Los rostros del totalitarismo
Una diferencia esencial entre la dictadura e, incluso, la tiranía, y el totalitarismo, reside en que los dos primeros modelos autoritarios, generalmente, no se meten en la vida privada de la gente. Respetan el carácter seglar de las sociedades. En cambio, el totalitarismo ataca la naturaleza laica que debe poseer toda colectividad plural, e intenta moldear el pensamiento, carácter, gusto y hasta sentimientos de la gente. No se conforman con detentar el poder del Estado. Necesitan dominar la mente y voluntad de las personas, y acabar con la sociedad civil.
Es cierto que los dictadores convencionales disfrutan con la grandilocuencia. Hablan con prosopopeya de la Patria. Exaltan el nacionalismo y se colocan a sí mismos como ejemplo de patriotismo. No obstante, respetan la esfera privada cuando esta no colide con los fines del autócrata. A los dictadores desarrollistas, déspotas civilizadores, como los llama Carlos Raúl Hernández, les gusta predicar sobre la grandeza del país. Se platean planes faraónicos en los que consumen recursos colosales. En Venezuela el mejor ejemplo de este tipo de personajes es Marcos Pérez Jiménez y su Nuevo Ideal Nacional. De sus delirios de grandeza, afortunadamente, quedaron obras de enorme importancia. La autopista Caracas-La Guaira, ahora envilecida con la trocha bolivariana, es una de ellas. El Sha de Irán representa otro ejemplo, aunque menos afortunado para los persas. Reza Phalevi, obsesionado por contar con el ejército más moderno y combativo de toda la región del Golfo Pérsico, invirtió gran parte de la gigantesca fortuna que le proporcionó la bonanza petrolera de mediados de los años 70, en comprar costosos juguetes de guerra. Su insensatez le ha salido muy caro a Irán. Desde hace tres décadas esa nación está sometida a una variante del totalitarismo: el Estado teocrático. Para colmo de males durante los últimos años se entronizó en el poder un fanático iracundo llamado Ahmadinejad.
El totalitarismo, por su lado, obliga a la gente a meterse en política, aunque esta no quiera. No respeta aquel célebre consejo que Francisco Franco les daba a sus amigos (recomendación que, por cierto, él también ignoraba): “haga como yo: no se meta en política”. En los sistemas totalitarios el individuo se convierte en una modesta pieza de un engranaje gigantesco con vida propia, que lo incorpora y sojuzga.
En Venezuela aún no se han alcanzado los extremos a los que se llegó en la Unión Soviética, Europa del Este, la China de Mao o Cuba. Incluso, todavía estamos lejos de esos infiernos. Sin embargo, ya no debe haber dudas acerca de que esos regímenes encarnan el tipo ideal que le gustaría imponer a Hugo Chávez, aunque sea en el largo plazo. De allí su voracidad insaciable por lograr el control de todo lo que el marxismo posterior a Antonio Gramcsi llama los aparatos ideológicos del Estado: medios de comunicación, sistema educativo, centros de investigación científica y demás instituciones y organismos con capacidad para generar una corriente de simpatías acerca de las bondades e inevitabilidad del proceso revolucionario bolivariano. No por casualidad una de sus frases favoritas es: “La revolución llegó para quedarse, aquí no hay vuelta atrás”. Las revoluciones, sobre todo las comunistas, no se detienen a considerar la voluntad genuina de las mayorías, ni le dan ningún valor al libre albedrío. Ya lo digo Fidel Castro en 1966: “Tendremos que acostumbrarnos a gobernar en minoría”. Durante 50 años esta sentencia se ha cumplido. En el caso venezolano, tantos son los abusos, el ventajismo oficial y las sospechas que se ciernen sobre los comicios, que las elecciones se han convertido en cínicos y costosos operativos para atornillar el Chávez en el poder.
El asedio y eventual toma de RCTV a partir del 27 de mayo, forma parte de ese siniestro plan para dominar los medios de comunicación, una de las arcillas que hace posible modelar la conciencia colectiva. La impudencia del ministro de Información y Comunicación (MIC), William Lara, no ha podido ocultar las verdaderas intenciones del régimen. Decía en días recientes ese funcionario, que RCTV no será un clon de Venezolana de Televisión. Con esa declaración ya estaba admitiendo lo que en realidad es la emisora oficial: una agencia sectaria, inescrupulosa y abyecta de publicidad del gobierno y de fanatización de los espectadores. Ese canal no forma ni informa, sino que deforma. Su expresión más genuina es La Hojilla, programa que en vez de cortar infecta, por el halo nauseabundo que exhala su conductor.
A todas las razones políticas que sirven para explicar el golpe contra RCTV, hay que agregar las motivaciones que se derivan de la vocación totalitaria del régimen bolivariano. Este talante se manifiesta en la campaña abusiva e ilegal de descrédito llevada adelante por el MIC con fondos públicos. Esta cruzada, denunciada por los directivos del canal ante la Fiscalía Superior de Caracas, seguramente proseguirá, sin que sus responsables sean sancionados y ni siquiera exhortados a abandonarla. Tal es la sumisión del Ministerio Público a los designios del Poder Ejecutivo, que no se esfuerzan por mostrar el menor asomo de independencia ni autonomía. La contundencia y rapidez con la que actuó el Poder Judicial en el caso de la jueza que les dio la libertad condicional a los acusados de estar implicados en la fuga de Eduardo Lapi fue tanta, que los funcionarios de los otros poderes deben de estar escarmentados.
El país, y menos aun la oposición, termina de reaccionar frente a un régimen que intenta construir una sociedad y un Estado ideocrático y politocrático. Es decir, un modelo en el que todos los individuos tratan de ser esculpidos de acuerdo con los patrones y las valoraciones ideológicas y políticas de la claque en el poder.