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¿Duerme usted, señor presidente?

Quienes de alguna manera creemos en los que usan el humor y la sátira. Nunca nos alejamos de las parodias de Homero, de Pigres de Helicarnaso, de las comedias de Aristófanes y Menandro, de humoristas como Luciano de Samosata, Plauto, Terencio, Horacio, Marcial y Petronio, entre otros que jamás serán caterva. Entendemos la sátira y el humor del estudioso Matthew A. Howard, de Charles Chaplin, Woody Allem, Job-Pim, Leo, Rafael Guinand, los Nazoa o Laureano Márquez. Es por ello que podemos advertir y advertirnos, los peligros y lo mal que gobiernan algunos hombres sobre la tierra. Sí, nos protegemos con el escudo del humor y la sátira; pero hemos de cuidarnos de los Gargantúa retratados por François Rabelais, de los encantadores revelados por Miguel de Cervantes Saavedra y de los blacaman o vendedores de milagros, puestos en evidencia, por Gabriel García Márquez. Hacen reír, pero pueden cargar con todo, hasta hacernos padecer y llorar. Pues no hay pueblo ni gente que no sea engatusada mediante sus triquiñuelas, prodigiosos ungüentos y pomadas. Y si tratamos del humor fino, no podemos eludir a los maestros, que no sólo nos sacan la tibia sonrisa; pues muchos, nos llevan a la hilaridad. En 1979, Jorge Luis Borges, al recibir el Premio Cervantes, en su discurso cribó lo siguiente: “… ese hidalgo que se impone esa tarea que algunas veces consigue: ser don Quijote, y que al final comprueba que no lo es; al final vuelve a ser Alonso Quijano, es decir, que hay realmente ese protagonista que suele olvidarse, este Alonso Quijano.” Y pocos dejan de reír, ante la ironía de ver a tantos quijotes, tornar a su anterior y verdadera identidad.

Recuerden que de gargantúas, encantadores y blacamanes está cargada la actual realidad política. Y disculpen, que para intentar demostrarlo, ose intervenir a la tan descomunal joya literaria de la literatura universal, Don Quijote de la Mancha. Lo hago, porque al parecer, a los venezolanos se les han quijotizado los sentidos. Y, no precisamente, por leer novelas de caballería; sino porque “Es, pues, de saber, que”, dado el pueblo en leer, poco o nada, que era más los ratos que estaba ocioso “(que eran los más del año)” se daba “a leer libros de” poca monta “con tanta afición y gusto, que” se olvidó “casi de todo” (…), y peor fue con, “la administración de su hacienda;” llegó “a tanto su curiosidad y desatino en esto”, que sus gobernantes vendieron y descuidaron “muchas fanegas de tierra de sembradura” y petróleo, “para así” llevar “a su casa” a “todos cuantos pudo haber” de presidentes y diplomáticos de otras naciones para que apoyaran a su reino de Barataria, en lides internacionales, a costa de la soberanía nacional y del bienestar de coterráneos. Y así, por falta de información oficial, pocos o nadie sabe, si por último ya se perdió la Guayana Esequiba. Para colmo, la cancillería venezolana, reclama a “los enanos (Exxon Mobil) y no a los dueños del circo”. ¡Qué bochorno! Lo hace con la más pasmosa debilidad y falta de humor.

Nuestros gobernantes y funcionarios, sanchificados o castrificados, por un lado, dicen que gobiernan; pero, cuando los aturde la culpa y vergüenza de su mal gobierno, advierten, con “adarga en ristre”, que son otros los que tienen el poder de la ínsula Barataria. Lo peor, sin la acción de los Sancho, el sastre sigue haciendo los gorros más pequeños para quedarse con gran parte la tela.

Con el Hidalgo Don Quijote de la Mancha, inferimos que Cervantes nos advertía, de alguna manera, lo enigmático que es estar entre la realidad y la ficción. De pronto para unos las verdades creídas pueden ser abandonadas a la hora de sentir lo inevitable. Y en otra dimensión, los Sancho Panza resultan quijotizados, desde un comienzo, pues a merced de la burla que ofrece el destino y bulones, recibieron el poder de Barataria sin proyecto ni qué hacer. Mientras los Quijano o Castro, resultan sanchificados, porque las luchas le son insustanciales por carecer de asidero. Los peor es creer, como habitantes de a pie, que estamos ante escenas tragicómicas; donde anestesiados por la propaganda política, la enajenación revolucionaria y la intimidación, apenas podemos balbucear sus delitos.

Los Sanchos “revolucionarios”, que los hay de varias ideologías, advierten que no tenemos objetividad en lo que vemos, oímos ni sentimos. Porque, propios y extraños, ofuscados por la Era Moderna y el capitalismo, somos víctimas del encantamiento de los enemigos de la patria. Pero los ciudadanos, tal vez, “quijotizados”, con todos los sentidos puestos y sin alguna ideología que los torne en seres parciales, saben que ven, oyen y sienten con todos sus sentidos en perfectas condiciones. ¿Por qué no decirlo? Los Sancho Panza, cuando se den cuenta, que de verdad gobiernan, que todo lo que administraron, únicamente y solo ellos, serán los verdaderos responsables. Porque, para escapar de la culpa, no vale evadirse bajo el paragua de una disculpa sin arrepentimiento. Por último, los que creemos en el buen humor, en un desiderátum caprichoso, decimos que cuando un presidente de la República pueda contestar, sin simulación, la pregunta que lanzara el poeta Caupolicán Ovalles, desde el Techo de la Ballena, en aquel poema publicado en 1962: ¿Duerme usted, señor presidente? En ese cuando, el pueblo vivirá “del sudor de la frente” y del celo de la ética.

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