Sacalapatalajá
(%=Image(3197036,»L»)%) Sin duda una semana esta que pasó (o está pasando), que hizo retroceder al país a aquellas décadas del siglo XX cuando los dictadores Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez gobernaron con mano de hierro y en medio del más absoluto silencio; pero también que lo hizo progresar a las protestas estudiantiles de los años 1928 y 1957 que, no solo marcaron el inicio del fin de los gobiernos de fuerza, sino también el risorgimento de una generación de venezolanos más democrática, más transparente, más consistente y más aprendida.
Por eso, 7 días para recordar el misterioso y telúrico “sacalapatalajá”, el grito de guerra de los jóvenes que en las postrimerías del gomecismo rompieron el hielo con el que policías represivas, censura, cárceles, torturas, muertes y trabajos forzados convirtieron a Venezuela en el país más atrasado del mundo.
Y que consciente o inconscientemente repiten los jóvenes y estudiantes venezolanos cada vez que un sátrapa recoge las miasmas de uno y otro dictador e inicia la marcha que condena a millones de ciudadanos a ser súbditos de un rey redentor, rehabilitador e iluminado.
De ahí que siempre es también el nacimiento de una generación, de ese refrescamiento por el que torrentes de ideas y sentimientos recién llegados barren con los hábitos que crean los dictadores y los que permiten que se instalen los dictadores.
Fin de un ciclo y comienzo de otro y de una guerra que no termina cuando el esperpento es desalojado del poder, sino que continúa y transfigura en una misión más trascendente, pues de lo que se trata es de deshacerse generacionalmente de quienes, con intención o sin intención, se convierten en los vástagos de la especie en extinción.
En cuanto al caso que nos ocupa (que no es otro que el de Hugo Chávez y el de la nueva generación que batalla en las calles por hacerlo retroceder o sacarlo del poder), debe decirse que se trata, no solo de un déspota que fue a buscar al pasado los rituales para someter a los venezolanos, sino que también se cubrió con el peso de cadenas de ideas del siglo XIX que habían fracasado en el XX y ensayar a que lo tomaran como un renovado y creativo vendedor de baratijas.
De ahí que combine kepis, botas, charreteras y galones con cadenas de radio y televisión donde pronuncia discursos que pueden durar hasta 7 horas y por esa vía es el primer dictador de la historia en utilizar una tecnología de punta, no solo para aplastar a sus oyentes con información falsa, sino para torturarlos.
Un innovador, sin duda; un revolucionario de la milenaria escuela del pensamiento único, la hiperinflación del ego y el poder total que ha ensayado a sintetizar pócimas y conjuros en rituales donde un anciano moribundo le escribe todos los días, desde un país y un periódico de su propiedad, las fórmulas para salir de los caos en los que, de puro disfuncional, lo introduce.
Y Chávez muy contento, feliz y triunfador… hasta el día que el grito de los estudiantes de febrero de 1928 retoñó entre los estudiantes del 28 de mayo pasado y empezó a borrarle las muecas, reduciéndolo a un orador de 2 horas de discursos y animador de manifestaciones de utilería que trata por todos los medios de contener la avalancha que lo condena y persigue desde todos los rincones del país y del mundo.
Hora de pasar agachado, de hacerse el loco, ver como se gana tiempo y regresar con los delirios pero después que pase el temporal.
Pero ¿pasará?…Como otras veces ¿pasará?…Pareciera que no es la intención de la nueva generación que se está proponiendo objetivos políticamente posibles, mientras con la derrota del paquete más grotesco y pestilente del salvador de la humanidad, hace el inventario para que el chavismo vaya desapareciendo como se esfuman los chubascos en el horizonte.
Claro, que dejando sequelas de muerte y destrucción, pero también la esperanza de que, por lo menos en el siglo XXI, no tendrán otra oportunidad.