La pelambre ilusoria
La falsificación y el oportunismo lucen como dos de los ingredientes indispensables para la inédita experiencia autoritaria que padecemos. De una, se encarga la formidable maquinaria propagandística y publicitaria del régimen y, sobre la otra, oficia su alto clero en busca de la salvación eterna.
Así como lentamente construye la noción de un bloqueo estadunidense, sin que nadie recuerde un acto de provocación proveniente del norte, constante y sonante, ahora vuelven las manos de pintura y el frisado a un magnicidio que ha sido constante denuncia del Presidente Chávez, aún antes de posesionarse. Faltó un pelito, dijo en el Zulia, para que el francotirador le volara la tapa de los sesos o comprobara la calidad de sus elegantes chalecos blindados.
Poco importa que, a lo largo de ocho años, no exhiba prueba alguna de los atentados en ciernes o no se atreva a la definitiva simulación de un hecho punible, pues lo esencial es inflamar el imaginario de sus más inocentes seguidores, apuntando a toda la oposición o al inefable imperialismo, con todas las consecuencias del caso. La pelambre ilusoria alcanza, por lo demás, a la propia gestión gubernamental, pues, a modo de ilustración, PDVSA no ha presentado sus cuentas en tres años, pero debemos contentarnos con una poderosa presunción de honestidad y sentido nacionalista en el manejo de la industria por un reducido elenco: peor, forma parte de la fe necesaria de profesar ante la versión que del mundo y de las cosas tiene el gobierno nacional.
Los más avisados integrantes del principal partido oficialista y de los partidos subsidiarios, callan por la más firme y pragmática de las conveniencias, como ocurre con otros temas que se convierten en materia de expiación y autoflagelación. Plenamente aceptado por sus adversarios, difieren la discusión sobre el partido único que los hará enfilarse hacia el confesionario miraflorino para hacer el balance de sus lealtades y deslices, a objeto de sostenerse en el poder o en sus inmediaciones; y, pasando por eunucos políticos, ni siquiera plantean el retorno a las fuentes marxistas, sempiterno recurso para examinar –si se desea- la propuesta de un socialismo del siglo XXI jamás definido siquiera en la intimidad de una conversación con el jefe del Estado.
Sancionados en el campo de las representaciones políticas, la tentativa de magnicidio, la eficiencia de PDVSA, el partido único y el socialismo del siglo XXI materialmente existen en el universo del oficialismo, suscitando la movilización de la vasta clientela que ha conformado. Quizá callar pueda ser una solución para los más avisados, tratando de retardar la hora del juicio final: importa el aquí y el ahora, y dirán que en el camino enderezarán las cargas en procura del futuro certificado de subsistencia o los esperará un exilio forzado o dorado del que también podrán dar su propia versión.
Los lamentables acontecimientos de La Paragua se inscriben en el fenómeno comentado, aunque se trate del nada simbólico homicidio de personas inocentes. Hacerse los locos parece ser la consigna de los dirigentes oficialistas, arreciando contra todo aquél que ose denunciar los hechos: después del caso Lovera, Cantaura o Yumare, la materia está agotada.