Opinión Nacional

A unirnos por la libertad

No porque los llamados a la unidad encuentren oídos sordos y asistamos atribulados a la divergencia de caminos que se confabulan en su contra, deja de tener razón quien clama por ver a la oposición venezolana unida como un solo hombre, ya sea absteniéndose unánimemente, como el 4 de diciembre pasado, ya sea participando tras una candidatura única y unitaria, como esperamos suceda el 3 de diciembre próximo.

El 4 de diciembre, cuando el pueblo opositor coincidió en rechazar los cantos de sirena del régimen para participar en un proceso electoral que se sabía engañoso y fraudulento, todos los partidos se inclinaron ante esa voluntad y decidieron marginarse del evento. Fue una sabia decisión colectiva en consideración a la coyuntura, al escenario y al sentimiento popular.

Miente quien niega el devastador efecto que ese impacto abstencionista tuvo sobre las esperanzas del caudillo. Imposible olvidar que un año antes, el 12 y 13 de noviembre de 2004, el autócrata había conminado en Fuerte Tiuna a sus más cercanos seguidores a combatir la abstención como al mayor de los males. ¿Qué revolución es esa que se ejecuta al margen de la voluntad popular? Hizo cuanto estuvo a su alcance por promover la participación: se encontró con una puerta en las narices. La mayor derrota política en su historia.

Hoy, un año después y a tres escasos meses de celebrarse las elecciones presidenciales de diciembre próximo, la situación parece ser la contraria. Y el escenario político otro muy distinto. No se va a elegir un personaje desconocido entre una multitud anónima de candidatos para integrar un parlamento de utilería, sino a expresar la voluntad nacional frente al desastre que sufrimos. Votaremos por quienes representan la continuidad o el cambio, la dictadura o la democracia, el totalitarismo o la libertad.

La sociedad civil se inclina hoy mayoritariamente hacia la participación electoral, porque quiere expresar su rechazo a un régimen humillante, oprobioso, indigno. Ante esa voluntad mayoritaria correspondería la misma obediencia partidista que terminara imponiéndose el 4 de diciembre pasado. Todos los partidos, organizaciones y personalidades que se unieron en el rechazo a la participación electoral debieran hoy suscribir la voluntad electoral de la mayoría opositora y respaldar al candidato que resulte electo como representante de las fuerzas democráticas. Incluso y a despecho de un hecho incontrovertible: las condiciones electorales son las mismas o incluso peores que las que llevaron al proceso abstencionista en esa histórica jornada. Pero lo que está en cuestión el 3D no son primariamente las condiciones electorales: es la encrucijada entre dictadura y democracia que entonces se expresa. Pues sólo la suma de todas las fuerzas antichavistas puede lograr el objetivo mínimo alcanzable: mostrar la fuerza indoblegable de la oposición democrática y declararle una guerra sin cuartel a los propósitos totalitarios del autócrata. Y sólo esa unidad, si es capaz de irrumpir en los sectores desencantados por el fiasco chavista, puede obtener el desideratum: una aplastante mayoría imposible de maquillar con un fraude. Y aún así y a pesar de ese fraude: debieramos construir una fuerza capaz de desenmascarar tales intentos y dar un paso al frente hacia la rebelión popular. Siguiendo el ejemplo de Ucrania, que no debemos olvidar ni un solo instante.

Sería un error estratégico persistir en la creencia de que denunciar el gravísimo problema de las condiciones electorales es un pretexto esgrimido por algunos sectores políticos para no medirse electoralmente con el autócrata. Como si quienes han asumido con la mayor radicalidad y consecuencia la oposición al régimen, han sufrido la persecución, el secuestro, el asesinato de sus seres queridos, el destierro y la prisión temieran enfrentarlo en ese o en cualquier otro terreno. Lo cierto es lo contrario: el problema de las condiciones electorales es grave, atenta contra los más elementales derechos constitucionales y debe ser denunciado y combatido sin descanso. Unir la lucha candidatural con la lucha por condiciones legítimas constituye un ideal. Caer en el absurdo de aceptar tales condiciones como un dato real al que habría que someterse necesaria y casi graciosamente, como lo señalan algunos columnistas en el colmo de la menesterosidad intelectual, es signo de una grave e inaceptable degradación política.

Pero sería también un craso error estratégico no comprender que, a pesar de tales condiciones ˆ hoy tanto o más conculcadas que ayer – una lucha electoral como la que estamos librando puede y debería revitalizar al movimiento opositor, engrosar el caudal de la protesta, permitir el crecimiento del entusiasmo y la esperanza en sectores cada día más amplios que rechazan al régimen y al totalitarismo que pretende instaurar en contra de la tradición democrática de nuestro pueblo.

Ese es el quid del problema: participar aún a plena conciencia de la insuperable alcabala del CNE, de modo a actualizar, reciclar y engrosar el caudal opositor, poniendo en la agenda de cada venezolano el deseo por ponerle fin a este régimen de oprobios y abrir los cauces para la democracia del siglo XXI, único proyecto alternativo al dictatorial y esperpéntico del llamado socialismo del siglo XXI puesto en el tapete por un trasnochado líder revolucionario.

Visto desde esta perspectiva, la coyuntura electoral abierta por las elecciones presidenciales del 3 de diciembre permite un relanzamiento de nuestros ideales, de la discusión acerca del país que nos merecemos: moderno, democrático, próspero, pujante, solidario. Un proyecto alternativo que se opone necesaria e inevitablemente al proyecto retrógrado, conservador y totalitario del caudillismo chavista. Un proyecto auténticamente modernizador y revolucionario que, precisamente por estar a la orden del día en la era de la globalización, encuentra la más feroz oposición desde el fondo de las tinieblas cuarteleras, militaristas y caudillescas venezolanas, representada por la figura decimonónica del teniente coronel.

La campaña electoral debe ser el escenario en que se debatan ambos proyectos de nación: uno condenado irremediablemente al fracaso, a la ruina, a la desolación. El otro a la espera de encontrar un liderazgo capaz de llevarlo a cabo. Ese es el desafío de diciembre. Debemos asumirlo.

De modo que nos parece de histórica necesidad superar la falsa controversia entre abstencionismo y participación. La unidad de los sectores que hoy representan ambas tendencias enriquecería el esfuerzo mancomunado de la oposición, fortalecería la naturaleza democrática de dichas tendencias y ofrecería un poderosos y temible frente de combate contra el totalitarismo.

Obviamente, para favorecer dicha unidad estratégica, debe partirse por superar los malentendidos, las sospechas mutuas, las desconfianzas recíprocas. El temor que abrigan los sectores mal llamados abstencionistas tiene que ver con la desgraciada experiencia del RR, cuando la dirección política de la Coordinadora Democrática dejara en la estacada a una ciudadanía que acababa de dar una de las pruebas más notables de unidad, sacrificio, paciencia y espíritu de lucha.

La sensación de haber vivido una suerte de traición por un sector de la CD fue alimentada por quienes no sólo insistieron en convalidar el triunfo del caudillo sino en negar la existencia de un fraude. Tal hecho y la reacción en su contra que ha alimentado hasta hoy el desencuentro de ambos factores pasó por alto lo más significativo y relevante: que independientemente de tales resultados y la legitimidad de los mismos, una oposición provista de tan potente y movilizada ciudadanía es una oposición que no puede ni debe permitir el acorralamiento totalitario. Es una oposición con capacidad para imponer la vigencia de la institucionalidad democrática, la soberanía de la constitución y la plena vigencia de las leyes. Ese es el hecho político relevante que una inútil discusión ha encubierto durante estos dos lagos años.

Lejos de comprender la gigantesca fortaleza que la respaldaba, la dirigencia política opositora abandonó el campo de batalla, bajó los brazos, se sumió en la apatía y alimentó la catalepsia política que hemos sufrido desde entonces. Apenas alterada por la abstención del 4 de diciembre. Pero tampoco el abstencionismo supo capitalizar esa histórica jornada y convertirla en la llama que encendiera la pradera. Hoy el hecho electoral es incontrovertible: volverle la espalda, una necedad que puede acarrearnos graves consecuencias. La unidad es una necesidad histórica.

Es la hora de zanjar ese grave menoscabo. De superar la bizantina discusión entre abstencionistas y participacionistas, para situar el problema en su justa dimensión: unirnos para combatir el salvaje totalitarismo reinante y el sistémico por venir. A riesgo de ser incomprendido por aquellos que pretendo expresar desde ese malhadado 15 de Agosto: vencer el 3 de diciembre es primordial. Pero más importante es vencer nuestra apatía y nuestra catalepsia y disponernos a impedir el avance del totalitarismo en todos los terrenos.

Del candidato y quienes conforman su comando de campaña depende transmitirle al pueblo opositor esa voluntad de combate. Sellar el compromiso de asumir la lucha futura por la restauracióin de nuestras libertades. Sin una gota de debilidad, de complicidad ni transigencia. Bastará en cambio un solo signo de debilidad, para que el difícil empeño en que estamos vuelva a rodar cerro abajo. No importa quien resulte finalmente el candidato de la libertad: debe abrir su pecho y representar nuestros anhelos libertarios. Y si necesario fuere, brindar sus mejores esfuerzos en el combate por la democracia. Hasta el 3D y más allá, la lucha por la libertad bajo su liderazgo debe constituir un compromiso irrenunciable. Nuestra vida está a su servicio.

EN RECUADRO
EL BRILLO DE UNA AUSENCIA

Acción Democrática, el partido de la democracia venezolana y al que le debemos gran parte de la obra modernizadora del último medio siglo venezolano, acaba de arribar a sus 65 años de vida. Entra de lleno en su tercera edad. Que en política representa la conquista de la madurez, la sabiduría, la ponderación y el equilibrio. Al precio de ingentes sacrificios. ¿U olvidaremos que AD puso alma, corazón y vidas en construir la patria que, a pesar de los pesares, seguimos siendo?

Dudo seriamente que el partido único que el caudillo pretende fundar en el 2007 ˆ no importa donde se encuentre para entonces ˆ llegue a tal edad. Representará ya al nacer fuerzas obsoletas, polvorientas, añejas y ultrapasadas, propias del siglo diecinueve. Ante de nacer ya es un feto muerto. ¿Qué habría de representar ese partido único de los seguidores del teniente coronel que no sean las monstruosas, las delirantes, las megalomaníacas ansias de Poder de su fundador? Desaparecido éste, desaparecería como por encanto tal monstruo contra natura. Pues tras de Chávez no hay más que esa espantosa enfermedad congénita del subdesarrollo llamado populismo estatólatra y caudillista. Una especie en extinción. Del socialismo totalitario que lo nutre, ni hablar. Es un fósil de antiguallas devaluadas.

Pasa hoy Acción Democrática por una de sus más graves crisis. Que las ha conocido y ha sabido superarlas en el pasado, testimonia su rica y envidiable historia. Volverá una vez más a superar la que hoy enfrenta. En 2008 se cumplirá el centenario del natalicio de su fundador, Rómulo Betancourt. Y sería de esperar que su partido convierta ese año en un año lustral. Debiera convocar a su celebración en gloria y majestad. Ojala dedicándole el renacimiento de nuestra recién recuperada democracia. O poniéndose a la cabeza de la lucha por la resistencia contra el totalitarismo, como lo hiciera Rómulo durante la lucha contra la tiranía de Pérez Jiménez.

Brilló la ausencia del candidato Manuel Rosales en esa celebración. Un desliz innecesario. Rosales fue un adeco y si logra el liderazgo opositor por el que hoy combate con vigor y entusiasmo envidiables lo será porque habrá sabido sacarle lustre a la mejor tradición acciondemocratista que lo singulariza: esa capacidad de comunicarse en un lenguaje llano, sencillo y emotivo con los pobres de nuestra patria. Protagonistas de primera línea en nuestras justas libertarias.

Hubiera sido un acto de grandeza verlo departir con quienes lo adversan, aún perteneciendo a su misma familia. Dios ayude a superar esas diferencias. En bien de nuestra democracia.

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