¡Qué campaña más asimétrica!
Imposible imaginar a Hugo Chávez recorriendo las barriadas populares del país que preside desde hace 8 años en el mismo estilo, con el mismo desenfado y encontrando el mismo fervor que sus contrincantes. Para ver al teniente coronel subiendo cerro y pateando barrio como lo hacen Manuel Rosales y Benjamín Rausseo, habría que imaginar previas acciones de comandos uniformados, toma violenta mediante un operativo de seguridad de una, dos o tres calles populares de un barrio comprobadamente chavista. Y aún así: revisión minuciosa y prolija hasta el último rincón de las casas, ranchos o pocilgas en cuestión a la búsqueda de implementos explosivos, armas caseras, cuchillos de cocina, bombas molotov, piedras, pedazos de trapo y bidones de gasolina. Y si eso fuera todo: ocupación de dichas viviendas por funcionarios de seguridad que, debidamente ocultos, controlarían hasta los respiros de sus humildes moradores. Iluminación tipo GESTAPO del barrio, para impedir el más mínimo resguardo de sombra. Y copamiento de azoteas, puertas, rejas, dinteles y ventanas por funcionarios del ejército, la Guardia Nacional, la policía municipal o la DISIP debidamente disfrazados de pobladores, camisetas rojas, diez millones por el buche y gorras del Ché Guevara.
Coros, bailarines y extras serían puestos a la orden por Farruco Sesto para escenificar una entusiasta coreografía de bienvenida. Johnny Barreto y Freddy Bernal mandarían sus recogelatas becados y Lina Ron sus batallones de menesterosos revolucionarios. Todo filmado y bien filmado por miles de productores independientes debidamente chequeados, todos a la orden del Canal del régimen. Incluso contando con un par de extras de postin: Don King y algún actor hollywoodense, de esos que cobran medio millón de dólares por fotografiarse junto al caudillo.
Como eso sólo es posible luego de trabajosos esfuerzos de preproducción, Chávez se conforma con montarse en descomunales casamatas artilladas, rodeado de cinco o seis anillos de seguridad cubanos y hundido debajo de un par de gruesos chalecos blindados. A grandes e inexpugnables distancias de sus seguidores tarifados.
Como Chávez debe echar en falta un poquito de aroma a populacho, a sudor próximo y cercano, a tufo combatiente, a empanada frita, lo va a buscar a Irak, a Bielorrusia, a La Paz, a Angola. En fin, a cualquier lugar donde pueda desplazarse sin temer el odio descomunal que ya siente respirarle caliente en el cogote. Perdió el efecto de los suyos y teme por su seguridad incluso ante sus más próximos. No vaya a sucederle lo que a Julio César.
¡Qué campaña más asimétrica!