Cuper y Rupertina
Me voy, mas allá está de estas tierras vive la esperanza. Me cuentan que después de muchas leguas con sus soles y noches, lluvias, atardeceres y alboradas largas envueltas en vientos de salmueras, de turbias noches borrascosas, uno llega y puede agarrar los anhelos que uno se lleva dentro y los que le deparan los caminos. Así habló Cupertina y echó en la bolsa los avíos que creyó necesarios para los doce primeros días con sus noches de trayectos inciertos. Al pasar el umbral y sin volver la cara escuchó la voz de Rupertina. La verdad está aquí, aquí nacimos, aquí podemos hacer realidad las fantasías, truncas o completas, como las construyeron los viejos que nos dieron la carne y sembraron sus almas en nuestro cuerpo, allá sólo es verdad la palabra que escuchamos de nadie pero que anda suelta en la memoria que nos dejaron los que antes se fueron, a quienes aún no hemos podido tocar, ver, oler, sentir. Creemos que es verdad, y verdad es porque nunca, nunca han regresado y como en las cosas de la muerte siempre pensamos que quienes se marcharon felices han de ser del lado opuesto. A paso largo, Cupertina no oyó nada más sólo un murmullo lento solo envuelto en lágrimas de nostalgia, anhelo y miedo.
Cupertina y Rupertina habían nacido el mismo día a la misma hora el mismo instante del mismo vientre e hijas engendradas del mismo y único padre eran, allí en el Chocó, en el extremo lejos, orillera ranchería del otro mar gigante, tenebroso inescrutable sin límites. Nunca supieron como habían llegado allí sus ancestros, sino que venían como esclavos para las exposiciones y sus ventas por El Caribe todo, que según sus cualidades de salud y fuerza, al ojo abierto, se pudieran pesar. De lejos, sabían que vinieron del Continente donde antes muy antes sus ancestros nacieron, pero de quienes nada sabían ni como fueron, solo las cosas que se quedan dentro, imborrables como el color mismo de su piel y que si cambia por cosas del amor o de la fuerza se crean seres diversos muy distintos de alma y cuerpos de los que antes fueron y allí trabajaban como doblan el lomo los negros desde siempre para que el amo coma y libertades a montón ejerza. Ni Cupertina ni Rupertina se interrogaron nunca con reservas o deseos de sabiduría por sus orígenes, jamás estuvo en ellas presente la nostalgia, porque sabias tenían presente que se tiene nostalgia de cuanto se ha perdido y supieron de siempre que nada, nada tuvieron, que innecesario era interrogarse por el origen, que no hay vuelta atrás, que si felices fueron ya se fueron que si infelices fuero que no vuelvan, que la vida, la verdadera vida, no comienza sino al otro día que está por llegar, pero hay que salir de ésta, de este día para alcanzar poder lo que aun no llega. El paraíso está muy delante nunca atrás, buscarlo es perder el tiempo o convertirse en estatua de sal. De ese encuentro con la realidad nacieron sus dos visiones distintas de mirarse y contemplar la vida, de reconocer a los demás y de verse a sí mismas. La de Cuper y la de Ruper, como así se llamaban realmente, porque común les era el ina, y entonces, ellas lo sabían bien, lo que es de todos a nadie identifica, como que no es de nadie, de modo que ellas eran Cuper y Ruper, cada una según cada una era. Cuper veía el mundo como una aventura a cielo abierto, desnuda en las noches para andar más lejos sin que nadie la viera, cubierta en el día su belleza para que nadie osar de ella pudiera. Ruper hizo su mundo con las manos, así como Dios hizo al hombre de la tierra.
Durante mucho tiempo dedicaron su esfuerzo a vender pasteles. A hacer mágicos los tostones de plátanos impregnados de su sabiduría rica en formas y colores de sabor y de olores repletos. Se apostaban temprano cada día a las puertas de las plantas para satisfacer a los trabajadores exuberantes de hambre y sudorosa libido que se sacian con los pasteles y quedan insatisfechas las otras ganas del hambre que no pasa que se lleva en las venas, que se asienta en fuego que arde en el acelerado corazón y transforma la cama en mesa de aventuras. El pago diario para cumplir las exigencias de la casa, el piropo aceptado en pícara sonrisa para dejar abiertas las ilusiones a la libido. Así vivieron juntas, inseparables, amarradas en sus risas y cuentos, mucho tiempo hasta que el mundo empezó a ser complejo. La otra negra, la de senos descubiertos para la sublimación de los deseos, caderas concupiscentes vestida de lujuria lúdica cubierta por trajes que no pesan amoldados al viento y al fuego sinuoso, de los ojos avaros, se presentó repleta de ella y al por mayor dejaba sus pasteles envueltos de insinuaciones para cobrar el sábado que viene, allá en su casa, donde se arreglaban todas las cuentas por pagar, todas sin dejar una afuera. La competencia no conoce lealtades sino de éxitos o derrotas según los vencedores o vencidos y Cuper y Ruper nada tenían que hacer allí… Volverse cada una hacia sí y allí ya no cabían reinversiones. La demanda estaba cubierta y satisfecha en ese acuerdo sin reglas de los consumidores y vendedores donde las trampas alcanzan más virtudes que la cualidad de las cosas que en su juego entran. Su mercado había muerto o había nacido uno de ellas desconocido. Los pasteles cambiaron de presentación y de envoltorio. Comerse sus pasteles era morderla a ella dispendiosa que hacía crecer la sed de poseerla para saciarla toda en tiempo de sabat bajo su techo lecho.
A decir verdad allí las dificultades estuvieron en la vida de todos los días, calores muy intensos, aguaceros sin tregua, plagas de todas las especies, contrabandos y tráficos prohibidos que se multiplicaron según la intensidad de las persecuciones y los servicios pagados con creces según la avaricia y alcances de sus consumidores. No había leyes, cada quien vivía su armonía con los demás porque la única ley era la de no inmiscuirse. Cada quien a lo suyo preservando en sus actos cuanto del otro fuera, y así vivieron con las abundancia o estrecheces que se controlaban con esa única ley, que cada quien sea lo que es sin transgredir los espacios del otro. Como en un ciclo donde el bien y el mal vivían juntos sin alcanzar nunca ni la felicidad desmedida ni la desdicha que sin piedad llega. El mundo era ese y estaba allí perfecto en la grandeza de sus imperfecciones, pero llegaron ellos, la guerrilla y los otros, los primeros para prometernos el cielo en esa tierra, los otros para evitar lo que posible fuera, los juntaba la muerte como su identidad, eficaz medio para alcanzar sus fines. La esperanza y el terror andaban juntos y juntos la costumbre de existir con ellos para poder vivir lo que aún queda. Ah! ah!, allá en cambio, se repetía constante Cúper, la paz está a la mano del que llega. Trabajo en abundancia, sueldos buenos, tranquilidad en calles y avenidas, abundancia de pan, pero sobre todo de queso y plátano de todos los tamanos, sabores y textura, exquisiteces que con fruición reclamaba su cuerpo y verdad hacía lo imaginario para el solaz del alma. Patrones buenos sin distingos que sientan en su mesa a quien trabaja y comparten su sal, su pan y el vino. Que era riesgoso el viaje, si, verdad era, pero Cuper sabía que asumir riesgos para salir del peso que ata al suelo las alas es el camino para encontrarse con la libertad de poder vivir a cielo abierto sin el pánico que provoca el terror ni la desilusión de las promesas incumplidas. Pero Cuper sabía mucho más. Poder ejercer la libertad de ahorrarse sacrificios y crecer en haberes para asegurar la vida de los que atrás se quedan. Ojalá alcance el tiempo para que Ruper gozosa viva la alegría de mi vuelta y con la abundancia que colmará el avío de mi regreso garantizar pueda más que el tiempo que vendrá, que bueno sea, salir de las miserias que en la memoria quedan como piedras.
Como que verdad era lo que el verbo que anunciaba, la dicha existe y vive en estas tierras nuevas, así habló Cuper al inicio del tiempo. Trabajo en abundancia pero sin carreras, compartidas las faenas más duras con la patrona. Cafecito tempranero para sonreír a la mañana, la limpieza sin prisas y sin atropellos, la comida servida sin ninguna mengua ni discriminaciones, los mismos aperos para partir el pan, los mismos alimentos, y todo lo demás que igual se hacía, que poco era a la hora de entregarlo todo, pues todo tenía el mismo rasero, se cortaba con la misma proporción de las medidas que con holgura saciaran el hambre con el buen gusto rodeado de flores, el vino blanco o tinto según los pescados y las carnes eran como vivir de fiesta, los amarillos al horno, el topocho envuelto de miel y quesos derretidos, los días libres para el descanso de cada día de fiesta, los sábados y domingos enteros y la reseca curada con las sopas de huevos, leche y perejil sin ninguna pregunta, reproche o mala cara, la conversa entre iguales, señora Cuper por favor esto o aquello y siempre el por favor que iba primero. Puertas y ventanas abiertas para que desayune el sol con la familia y los vientos nos traigan las historias de más lejos, de allá de donde no se llega sino en sueños, fueron los únicos momentos de tristezas compartidas, ellos por no escuchar a los hijos que allende el mar residen, Cuper, por nada escuchar nada de Rúper. ¿Cómo andará?. No saber nada de ella era la única carga que solo ven los ojos cuando se cierran para saber de la tristeza de la ausencia. Sabía que no había muerto, las sabía hábil para zafase del flagelo de la guerra y del terror, indeseables huéspedes en El Chocó. Pero es la ausencia, las ganas del encuentro que crecen, crecen y se multiplican según la bondad, las alegrías que a uno lo envuelven cuando se está lejos. Solía así Cuper hablar en susurros a solas o contar los sueños a viva voz, siempre era bueno compartir las penas como son buenas las alegrías juntas todos juntos.
Los terremotos son los infartos de la tierra y las desgracias como las tempestades viven y acompanan al pobre. Ratos muy pocos son los de alegría, llegó la hora de regresar a casa, con las manos vacías y mas colmada de anos con sus pesos siniestros. ¿Qué contar del paraíso primero que me atrajo?. La abundancia dejó lugar a la miseria, la seguridad fue muerta por el miedo y el terror corre por dentro de uno y por fuera copando cada esquina esperando protegido con su guadaña a cuestas. Y allá como andarán, tendrá Ruper el mismo amor de siempre y comprenderá sin lástimas ni reproches mi vuelta de la ausencia?. Tal vez una orquídea del camino pueda echar al costal y entregársela a Ruper como el regalo de tantos anos idos en distancias de verdades muertas, colmada la espera con la esperanza de las manos llenas. Dinero no es posible, nada vale, ni ficciones se pueden tejer con sus monedas. El peso un enano de otrora es un señor de hoy, se invirtieron las cosas. El bolívar de ayer, el rey del patio, piltrafa pordiosera que avergüenza, prostituta pobre que agoniza en un bar de escombros donde hurgan en vano pordioseros.
¿Cómo me iré?. Viajar de regreso es la muerte cuando se cabalga sobre ruinas y la derrota pesa más que la luz que anhela el invidente. El qué dirán que duele es poca cosa cuando el dolor se vive uno como el peso de su propia vergüenza. Me llevo la bondad de la gente, bueno es, lo mejor puede ser, pero también me agobia su tristeza, verlos allí inmóviles sin nada que vislumbre primaveras. ¿Pagarán los pecados quienes siempre cumplieron los diez mandamientos mientras opulentos, gordos, felices los que todos violaron?. ¿Será que dios no existe o es eso puro cuento?. ¿Suficiente no es el castigo que tenemos y sobre todos pesa de vivir la vida esperando la muerte?. Se horrorizaba Cuper de sus herejes preguntas y persignaba lavando sus pecados, rescantando la fe, la fe de los que sufren es la única que existe, alimentando lo que nunca se tiene. Los poderosos no necesitan de la fe, tienen poder y el mismo dios los oye. De nuevo la cruz y la herejía que circulaba entre los huesos. Me apenan los patrones de pies de manos atados con cadenas de miedos sin tener a donde ir ni cómo irse. ¿Y allá qué pasará?. ¿Ruper estará fortalecida?. ¿La habrá cambiado el tiempo? La hija de Cuper había muerto, según testimoniaron los suyos y le dejó un nieto que era de ella. Negrito como el humo de la lena verdad con sus alas abiertas para alcanzar los cielos. Verlo era la máxima razón de su regreso, irse huyendo era la causa esencial de su indetenible marcha. Si se trajera al nietecito, como le prometieron, lucía bueno por la gente buena que ofrecía su techo; ¿pero qué brindarle?. Aquí ya no había nada. Temor y odios sólo eso sembrados por las palabras siniestras que maldicen, ofenden, prevarican, y si de amor se habla, es como la trampa para llevar incautos tranquilos a la hoguera.
Me voy, en estas tierras nada queda, se agotó la esperanza. Y se echó a andar banada iba con las lágrimas del amor que se queda fortalecida con las que anima el fuego de lo que aun no llega. En Medellín, se repetía, lo hallaré todo, todo lo que nunca tuve y cuanto he perdido en tantas vueltas de andares y venires a tientas sin llegar al comienzo.
De Cuper nunca nadie más supo. Sus huellas quedaron sembradas en los cuentos nocturnos. Que subió a los cielos montada en una nube y que vive en una casita construida en el aire cuidando sus jardines de rocíos con sus manos de blanquísimos lirios donde el mal nunca llega. La otra historia, como son las historias de los héroes, afirma que Ruper la esperaba y se abrazaron para el encuentro de su unión primera según fue su origen y juntas conformaron el ser que siempre fueron, único que en esencia y dos en persona.