Opinión Nacional

La lección de Sebastián Haffner

1.- El viernes 2 de febrero pasado cruzaba yo la avenida Miranda de
Caracas, a la salida de la estación del metro «Parque del Este»,
cuando el estruendo de reactores de combate me hizo detenerme y mirar
a lo alto. Eran dos los flamantes Sukhoi Su-30, reconocibles por el
doble alerón de cola, distintivo del diseño aeronáutico militar de la
era soviética. Los primeros que llegan a Venezuela, sólo dos de una
escuadrilla de 24 cuya compra había sido anunciada ya hace tiempo. Lo
que me chocó como realmente sorprendente fue la actitud de los
viandantes: nadie parecía parar mientes en ellos. ¿Por qué estarían
evolucionando sobre mi ciudad dos cazas de fabricación rusa? ¿Qué sabía
la gente que yo no sabía y que la llevaba a ignorar el fragoroso
estruendo de aviones de guerra? Entonces caí en cuenta de que el vuelo
de práctica preludiaba el desfile militar anunciado para dos días más
tarde.

2.- Con el desfile militar del pasado domingo 4 de febrero, Chávez
conmemoró su fallida intentona de hace 15 años. Apenas una semana
antes la Asamblea Nacional había abdicado en el Máximo Líder la
función legisladora —» sólo durante 18 meses» — al promulgar una «ley
habilitante».

Los poderes especiales que Hitler solicitó al Reichstag lo
«habilitaban» a gobernar por decreto por cuatro años apenas: se
mantuvo 12 en el poder, hasta la hora y punto del pistoletazo de mayo
de 1945. El espectáculo del desfile fue bochornoso:
pendones con el rostro de nuestro dicaz Kim Il Sung llanero y vallas
gigantescas con frases de su vagaroso «ideario».

Los batallones de élite trotaban con sus recién adquiridos fusiles de
asalto AK-47 rusos al tiempo que voceaban «Patria, Socialismo o
muerte». Los ministros, los magistrados del Tribunal Supremo y del
llamado Poder Ciudadano, gritaban al unísono consignas partidarias
junto con Chávez. Y mis dos cazas Shukoi 30 revolotearon por sobre la
ciudad.

El público asistente a la parada no sabía que asistía a la creación
del brazo armado de los designios del Jefe.

3.- En el bando opositor, el sentimiento moral prevaleciente estos días
es la aquiescencia. Por eso, quizá, mientras miraba a ratos por
televisión el indignante desfile, pensé en Sebastián Haffner.

Sebastián Haffner (1907-1999) fue un berlinés que en 1938 se exiló en
Inglaterra pues se consideraba una víctima aria de los nazis.

Luego de su muerte, entre sus papeles fue hallado un manuscrito
inédito que Haffner había terminado en 1939. Publicado por primera vez
a más de 60 años de haberlo escrito [Historia de un alemán, memorias
1914-1939, Editorial Destino, Barcelona, 2001], el libro póstumo de
Haffner se convirtió en sólo unos pocos años en texto imprescindible
para comprender uno de los misterios de la conducta colectiva humana:
la paulatina aquiescencia con que una sociedad abierta se aviene a
vivir en una dictadura.

Haffner, desde luego, no ha sido el único escritor europeo del siglo
XX a quien ha llamado la atención la operación intelectual y la
contorsión moral que permiten a un individuo imbuirse de una especie
de estupor político con el que cree poder sobrevivir sin ser visto ni
tocado por una dictadura de masas.

«La historia que va a ser relatada a continuación —con estas palabras
aborda Haffner el primer capítulo— versa sobre una especie de duelo.

Se trata del duelo entre dos contrincantes muy desiguales: un Estado
tremendamente poderoso, fuerte y despiadado, y un individuo
particular, pequeño, anónimo y desconocido. Este duelo no se
desarrolla en el campo de lo que comúnmente se considera la política;
el particular no es en modo alguno un político, ni mucho menos un
conspirador o un ‘enemigo público’.

Está en todo momento claramente a
la defensiva. No pretende más que salvaguardar aquello que, mal que
bien, considera su propia personalidad, su propia vida y su honor
personal. Todo ello es atacado sin cesar por el Estado en que vive y
con el que lidia nuestro particular, a través de medios brutales, si
bien algo torpes.»Refiriéndose a los comienzos de 1933, cuando los
nazis, ya instalados en el poder y entregados a copar con rapidez
pasmosa todas las instituciones del Estado alemán, Haffner anotó: «La
situación de los alemanes no nazis durante el verano de 1933 fue
ciertamente una de las más difíciles en las que se pueda encontrar un
ser humano: un estado de sometimiento total. [… ] Todos los
baluartes institucionales habían caído, era imposible ya cualquier
tipo de resistencia colectiva y la oposición individual era una
especie de suicidio. Los nazis nos tenían completamente en sus manos.

[… ] Y, al mismo tiempo, todos los días nos instaban no ya a
rendirnos, sino a pasarnos al bando contrario.

Bastaba un ligero pacto
con el diablo para dejar de pertenecer al bando de los prisioneros y
perseguidos y pasar a formar parte del grupo de los vencedores y
perseguidores.» Quien viva en la Venezuela de hoy día tomaría estas
palabras por crónica de actualidad.

Es llegado aquí donde, creo, calza una de sus observaciones más
sugestivas y que remiten a la idea del duelo desigual entre el Estado
y un individuo particular: «Uno se siente siempre tentado a creer que
la historia se desarrolla entre unas docenas de personas que ‘rigen el
destino de los pueblos’ y de cuyas decisiones y actos resultará lo
que, más adelante, será denominado ‘Historia’.

[… ], pero, aunque pueda sonar paradójico, no deja de ser un simple
hecho que las decisiones y los acontecimientos históricos realmente
importantes tienen lugar en nosotros, en los seres anónimos, en las
entrañas de un individuo cualquiera, y que ante estas decisiones
masivas y simultáneas, cuyos responsables a menudo no son conscientes
de estar tomándolas, hasta los dictadores, los ministros y los
generales más poderosos se encuentran completamente indefensos.» Ojalá
la todavía hoy enorme masa opositora venezolana no ceda a la
aquiescencia tan propia de lo que mi amigo Álvaro Vargas Llosa llamó
alguna vez «la contenta barbarie.»

«Todos los baluartes institucionales habían caído, era imposible ya
cualquier tipo de resistencia colectiva y la oposición individual era
una especie de suicidio»

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