La presidencia como excusa
Al teniente coronel Hugo Chávez desde hace tiempo dejó de interesarle el país y sus problemas. Venezuela es un incordio. Representa, simplemente, una fuente de abundantes ingresos y una plataforma desde la cual intenta proyectarse, ahora que Fidel Castro se extingue irremediablemente, como líder del tercermundismo y del socialismo desempolvado. Le fastidia ocuparse de problemas como la pobreza, el desempleo, la informalidad, la inseguridad personal, la seguridad social, la vivienda, la infraestructura, la inflación. Es decir, esos asuntos que gravitan con tanta fuerza sobre la vida cotidiana de todos los pueblos subdesarrollados.
También le irrita darse esos baños de pueblo que antaño lo refrescaban. Recorrer barrios, entrar en contacto directo con “su” pueblo, besar viejitas, alzar niños, dejarse tocar por mujeres y hombres que despiden sudores ácidos, ir a un mercado y tratar con los marchantes, le parece demasiado aburrido. Resulta muy gracioso oír a sus aláteres diciendo que por razones de seguridad el Presidente no puede caminar por las calles y los barrios pobres. El imperio y sus aliado interno, la oligarquía, supuestamente lo quieren eliminar. Este argumento fantasioso no se esgrimía cuando Chávez se veía a sí mismo como una circunstancia pasajera y todavía el G-2 cubano no había asumido el control de su seguridad personal. Desde que anda rodeado por los anillos de seguridad de su guardia pretoriana, el pueblo le produce temor y repudio. El miedo le ha calado hasta los huesos. Desde hace bastante tiempo su contacto con la gente es a través de Aló, Presidente, cápsula blindada que lo resguarda y aísla de los ciudadanos comunes, y de los mítines, en los que aparece como un líder distante e inalcanzable, en la más ortodoxa tradición fascista.
Lo que sí le produce un placer afrodisíaco es viajar a Cuba para visitar al disminuido déspota de la isla antillana, reunirse con el dictador de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, abrazarse con Mahmout Ahmadinejad, el fundamentalista presidente de Irán, y extenderle la mano a Bashar Al-Asad, presidente del gobierno autoritario de Siria. En plena campaña electoral, en un país con las inmensas carencias que presenta Venezuela, el comandante le dedica casi todo su tiempo a viajar y atender los temas de la agenda internacional. Considera que a este modesto país lo puede despachar con la mano zurda. Basta dedicarle unos pocos minutos de su valioso tiempo de cuando en cuando. No tenemos Presidente sino Canciller perpetuo.
Chávez se ve a sí mismo tan sobrado y extraño al país, que definió a George Bush, el mandatario de la principal nación de la Tierra, como su contrincante. Este mismo ardid fue ensayado con éxito por Juan D. Perón en los comicios de 1946, cuando polarizó el escenario electoral entre él y el embajador norteamericano, Spruille Braden, quien había tomado partido por la Unión Democrática, coalición conservadora apoyada por el Partido Comunista de Argentina. La contienda se desarrolló teniendo como marco la emergencia de los Estados Unidos como superpotencia. En esa época había decaído el intercambio comercial entre USA y Argentina, y las relaciones políticas entre ambos países se tensaron, en gran parte por la temeridad irresponsable de Perón. En la Venezuela chavista, nunca las relaciones comerciales con la potencia del norte han sido más saludables. 80% de nuestras importaciones provienen de Norteamérica. Habría que imaginar a dónde se remontarían la inflación y el desabastecimiento si el teniente coronel cometiera la insensatez de enemistarse con USA. Afortunadamente el presidente Bush no se ha enterado todavía del desafío que le lanzó el hombre de Sabaneta. Quienes sí se han enterado son los venezolanos, a quienes no les agradan las disputas virtuales, y en cambo siempre les ha gustado que en las lizas domésticas compitan solo venezolanos, por modestos que ellos sean.
El giro que se ha producido en el comportamiento de Chávez no ha pasado desapercibido por sus seguidores. Los más pobres han tomado debida nota. Los últimos eventos y marchas convocados por el oficialismo no han sido exitosos, como tienen que serlo los de un candidato supuestamente ganador. El recibimiento de héroe que esperaba, luego de su última y faraónica gira por el planeta, no pasó de ser una concentración tibia rociada con mucho alcohol y amenizada con música estridente. El mitin de la Avenida Bolívar tuvo lagunas más grandes que Sinamaica, y la gira por Maracaibo terminó en un precario acto en el Hotel Ziruma que provocó la indignación del caudillo y un regaño atroz a Francisco Ameliach, ya bastante grandecito para que lo sometan al escarnio público.
El antiguo entusiasmo popular se ha ido desvaneciendo. En las concentraciones hay cada más autobuses, más dinero, más caña, y menos esperanza en un futuro mejor. Son ocho años en los que el pueblo ha visto cómo los problemas de antaño se han agravado. Demasiadas frustraciones seguidas. Las misiones, instrumento esencial de la política social y mecanismo básico para el reparto equitativo de la riqueza petrolera, se han ido agotando. Sirvieron para fortalecer la figura de Chávez cuando este ostensiblemente estaba disminuido en las encuestas antes del referendo revocatorio. Pero, pasados varios años, ni Barrio Adentro, ni MERCAL, ni Vuelvan Caras, ni Ribas, pueden ocultar el innegable fracaso de Chávez para mejorar el empleo, los salarios, la salud, los niveles de consumo y, lo más importante, para garantizar la vida de la gente, acorralada por la delincuencia y paralizada por el temor a ser asesinada, secuestrada o ultrajada en cualquier momento y lugar.
A pesar de la disminución en las preferencias populares, la caída de Hugo Chávez en el ánimo popular aún no aparece reflejada con claridad en las encuestas. Hinterlaces, firma que dirige Oscar Schemel, registra una erosión de 8 puntos en un período de un mes. Esta tendencia es predecible que se acentúe a medida que la campaña comicial avance, Manuel Rosales afine su oferta programática y la oposición aparezca como una opción con altas probabilidades de triunfar. Después, a defender la victoria.