Marxismo-mandrakismo
Muchos años atrás, disfruté de una película llamada algo así como “Ya la propiedad privada no es un robo”, aunque ahora no logro ubicar el nombre del director. De corrosivo y extraordinario humor, recordamos la escena en la que quedó sorprendida la policía italiana al allanar la habitación y topar con los afiches de Marx y de Mandrake El Mago, declarándose inmediatamente el subversivo como marxista-mandrakista.
La cada vez más furiosa polémica emprendida por Hugo Chávez y su inmediato entorno respecto al partido único, respondida en forma proporcionalmente temerosa y vacilante por los partidos y líderes que lo han acompañado subsidiariamente, suele confundir al resto de los espectadores venezolanos, ya que poco o nada se sabe del definitivo carácter científico o utópico del socialismo en curso. A falta de definiciones tajantes en la propia familia política presidencial, cada quien las ensaya desde una perspectiva que se desea sobria u otra inevitablemente trocada en mágica, intentando preservar el cupo correspondiente en el presupuesto público.
Cupo que reclama la singular pluralidad del oficialismo, con el perdón del oxímoron, invocando la aparente diversidad de tendencias que recojan un poco las ya lejanas reacciones anti-estalinistas de las que quizá tampoco tenga noticia el sector militarista del MVR, en vías de una pausada disolución. A modo de ejemplo, indicaba el profesor Luis Martín Santos: “El marxismo como socialismo democrático y socialismo de la solidaridad huye del ´partido único´ como del diablo tentador. Marx, que yo sepa, no sostuvo nunca el partido único y daba por normal la existencia de varios partidos obreros” (“Teoría marxista de la revolución”, Akal Editor, Madrid, 1977: 118).
Cada vez más parecido al socialismo real, el que padecemos está encaminado dialécticamente a erigir un (solo) partido resueltamente confundido con el Estado, aceptando –a lo sumo- la ornamentalidad de otros que intenten administrar a la oposición, por lo que sobra la ilusión una vez acunada en el remoto y sonriente Polo Patriótico, porque –si fuere el caso- existen entidades como la Clase Media en Positivo, acaso más representativa que el PPT, perdedor estelar de las elecciones de la CTV. Por lo demás, insistamos en la lección histórica del asfixiante monopartidismo que dejó Polonia (aunque hablase de la existencia o reconocimiento del Partido Democrático y del Partido Campesino Unificado, junto al Partido Unificado Polaco), Checoeslovaquia (Partido Comunista, Partido Socialista, Partido Popular, Partido Eslovaco de la Reconstrucción, Partido Eslovaco de la Libertad), o la República Democrática Alemana (Partido Socialista Unificado, Partido Liberal Democrático, Unión Cristiano Demócrata, Partido Democrático Campesino y Partido Nacional Democrático), según lo reportara A. Kositsin (“Socialismo y Estado”, Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1977: 33). Doble digresión, por una parte, éste autor señalaba que “nadie tiene derecho a presentar particularmente candidaturas” a los organismos soviéticos de representación, correspondiéndoles a las “organizaciones sociales y a las colectividades de trabajadores” elegir a los “más dignos” (ibidem: 52); y, por otra, destacar que también hubo un Partido Popular en el país que una vez se atrevió a asomar el “socialismo con rostro humano”, atropellado casi impecablemente por los tanques en 1968.
A la calculada indefinición de un socialismo que ha ensayado la inédita y, a lo mejor, muy postmoderna vía del mandrakismo, se suma la cláusula de confidencialidad de la reforma constitucional. Probablemente nos sorprenda –ésta vez- con la entronización de un partido-rector, no otro que el del gobierno, consagrado el 60% de los sufragios presidenciales como “baremo de la superlegalidad”, e –incluso- fusionado con la Reserva y la Guardia Territorial. Y ¿por qué resulta imposible?: contravenida la Constitución de la República, Alberto Müller Rojas, militar activo, forma parte de la comisión propulsora del PSUV; al implicar el tesoro nacional, entra peligrosamente en las inmediaciones de un presunto e imprescriptible delito de salvaguarda del patrimonio público; y, por si no fuese bastante, la artificial reyerta contra la Sala Constitucional (de “farsa no bien montada” la calificó recientemente César Pérez Vivas), es una suerte de ataque preventivo contra el TSJ que después deberá saludar la conversión del pueblo en otro órgano del Estado, gracias a una constituyente derivada.
Tardando meses en solicitar el debate, ruegan la comprensión presidencial a la vez que crecen las deserciones en Podemos o deambula sobre sí mismo el PPT. Y es que, por descarte, el partido único se hará nominalmente marxista-leninista, como lo aspira Roberto Hernández, aunque sin el plantel actual del PCV.
SOLIDARISMO CRISTIANO
Pocas veces aceptamos que “Venezuela atraviesa por la peor crisis política, económica y social de su historia republicana”, como refiere en su más reciente publicación Román J. Duque Corredor: “Solidarismo cristiano, o crecimiento con equidad, ante el socialismo del siglo XXI” (Proyectos y Asesorías Comunicacionales, Mérida, 2007: 106). Suerte de octante que ayuda a asomarse a la actual constelación política e ideológica del régimen, se ofrece como “guía del pensamiento socialcristiano” para los jóvenes (16) dispuestos a descubrir el valor moral de la democracia, representativa y de representación (80), algo más que apostar literalmente por la simple salida de Hugo Chávez del poder.
Importante frente a quienes desean prescindir de ellos, reivindica los enfoques ideológicos que constituyen un sistema de doctrina coherente, al considerarlos como “pensamientos científicamente estructurados según sus fuentes y sus principios generales” (13 s.). Es lo que permite, de un lado, hacer la “galletología” (15) necesaria para tratar de ordenar la variedad contradictoria de las versiones oficiales (oficialistas y oficiosas) del denominado socialismo del siglo XXI (29-38); y, por otro lado, destacarlo como “altisonante, picaresco y confuso” (16), definitivamente vinculado al histórico y absolutista, inspirado en el “odio y persecución como política de Estado” (40), falseando su naturaleza y caracteres (cristiano, aborigen, bolivariano, etc.).
Duque Corredor plantea la opción de la economía solidaria y social de crecimiento con equidad de la doctrina socialcristiana, fundado en la dignidad de las personas y los derechos inherentes: hecho prepolítico, preconstitucional y anterior al Estado (17 s.). Madre y maestra, reseña la enseñanza social de la Iglesia Católica, incluyendo los más recientes documentos de la Conferencia Episcopal Venezolana.
El autor realiza importantes consideraciones sobre la propiedad pública y privada o la educación, aludiendo al particular marxismo de Antonio Negri o –tema en el que es un reconocido especialista- al desarrollo rural integral, no sin asentar –por ejemplo- aquello de la seguridad alimentaria como fruto de la eliminación del latifundio, aunque también del respeto por la propiedad del productor y de la tierra trabajada (76). Vicepresidente renunciante en el marco de la crisis de marzo de 2006, estimamos muy sucinta la referencia a COPEI y los disminuidos resultados electorales de diciembre próximo pasado (102).
Generoso obsequio del amigo Nilson Guerra Zambrano, la obra en cuestión permite –ésta vez- asomarnos a la propia constelación doctrinaria, ideológica y programática de la democracia cristiana, sospechosa y recurrentemente olvidada por quienes tampoco ofrecen alternativas debatibles (rasgo esencial de toda propuesta que se estime pensada, profunda y coherente después de ocho años de régimen), a pesar del ejercicio formal (e interino) de la dirección política. Quizá la otra cara del “chavismo”, fenómeno propio del rentismo sociológico que nos embarga.
Finalmente, como tuvimos ocasión de manifestarlo al autor mediante un telegrama digital, nos felicitamos por una propuesta para la discusión, afincada en convicciones que el país puede redescubrir. Sobre todo en una época extremadamente paradójica, en la que la genuina literatura política –que no, la propaganda manufacturada por el Estado confiscado- escasea, entre otros motivos, por los elevadísimos costos de la imprenta.