Opinión Nacional

Vivir entre miedos

El miedo es una emoción sombría. Unas de las sensaciones más terribles que puede experimentar el ser humano. Un sentimiento que surge y cuesta desaparecer. El DRAE nos dice que es una “Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario”. También, “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”.

En Venezuela, la gran mayoría de la población, si no toda, vive llena de miedo, de muchos miedos, porque hay muchas cosas, en este caso reales, que le atemorizan. El venezolano de hoy se levanta cada mañana y siente miedo, transita por las calles con miedo, se devuelve a su casa atravesando la ciudad, entre miedos.

Son sorprendentes las cifras publicadas de quienes han sido víctimas de la delincuencia. Casi la mitad de la población ha sufrido un asalto, una herida, una muerte ocasionada por ladrones, violadores, homicidas. Así, la misma vida en cualquier lugar del país se transforma en una propina del destino. En un momento entre muchos que corre el riesgo de desaparecer en un segundo.

El padre teme que el hijo adolescente lo espere a la puerta del cine, el hijo teme que su padre demore porque se siente en riesgo. La esposa se inquieta porque el marido viene de lejos y cualquier cosa puede ocurrir en el camino. El profesional compra un carro apetecible para los malhechores, y siente miedo cada vez que se acerca a sacarlo del estacionamiento.

Pero no solo hay miedo al robo y a la muerte. También hay miedo al desabastecimiento de alimentos, a la dificultad para conseguir el repuesto de un carro o de una lavadora, a la interminable lista de espera para comprar un vehículo.

Hay miedo a trasladarse en las carreteras, a transitar por ‘la trocha’ para llegar al litoral central, y hay miedo de ser blanco del hampa durante un día de playa.

Hay miedo a encender el televisor y escuchar las noticias, conocer del proceso para cerrar RCTV, de los allanamientos sin razón a periódicos del país, de amenazas y atentados a periodistas, de despidos injustificados y detenciones de autoridades locales por hacer oposición al gobierno. Hay miedo a las persecuciones, a las medidas tomadas para dificultar el desenvolvimiento de la empresa privada, a los controles establecidos para centralizar el poder.

Hay miedo de ir a una institución médica privada y pagar la cuenta, pero también hay miedo de que el gobierno las intervenga porque no existe alternativa para la salud. Hay miedo de que se adoctrine a los estudiantes, de que no se otorguen los dólares de Cadivi para salir del país o para surtir a las empresas.

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Hay miedo a los organismos encargados de la seguridad ciudadana y del Estado venezolano. Se teme a la policía y a los ladrones, a la Guardia Nacional por su desempeño especialmente estos últimos años, a la Fuerza Armada Nacional por no defender los intereses de los venezolanos sino los de un solo partido.

Hay miedo también a expresarse, a reclamar, a demandar que se cumpla le ley. En definitiva, hay miedo a la ausencia de ley.

Hay miedo a que sigan pasando cosas y no pase nada. Y también hay miedo a que algo pase.

Así seguimos viviendo en Venezuela. Sobrevivimos en un país entre miedos.

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