Hasta sus últimas consecuencias
A raíz de los dramáticos sucesos de La Paragua y Alto Caura se vuelve a escuchar la promesa: “Investigaremos los hechos hasta sus últimas consecuencias”, con el añadido que nunca falta: “Caiga quien caiga”. Así se rasgan las vestiduras la fiscalía y la defensoría del pueblo. Nunca una promesa resultó más hueca que esa. ¿Será que se creen que nacimos ayer? ¿No se dan cuenta de que vamos a cumplir ocho años oyendo lo mismo?
Sería mucho más honesto que dijeran “investigaremos hasta las últimas consecuencias, siempre y cuando los resultados no perjudiquen a la revolución”. Porque ese es el punto central del asunto, las revoluciones siempre priorizan como objetivo final el interés de la revolución. Las metas del proceso son tan hermosas, humanitarias, igualitarias, equitativas, solidarias, que admiten cometer cualquier inmundicia en el camino con tal de no desviarse del objetivo.
Curiosa ética que acepta lo asqueroso en busca de la pulcritud. Así, en el camino hacia el socialismo del siglo XXI se vale todo, esconder a Montesinos y proteger a aquel secuestrador de aviones llamado Ballestas, proteger pistoleros en el tristemente celebre puente Llaguno, oscurecer la matanza en la cárcel de Vista Hermosa, o en Cumaná, o en el Alto Apure, enredar el caso del fiscal Anderson. Todo lo que haga falta con tal de no generar un escándalo que sea negativo para los objetivos celestiales del proceso. La justicia no es un valor absoluto, sobre todo esta justicia burguesa, hay que utilizarla de acuerdo con las conveniencias del momento. Ni siquiera el derecho a la vida puede estar por encima de los intereses sagrados de la revolución, cuántos no han entregado su vida luchando contra el imperialismo. Mucho más cuando tenemos unos medios vendidos al imperialismo que están como caimán en boca e’ caño a la espera de cualquier evento que favorezca a la contrarrevolución y al demonio.
Un caso emblemático es el de Fuerte Mara. Ocho pobres soldados fueron incendiados en una celda en la que estaban presos por disentir y dos murieron. Uno de ellos, el infelizmente famoso Pedreáñez, murió después de que casi había salido de peligro, inclusive llegó a hablar y a ingerir comida. Todo indicaba que el caso sería fácil de resolver, inclusive varios soldados sobrevivieron y podían contar qué fue lo que paso. ¿Pero qué resultados se tienen después de dos años y medio? ¿Por qué no se ha permitido, o no se ha logrado, que los sobrevivientes declaren a la prensa? ¿Es verdad que estaban involucrados aquellos benditos asesores cubanos? ¿Dónde están las “últimas consecuencias” del caso de Fuerte Mara?
Lo peor de todo es que los casos, a pesar de frecuentes, son siempre inexplicables. Es difícil pensar en una acción deliberada y ordenada desde arriba en todas estas matanzas que ocurren a cada rato. Todo parece ser un acto de abuso de poder de individualidades o grupos, sin ningún motivo aparente más allá de dar rienda suelta a instintos brutales y autoritarios bajo el amparo que les da la impunidad. Y con todo no hay forma de que las autoridades los aclaren.
Nuestra memoria es débil bienaventurados líderes revolucionarios, pero tarde o temprano despierta. Han sido tantos los casos que ya es hora de que se lleven en los cachos al Ministro de la Defensa, al del Interior o al mismísimo máximo líder del proceso, aunque eso signifique negar la revolución con sus hermosos y sagrados postulados.