Madre sólo hay una
“Madre sólo hay una y como vos ninguna”, solíamos decir en el Maracaibo de mis amores. Es cierto, nada es mayor que el amor de madre. Ni siquiera la filial devoción de los hijos que crece a medida que los años pasan y la independencia personal se acentúa. Como en todas las cosas que valen la pena, me refiero a relaciones bien constituidas como corresponde.
El drama venezolano de hoy tiene a la madre como protagonista de la más espantosa crisis de la que tengamos memoria. Si el régimen tuviera a las madres como centro, objeto y sujeto preferido de su acción, la situación fuera completamente distinta. Lamentablemente el pasado domingo no tuvo la alegre lucidez de otros tiempos. La penuria sobre los hogares, las dificultades para tener acceso a lo fundamental, la poca calidad de los servicios en general y de salud y educación en particular, sumados a la terrible inseguridad de las personas y de los bienes, son apenas algunas de las manifestaciones del derrumbe institucional y ético protagonizado por el régimen.
Es imposible conseguir buenas noticias. Ni siquiera en los medios oficialistas hay información estimulante. No me refiero, por supuesto, a la mil millonaria propaganda publicitaria que nadie se traga. Mentiras por toneladas y disimulo al máximo de la inexplicables realidades que son incapaces de afrontar. Estamos mal y vamos hacia peor. La situación es difícil para los demócratas de un país gobernado tiránicamente. Llegó la dictadura con ánimo de quedarse. Además se trata de gente ideologizada en dirección probadamente errónea, ineficiente para el cumplimiento de sus deberes y altamente corrompida cumpliendo a plenitud con el rol de corruptores de la sociedad.
Esto no tiene remedio mientras el actual régimen exista. Llegó la hora de luchar por un cambio integral en la vida venezolana. Hay que sustituirlo por otro ajustado a Derecho y a los principios y valores de la vida en libertad y democracia. Para lograrlo es indispensable la unidad de quienes pensamos en la misma dirección. Puede ser dinámica y hasta diferenciada, pero pretender que en nombre de la unidad opositora se toleren conductas reprochables y errores graves es hacernos cómplices de un “viaje hacia ninguna parte”. Unidad no puede ser complicidad. Lo rechazamos en nombre de nuestras convicciones y de trayectorias que debemos honrar.