La Zona del Canal
1.-En mi lenguaje privado, la zona del canal no está en Panamá.Se extiende por sobre un territorio de límites sumamente imprecisos puesto que no son linderos estrictamente físicos sino también temporales. Trataré de precisarlos, a riesgo de confundir al lector.
La zona del canal está en alguna parte entre las esquinas de Bárcenas a Río y el fin de mi primera juventud. Fue en la zona del canal donde aprendí un oficio —el de libretista de culebrones– que ya no ejerzo pero que ha nutrido mucho de los que sé del mundo y de la vida y donde hice amigos de pasmosa durabilidad.
Esta crónica corrobora el papel de los automatismos en la escritura: la escribo en vísperas del domingo 27 de mayo, luego de haber hecho notas a partir de la resolución de la comisión de asuntos exteriores del senado estadounidense y la del parlamento europeo en torno al affaire RCTV.
Me proponía compartir con los lectores de Tal Cual algunas consideraciones en torno al modo sorprendente con que la historia deshace sus ovillos tirando del hilo menos pensado.
Lo esencial de esas consideraciones se dice, en verdad, en pocas palabras: una decisión arbitraria, pero no más arbitraria que otras tantas que hemos visto tomar a este gobierno, produce un cambio sustancial en la percepción internacional del cariz totalitario del mismo.
Esto no es poca cosa: una de las fortalezas relativas de Chávez en el ámbito internacional había sido hasta ahora, justamente, la noción aceptada sin examen en el exterior de que se trata de un gobierno de izquierda democráticamente electo, que actúa apegado a una constitución refrendada por una vasta mayoría de la población.
A pesar de los muchos desafueros de que ha hecho víctima a sus adversarios, a la oposición le había sido sumamente difìcil, cuando no imposible, mostrar ante el resto del mundo un indicio fehaciente del cariz crecientemente totalitario del gobierno.
En el caso estadounidense, la resolución, redactada con encomiable apego a la mejor tradición jeffersoniana, enumera puntillosamente el articulado del orden jurídico interamericano que vulnera el retiro arbitrario de la concesión y la muestra como una violación grave de los usos democráticos que son premisa del sistema regional del que Venezuela forma parte.
En lo prospectivo, hay que advertir que la resolución fue refrendada por senadores que ya son precandidatos a la presidencia de su país.
En el caso del parlamento europeo, la resolución repara con alarma en el hecho de que la no renovación de la concesión emana de un deseo personal del jefe de estado.
Otras anotaciones quería compartir acerca de ambas resoluciones, de su singular sincronía con la decisión de la CIDH respecto al mismo caso y de sus inevitables consecuencias de todo esto, cuando escribí, maquinalmente, el título de esta bagatela de los lunes.
2.-
La primera vez que escuché la expresión “zona del canal” para referirse al sector del viejo casco central donde funciona Radio Caracas TV, fue a raíz de un incendio que estuvo a punto de sacarla del aire. Hablo de finales de la década de los setenta.
La voraz conflagración y los esfuerzos de los bomberos por extinguirla lograron hacer colapsar el tránsito automotor en la cuadricula de calles que era preciso atravesar para llegar a la estación televisora, cuya entrada principal estuvo muchos años entre las esquinas de Bárcenas a Río.
Yo no lograba explicarme el motivo de la tremenda tranca aquella mañana, mientras trataba de llegar al canal. Tuve que dejar mi Volkswagen botado por ahí, encaramado en la acera, cerca de la esquina de Guayabal, y hacer a pie el resto del camino.
Cuando doblé la esquina de Bárcenas pude ver las mangas de los bomberos “refrescando” el edificio. Sentados sobre una mesa de billar, rescatada de uno de los estudios donde se grababa la telenovela que escribía yo por entonces a seis manos con Pilar Romero y el desaparecido Fausto Verdial, estaban José Ignacio Cabrujas, Lucio Bueno y “Kiko” Mendive.
De ellos recabé lo esencial del caso: el incendio había comenzado de madrugada en el gigantesco depósito de talleres de utilería y un par de estudios del canal habían ardido. Parte importante de las instalaciones estaba afectada seriamente. Concretamente, los estudios en que se grababa la telenovela que escribiamos Pilar, Fausto y yo, eran los más dañados.
—Los bomberos sacaron del estudio 12 unas “Ikegame” vueltas melcocha–dijo Kiko,como para ayudarme a ponderar la extensión de los daños. Las “Ikegame” eran unas cámaras que resumían la tecnología de punta de la época.
Allí me estuve un rato, junto con los demás mirones, preguntándome qué iba a pasar con la telenovela. Si las cosas en el estudio 12 estaban como las pintaba Kiko, eso solo quería decir que hasta ese día llegaba el culebrón que, todo hay que decirlo, no andaba bien de rating. Comencé a planear qué hacer durante esas forzadas vacaciones.
Algo de esto le comentaría a mis amigos porque recuerdo que fue entonces cuando Cabrujas dijo:
—Mejor no haga planes, poeta. Quédese por aquí, por la zona del canal: la telenovelas salen al aire todas las noches, con o sin incendio.
A media mañana, cuando las bombas impelente-aspirantes comenzaron a funcionar, se me ocurrió entrar al canal. En uno los pasillos semianegados me topé de manos a boca con Juan Lamata, el papá de Luis Alberto. Juan dirigía la telenovela.
Venía de echar un vistazo a los estudios. Había encontrado varios ángulos de estudio que, según su experiencia, permitirían reanudar las grabaciones en breve. Mientras tanto, él pautaría escenas exteriores.
—Sí ustedes entregan libretos hoy, mañana seguimos grabando. Esta noche no hay porqué salir del aire–dijo, como si tal cosa.
Encontré a Fausto y a Pilar tecleando sus escenas del capítulo en una oficina improvisada en un edificio cercano donde me esperaba una máquina de escribir.
La lección del día fue que en la zona del canal nunca se sale del aire.