Opinión Nacional

El disquito rojo y la transgresión del pueblo

No es sano, ni ético, ni mucho menos motivo de orgullo el que un Estado o gobierno en particular, sea quien deteriore, socave, afecte y trasgreda las bases elementales del Derecho, su esencia, trayectoria y fines. Si alguna función cumple el Derecho desde tiempos antiguos es precisamente la de normar, reglamentar y fundamentalmente colocar limites al ejercicio del poder por parte de quienes ejerzan su titularidad, sean éstos instituciones, poderes públicos, órganos colegiados, pequeños grupos, o incluso, reducidas cofradías o como sucede en América Latina, Presidentes de la República con actitudes y rasgos poco democráticos y plurales.

Uno de los momentos más eleméntale y transcendentales del hombre estriba precisamente en haberse colocado sobre cualquier orden político y sociedad, proclamando al Derecho como límite y protección de si mismo. Por tanto, en pleno siglo XXI embargado y pleno de tendencias de reafirmación de los valores transcendentales del hombre, entre ellos, la democracia como régimen político e ideal de vida, heterogeneidad y el pluralismo, y la progresividad del ser humano convertido en ciudadano. Por tales motivos y razones nos parece reñido los rasgos y actitudes que asumen la nueva casta de políticos en cierto países de América Latina, entre ellos Venezuela, donde paulatinamente se socavan nuestra esencia como demócratas, nuestros valores profundamente liberales, y se atenta incluso contra el propio Derecho afectado según al vaivén, los caprichos, contrasentidos y las espontaneidades de quienes por el destino ocupan la titularidad de nuestros gobiernos.

Venezuela no puede sentirse como país, República y sociedad, orgullosa de ver cómo no sólo se atenta contra la economía, los legítimos intereses de TODOS los venezolanos, su patrimonio material y humano, sino además, cómo se está institucionalizando una suerte de “personalismo” y “arbitrariedad” según los cuales, se alteran los lapsos, se reabren, reinterpretan y sanciona sentencias de sala plena del TSJ, no se respeta ni la esencia ni tampoco la formalidad del Derecho, la máxima que guía el accionar está en que hay que hacerlo porque el presidente ordena, porque al monarca de turno le gusta, porque hay que complacer los caprichos y apetencias, por y para el proceso TODO, por y para la revolución TODO.

Y repito, el daño no es sólo formalidad, reglamentación, sino realidad, es la destrucción de los cimientos que sustentan al Derecho, a la democracia, y cuando hablamos de la democracia no nos referimos a ese modelo sui generis que en la jerga del presidente sería la “democracia tumultuaria”, preferimos optar por el recuerdo y la tradición, por el modelo que conocimos los venezolanos desde 1958 con el Pacto de Punto Fijo, una democracia con muchas fallas e imperfecciones, pero con la presencia de instituciones y el respeto de los valores y cánones elementales y definitorios del ejercicio democrático. No esta mascara, esta opereta bufa venida a menos, donde son más los engañados y empobrecidos material y espiritualmente, que los redimidos por el proceso misssmo.

Insisto no es un problema de capricho, de que si me gusta más la democracia liberal y representativa o la naciente e inventada en Venezuela como protagónica y participativa, no es un problema de capitalismo o socialismo del siglo XXI, el problema es de ciudadanía, de institucionalidad, de códigos, reglas de juego, logros, estándares de vida, carreteras, acueductos, luz, servicios públicos, productividad, inversión, prosperidad, logros, felicidad, categorías, procesos y anhelos legítimos por cualquier ciudadano, más si ese ciudadano es habitante de un país petrolero y un Estado tan pechador de impuestos como el nuestro.

De tal manera que el disquito rojito de la revolución, el proceso, las cooperativas, cárcel a los corruptos, arriba Cuba y América Latina y el Caribe y abajo Venezuela, viva el hambre, la miseria, la inseguridad, viva el desempleo, PDVSA, SIDOR, CANTV y el Canal 8 ahora es de todos. Son aparte de un cuento chino, malo por cierto, una mentira grotesca inviable, contra histórica, ese disquito no sólo está rallado sino que mucha gente incluso seguidores del Presidente parecieran no querer oír.

Veremos…

(*) Profesor de la Universidad de Los Andes

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