Velásquez Alvaray, Príncipe de las Letras
1.-
No sólo el tenaz José Balza––con justicia llamado el Alain
Robbe-Grillet de Tucupita, quizá el último concesionario latinoamericano de la ya desaparecida “escuela de la mirada” francesa–– o Carlos Noguera–– el único novelista criollo capaz de levantar del piso un premio nacional de literatura rechazado por otro desconocido universal, como si se tratase de una rolata al shortstop engarzada, como suele decirse, “de cordón de zapatos”–– deben haber sentido recrudecer una mortificante urgencia de verdadero reconocimiento literario ultramarino luego de que el premio Herralde de novela 2007 le fuese otorgado en España a Alberto Barrera Tyszka.
También el exmagistrado Luis Velázquez Alvaray aspira, ¡y que sea pronto!, a un lugar en la hoy globalizada república de las letras. Maye Primera Garcés, nuestra jefa de redacción, logró una envidiable primicia periodística al entevistarlo para Tal Cual en su edición del pasado miércoles 28 de marzo.
Lo prodigioso del caso está en que para ello no tuvo Maye que adentrarse en ninguna fragosa red clandestina del autoexilio venezolano. No fue en un local de la calle 8 de Miami donde Velázquez Alvaray le confió que pronto el mundo verá el fruto de su acatamiento a una vocación literaria postergada por la política. El mérito de Maye ha estado en avistar al ubicuo Velázquez Alvaray ––y lograr de él tan entusiasmante anuncio– nada menos que en ocasión del Congreso de la Lengua y de los homenajes al Premio Nobel Gabriel García Márquez que tuvieron lugar la semana pasada en Cartagena de Indias.
—Sí, estoy haciendo (sic) una novela, terminé un libro sobre (Ezequiel) Zamora y bueno, ahí estoy–declaró el exmagistrado.
Ese ”y bueno, ahí estoy” nos habla a las claras de la modestia que suele acompañar al talento genuino. Que Velázquez Alvaray prefiera decir que está ”haciendo una novela”, en lugar de estarla “escribiendo”, me habla de una noble disposición artesanal en su trato con el lenguaje. No puedo sino aprobar ese ”estoy haciendo una novela” : sólo los snobs suelen decir que están “trabajando cierta materia narrativa” o que andan “ buscando su propia voz”, etc. Velázquez Alvaray no es de esa laya: él “hace” novelas, igual que alguna vez fabricó sentencias, manufacturó dictámenes, torció licitaciones, ofició destituciones de jueces, promovió órdenes de pago y dispuso transferencias de fondos.
2.-
Más arriba dejé dicho que el mérito de Maye estuvo en avistar a Velázquez Alvaray en la vecina Cartagena. Más preciso sería decir que el mérito estuvo en avistarlo y poder reconocerlo.
Confieso que había yo escuchado hablar mucho del exmagistrado, de su rápido ascenso, de su poder discrecional. Una noche, un amigo mío, en trance de darme la cola después de una cena en Altamira, me mostró al pasar la mansión de Velázquez Alvaray, las muchas camionetas todoterreno de Velázquez Alvaray, los guardaespaldas de Velázquez Alvaray. Pero confieso que nunca lo había visto ni en efigie porque, deliberadamente, no tengo televisión en mi estudio y procuro no crisparme leyendo la página roja.
Las fotos publicadas la semana pasada en este diario lo muestran como el proverbial “car’ecomún” indiscernible en una multitud. El exmagistrado disidente ofrece la estampa perfecta para constituirse en exitoso prófugo eterno de la justicia––ya sea bolivariana o de la buena––, en el Richard Kimble del proceso “rojo-rojito”, jamás reconocido ni capturado por ningún sabueso hasta la consumación de los siglos. Al verlo, pensé en un líder comunitario progubernamental que hubiese hecho el Programa Básico de Gerencia en el IESA con una beca de Freddy Bernal y se vistiese con saldos de Casablanca.
Se parece a cualquier acomodado truchimán adeco de la llamada IV República; Velázquez Alvaray pasaría inadvertido en el cumpleaños de Ramos Allup.
Ojalá no tomé a mal estos comentarios que, de cerca y de lejos, pueden parecer escarnecedores y clasistas. Pero pasa que, tal como están las cosas, y a juzgar por el modo en que en Venezuela tratan hoy hasta a los editores chavistas como Eleazar Díaz Rangel, prefiero el cobarde ejercicio de hacer leña del árbol caído confiando en que no hayan quedado, entre Los Enanos que Velázquez Alvaray denuncia sin nombrarlos, protervos infiltrados suyos, fichas hibernantes sembradas por él mismo que, a una orden suya, hagan leña de mí.
Con todo, las apariencias engañan: en la soledad de su exilio, el exmagistrado se ha reconciliado con su propio y verdadero yo. Se le nota en la expresión grave. Velázquez Alvaray se ha decidido a ser lo que quizá siempre quiso ser: alguien en la nomenclatura literaria venezolana del tipo que le gusta a Farruco Sesto, alguien como Stefania Mosca o Carlos Noguera.
No debería mover a irrisión la vocación tardía por las letras que confiesa Velázquez Alvaray : Joseph Conrad y José Saramago son sólo exitosos ejemplos a mano de eso que los anglosajones llaman “late starters”; esto es, “principiantes tardíos”, por no decir primerizos añosos.
Se ha dicho mil veces que son los temas y los personajes los que eligen al autor y no al revés. En el caso de Velázquez Alvaray esto se cumple al pie de la letra. Cualquiera diría que está él en la situación ideal para escribir al menos un bestseller local. Toda esa familiariad que exhibe con los manejos e intenciones de José Vicente Rangel, a quien señala como el jefe de una oposición sin escrúpulos, la mera noción de una mafia policial-judicial llamada Los Enanos y los tejemanejes de Omar Mora sugieren un gran libro-escándalo.
Es una pena que el exmagistrado no se incline por el género testimonial. Si se animase podría darnos unas memorias de la satrapía, primera parte. Cuando se le pregunta dónde vive, calla y no dice si en México o España. El exmagistrado no vive en ninguna parte; su domicilio es un misterio como el de Thomas Harris , autor de “El Silencio de los Inocentes”.
Pero Velázquez Alvaray quiere ser novelista y escribir ¡sobre el baturro fundador del Opus Dei!, el “santo de la vida diaria”, el pavosísimo padre Escrivá de Balaguer a quien Juan Pablo II “turbocanonizó” por la vía rápida. Con un personaje así su “obra en progreso” corre el riesgo de aburrirnos a muerte, tanto como la mejor que haya escrito José Balza.
Una lástima.