Argentina se suicidó
«La vejez consiste precisamente en no poder elegir y en tener que asimilarte por la fuerza a esa manga de ignorantes modernos que te ponen un revólver de futuro en la nuca». Jorge Fernández Díaz
Falta muy poco ya para que el título de esta nota aparezca, en letras tamaño catástrofe, en la portada de todos los diarios del mundo. Y no será para menos, porque han sido muy pocas las naciones que, en la historia, hayan decidido voluntariamente poner fin a su vida.
Esta semana hemos probado que, así como ya no nos unía el amor, tampoco lo hace el espanto. Sin reaccionar de modo alguno, presenciamos la terrible denuncia de Alberto Nisman contra la noble viuda, su Canciller y distintos corifeos menores, por encubrir a los autores del peor acto terrorista que sufriera la Argentina, el magnicidio del Fiscal cuatro días después y del cual nada se sabe a cuatro meses de sucedido y, ahora, el horroroso mamarracho, un verdadero golpe de Estado, que el Gobierno está ejecutando contra la Justicia y todas las instituciones que quedaban en pie.
Por orden directa de la Presidente, los diputados del bloque oficialista formaron una «comisión especial», expresamente prohibida por la Constitución, para «investigar» el estado de salud, físico y psíquico, del Dr. Carlos Fayt, el Ministro decano de la Corte Suprema. El objetivo es, claro, obligarlo a renunciar, para generar así dos vacantes en el Tribunal supremo; pretenderá, si lo logra, negociar la incorporación de jueces que le garanticen un horizonte penal menos complicado o, como mínimo, paralizarlo y evitar que resuelva en las causas que más nerviosa mantienen a Cristina Kirchner.
Por ahora, no cuenta con los votos necesarios en las dos cámaras del Congreso para expulsar al Dr. Fayt de su cargo por la vía del juicio político y, tampoco, para designar a nuevos integrantes de la Corte; pero ese delicado equilibrio podría verse prontamente alterado si, como ha trascendido, una traición al país de Adolfo Rodríguez Saa facilitara al Gobierno alcanzar las mayorías especiales que necesita para consumar el asesinato de la República.
El domingo pasado propuse que el Dr. Fayt aceptara someterse a los exámenes que le exige el Gobierno, con la condición de que la Presidente hiciera lo mismo. La penúltima cadena nacional lo tornó innecesario, porque demostró, más allá de cualquier duda, que tiene las facultades mentales alteradas. Sólo una demente(a) pudo haber enrostrado a los líderes sindicales adeptos -Yaski, presente- exigir aumentos que superan el 30% para 2015, comparándolos con sus homólogos españoles, que recibirán un incremento del 1% en los tres años siguientes; confirmando la gravedad del mal que la aqueja, olvidó un pequeño detalle: la inflación local excede lo que piden los gremios, mientras que en España se espera una deflación de 1%; o sea, aquí los salarios pierden poder adquisitivo mientras que allí lo ganan. Los aplausos de su adocenada tropa a cada discurso, en general una sarta de sandeces, también justifica el título de esta nota.
A esa deleznable maniobra legislativa, se sumaron los ataques mediáticos de los más notorios voceros del kirchnerismo: el Jefe de Gabinete, Anímal Fernández -quien huyó escondido en el baúl de un auto ante la Justicia que lo buscaba cuando era Intendente de Quilmes-, el ex Juez de la Corte, Raúl Zaffaroni -propietario de prostíbulos y confeso evasor de impuestos-, el asesino montonero Carlos Kunkel y la ya incalificable Hebe de Bonafini, tradicional apóloga del terrorismo y famosa ladrona de dineros públicos. Tampoco reaccionamos cuando ésta propuso, literalmente, tomar el Palacio de Justicia, cual si fuera el Palacio de Invierno de los zares.
En la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados que conformó el mamarracho descripto, el oficialismo archivó los pedidos de apertura del proceso a Guita-rrita Boudou, doblemente procesado por corrupción, a Alicate Timerman y ¡Giles! Carbó, y el Consejo de la Magistratura hizo lo propio con el más indigno de los jueces federales, Anillo Oyarbide, demostrando que ya ni siquiera importan los costos que derivan de la manifiesta desvergüenza. Ninguna de estas atrocidades, sin embargo, irritó siquiera levemente la epidermis social, obnubilada por la seguidilla de superclásicos del fútbol, que tan mal terminó, en una nueva demostración de en qué nos hemos convertido.
Hace algún tiempo, ante la evidencia que brindaba en cada sesión el oficialismo al imponer sus mayorías para lograr la sanción de leyes sin molestarse en oír la opinión de las bancadas opositoras, sugerí a éstas que lo deslegitimaran dejándolo en soledad y sesionaran, a partir de entonces y en paralelo, en una carpa frente al Congreso; hoy, asqueado de la situación en que se encuentran todos los organismos de control, incluido el propio Consejo de la Magistratura, recomiendo que en ellos se haga lo mismo para que la responsabilidad de este zafarrancho deje de mancharlas. No deberían olvidar que, salvo algunos historiadores puntuales, nadie leerá los diarios de sesiones, pero los nombres de sus miembros integrarán las listas de diputados y senadores que lo hicieron o lo toleraron, avergonzándolos por igual en el futuro.
La responsabilidad de esta desquiciada realidad nos corresponde a muchos; unos por acción y, la gran mayoría, por omisión, hemos puesto nuestro grano de arena para construir el cadalso en que la Argentina se ha colgado, mientras se transformaba en un triste remedo de la Venezuela de Maduro.
Quienes hubiéramos debido hacernos cargo de las responsabilidades que la sociedad nos había impuesto por cultura, por fortuna o por oficio, hemos desertado miserablemente frente a ellas y cada cual exhibe, con impudicia, los purulentos chancros que son su consecuencia: los grandes científicos y pensadores han huido, los empresarios sólo buscan cazar en un protegido zoológico, los dirigentes sindicales se enriquecen y defraudan a sus representados, los militares están hartos de ser utilizados y condenados luego, los maestros luchan por prebendas y sueldos en lugar de enseñar, los jueces trafican sus sentencias, los legisladores «banelquizan» sus votos, los ministros y policías se convierten en cómplices del narcotráfico, los candidatos a todos los cargos agotan las existencias de garrochas, los punteros políticos y dirigentes deportivos y hasta los jugadores mercan con los «barras», los estudiantes juzgan a los profesores, los periodistas se venden al mejor postor, los espías extorsionan, …. Impera, desde hace años, el «sálvese quien pueda» y, evidentemente, eso nos llevó al suicidio.
El estruendoso silencio de los líderes de la oposición ante todo lo que está ocurriendo tanto en el campo político cuanto en lo económico y social, a pesar de lo denodada que parece su lucha por hacerse con la infausta herencia, ya clama al cielo. En medio del naufragio, todos evitan hablar del gigantesco iceberg contra el cual el kirchnerismo estrelló a propósito la nave nacional, mientras bailan en cubierta al son de la orquesta de Tinelli.
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Este es uno de los mejores y más contundentes artículos de Avogadro, quien forma parte del reducido grupo de valientes que se atreven a denunciar las atrocidades y las corruptelas que ocurren en la Argentina sometida al decadente imperio de los Kirchner. Seguimos confiados en que luego de diciembre, cuando finaliza la terrible gestión presidencial de Madame Cretina Bótox, los argentinos de bien puedan enderezar esa nave, tomar buen rumbo y enjuiciar a quienes lo merezcan: la Cretina y sus cómplices entre los que más se han esforzado por lograr un lugar en la historia de las Ignominias.