que reciben entrenamiento militar e ideológico en Cuba, al tiempo que uno de los “teóricos” que admiran es el Che Guevara, sacerdote de la violencia. El adiestramiento que se les da en la isla caribeña continúa en Venezuela, en la antigua sede de INTEVEP (en esto convirtió Chávez el centro de investigación petrolera más importante del país y uno de los más importantes del mundo). Allá y aquí aprenden a manejar, entre otras armas, los fusiles Kalashnikov AK-103, que no fueron diseñados por el militar que les dio su nombre para que la gente se divirtiera matando pajaritos. Además, ya Chávez advirtió que esos guerreros, al igual que los cubanos que fueron a África, conforman una “brigada internacionalista” dispuesta a desplazarse a cualquier parte del mundo “cuando haga falta”.
El FFM, en palabras de Erika Farías, es “un ejército social para apoyar la revolución bolivariana”. Habría que agregar que, además, forma parte de ese paquete guerrerista global en el que entra la compra de armamento de alta capacidad destructiva, negocio con el cual los más favorecidos son los inescrupulosos y temibles “perros de la guerra”, que al igual que el canino de Pavlov, se les hace agua la boca cada vez que el teniente coronel, en medio de su delirio megalómano, decide actuar como un cruzado solitario contra el “imperio”.
Lo más dañino de este proceso creciente de fanatización y militarización de la juventud y, en general, del país, es que ocurre sin que la sociedad democrática tenga capacidad para generar una respuesta contundente que le dé un parao en seco al caudillo y le impida exterminar la democracia, acabar con la felicidad y los sueños libertarios de la juventud, y, de paso, no le permita violar la LOPNA y la Convención sobre los Derechos del Niño aprobada por las Naciones Unidas, incluida Venezuela, en 1989. El totalitarismo avanza por una autopista en la que ni los militares, ni ninguna otra institución del Estado o de la sociedad es capaz de frenar los impulsos atávicos de un ególatra que está llevando al país a un punto de ruptura con la civilización.