Un fantasma político
La llamada línea política constituye una herramienta fundamental del quehacer necesariamente político, quizá el pleonasmo obligado para un presente que no la ha sabido intuida, concebida e implementada desde las instancias participadas o colegiadas de las organizaciones especializadas en el bien común. Precisamente, al provenir de los clanes manufacturadores de sus propios e indiscutidos intereses, supo de todo el desprestigio que la precipitó hacia la ineficacia e, incluso, el vergonzoso cinismo ético que hicieron muchos de los polvos del lodazal actual.
Es necesario afrontar las circunstancias que entorpecen las posibilidades de una política opositora consistente, profunda, coherente y –en definitiva- confiable, confiscando los porvenires que presumimos ha de llevar en sus entrañas. No hay línea política que baje a todo el país, porque no hay política organizada.
Basta alguna convocatoria electoral, por muy plebiscitaria que sea, para demostrar la inexistencia real de muchas entidades políticas y sociales que plenan frecuentemente los medios de comunicación, y las sobrevivientes, como si estuvieran indigestas de los tormentosos momentos que todavía las mantienen en pie, en lugar de acometer la difícil y exigente empresa de su reconstrucción, respetando los liderazgos naturales y revindicando el debate democrático que diga de una riqueza de convicciones, tienen por empeño – cuales agencias de festejo – propinarse literalmente un baño mediático que, a la postre, las desnuda para exhibir todas sus flaquezas, improvisaciones, orfandades y caprichos.
Asidas a una fantasmal línea política, no hay decisión que tomen las direcciones nacionales supervivientes, en forma unilateral y ridículamente celebracional, capaz de reventar en las playas de una región, un municipio, una parroquia, un caserío. Después, para no enmendar la plana de las evidencias, confiarán en el pronto olvido de los grandes anuncios, supliéndolos con otros fragores. Y, aunque hay un más allá de Caracas que no es monte y culebra, resignados a lo que puedan hacer los cuadros medios y de base en forma contradictoria y –a veces- no menos arbitraria, los remiendos son para un espectáculo siempre inconcluso, mientras la realidad insobornable transcurre impecable y airosa.
Lo peor es que, por un lado, los comentaristas o analistas de la prensa escrita y audiovisual, los que suelen fijar la línea política al derivarla de una irresistible matriz de opinión, en la que también concursa el Estado Mediático en boga, no pueden realizar el penoso trabajo de estructurar y organizar la discusión y la realización de los objetivos por los que claman, a menos que sinceren sus actuaciones en términos conceptual e inequívocamente político-partidistas. Y, por el otro lado, influyendo también en el modo de hacer y de pensar las cosas, los partidos oficialistas en aparente rebelión, ruegan la comprensión presidencial porque se saben recipiendarios de votos completamente ajenos, frágiles ante el erario público que determina la existencia de las organizaciones oficialistas.
La llamada antipolítica está llegando a su fin sobre los hombros de la realidad que obliga a apelar por medios más artesanales, porque cada vez se dificulta más polemizar, definir y llevar a la práctica las líneas políticas a través de los recursos que se suponen tan lógicos o naturales en la vida democrática. Objetivamente, sólo insisten en lo que mejor llamamos infrapolítica, aquellos que aún disponen de algunos recursos importantes.
Se dice que la peor etapa de la lucha antiperezjimenista se ubica entre 1954 y 1955, luego de probadas todas las fórmulas convencionales de combate antidictatorial. Por lo menos, había una multiplicidad y una concertación de líneas políticas, e instancias -por minimizadas que estuvieran- receptoras y cumplidoras, una voluntad de lucha y planteamientos creadores que hoy están ausentes, al juzgar verazmente la situación en la que se encuentran los partidos, gremios empresariales y sindicales, estudiantiles y vecinales.
Debemos superar obstáculos muy concretos, ya que la menor diligencia política y opositora depende de los cada vez más elevados costos económicos de las llamadas telefónicas y de los más modestos viajes al interior, el auxilio solidario de amigos y relacionados que claman por un medicamento, algo en lo que no reparan los grandes hacedores de la antipolítica, estadistas cautivos e impenitentes de la hora. Y agreguemos los prevalecientes prejuicios, pues, frente a la leyenda del todos incorregiblemente corruptos, hay personas que hacen inmensos sacrificios y, miembros de comités ejecutivos como de la CTV, deben serenamente recorrer los hospitales públicos para intentar remediar una circunstancia por la que no se arrodillan ante nadie.
Habla el que se fue
Interesa más la historia que cursa que la diluida en mil avatares, ya que la entrevista realizada a Luis Valderrama nos parece menos importante que la lograda por Agustín Blanco Muñoz a un protagonista decidido: “Habla el que se fue. El mensaje de Carlos Ortega” (Cátedra Pío Tamayo-CEHA-UCV, Caracas, 2006).
Destacan los argumentos más elaborados del entrevistador y, obviamente, de un entrevistado que insiste en que no es político, abriendo ventanas hacia los acontecimientos que, por cercanos, forman parte de una historia inconclusa. La responsabilidad de grandes empresarios, las maniobras inconsultas de aquél 11 de abril, la búsqueda insensata de candidaturas presidenciales, el fantasma de la guerra civil, las traiciones y acuerdos de opositores con el gobierno, la amenaza de muerte desde varios flancos políticos, constituyen pasajes extraordinarios que Blanco Muñoz sintetiza como “factores de compra-venta” (428), resaltando la solución a “cortísimo plazo” (310) prevista por Ortega y la determinación de fugarse (479 ss.).
Valgan algunas caracterizaciones en torno a la paradoja de los beneficios económicos y tributarios de la relación con Estados Unidos (18) y la vocación neoliberal del régimen chavista (121), al igual que la alianza con las cúpulas militares, que no cívico-militar (180), el retroceso cooperativista (207), los rasgos del venezolano (370). Acierta el entrevistado al considerar prematuro juzgar las consecuencias reales del paro petrolero (366), así como el entrevistador que advierte la necesidad de crear una sociedad democrática (412).
Significativa nos parece la alusión a aquellos que no arriesgaban su “capital político” (408), fenómeno recurrente por estos años referido a los que también militaron en partidos políticos, cuya declaratoria de independencia dijo convertirlos en potenciales sucesores de Hugo Chávez por dispensa de sus figuraciones mediáticas. Además, la acusación que hace Ortega en torno al país que deja a su entera y exclusiva suerte a los presos políticos, por los que ni siquiera hacen circular un manifiesto como ocurría en los años sesenta (442, 446).
Tuvimos ocasión de asistir a la presentación del libro en la sede del Colegio de Ingenieros de Caracas, después de pasar por el hotel Hilton para atender la convocatoria general que hizo Manuel Rosales a un acto de la unidad opositora. Sin lugar a dudas, la presentación del libro fue más sentida y proporcionalmente más concurrida que la de quien fue candidato.
Igualmente, pudimos visitar a Ortega cuando estaba recluido en Ramo Verde, junto a José Urbina, Rosángela Castellano, Ramón Petit y César Pérez Vivas, mostrándose firme, reflexivo, seguro y sereno. Se ha olvidado que, a pesar de ocupar Acción Democrática el tercer lugar en el orden de las votaciones de Caracas, los socialcristianos propusimos al Presidente de la CTV para el primer puesto como candidato a diputado, pero –como aconteció con Enrique Mendoza en Caracas- Primero Justicia se opuso rotundamente.
Ojalá la larga entrevista realizada a Carlos Ortega suscite la reflexión de quienes, además, apoyan al gobierno nacional. No hay póliza alguna que políticamente asegure el futuro político y personal de los todavía oficialistas. Por último, dígalo o no Ortega, algún día se sabrá de los opositores que pactaron directa e indirectamente con el gobierno, acaso actuales visitantes de la taquilla de la partida secreta.