Opinión Nacional

La turbamulta gobernante

La ambición compulsiva del teniente coronel por el ejercicio hegemónico del poder se hace patente en cada una de sus actuaciones transmitidas por la cadena nacional de radio y TV, en especial cuando ordena y manda. Así hace aprobar una Ley Habilitante que le permita legislar dejando de lado los engorrosos trámites parlamentarios y la posibilidad, si bien remota, de alguna enojosa disidencia se complementa con el mandato de reunir el parlamento en la vía pública, rodeado por una turbamulta borracha de odio inoculado y de aguardiente, que da vítores a la usurpación de la voluntad ciudadana; en el tono solemne que asume cuando anuncia grandes decisiones, tales como la nacionalización de cuanto expele algún tufo imperialista, porque le viene en gana.

Por esa razón el autócrata ha ordenado acelerar la activación de los consejos comunales, que vienen a ser la concreción del concepto ideológico de la democracia participativa y protagónica, sustitutiva de la representativa y burguesa. Anuncio de gancho político que decreta la abolición de consejos municipales y alcaldías, fundamento histórico de la organización ciudadana. Se trata de implantar un modelo que bajo la cobertura de colocar el poder en manos de la gente de a pié, fomenta el espontaneísmo, lo anárquico, el caos.

Ahora bien, la idea de que el ciudadano sea incorporado a los entes que fijan el curso del desarrollo local no es solamente plausible sino de importancia capital. Pero, siempre surgen los peros que es como decir maldita sea. El asunto es que los mentados consejos, por orden del Supremo, dependerán de ÉL, en virtud de lo cual la burocracia crecerá en progresión geométrica, morirá el concepto de políticas públicas en el ámbito municipal por carencia de conocimientos, orden y concierto e ignorancia de su utilidad y lo recursos presupuestarios alimentarán un gigantesco festín de Baltasar desde ahora previsible, por la imposibilidad operativa de controles administrativos.

¿Y dónde se ha visto eso?, se preguntará usted. En países donde la democracia participativa y protagónica es una mascarada que esconde el horror de la democracia tumultuaria, acorde con el contrasentido “dictadura democrática” con el cual un jefecillo definió a este régimen; en países en los cuales el poder ejecutivo ha usurpado los demás poderes, con el beneplácito sus integrantes, valga decir Cuba y la República Socialista Bolivariana de Venezuela, cuyo ductor realiza denodados esfuerzos por fondearla en el muelle castro-comunista, utilizando el poder hipnótico de su parloteo y el embadurnamiento petrolero. En ese contexto los tales concejos serán una réplica de los Comité de Defensa de la Revolución Cubana, la más acabada cuan abyecta organización de espionaje y delación.

Participar, para sembrar en su seno credo y prácticas democráticas, es un imperativo de conciencia. Porque la instauración del modelo castro-comunista no es posible en una sociedad sustentada en valores democráticos incluyentes, que aspira al desarrollo económico-social en libertad. Y quien se ha propuesto hacer lo contrario no pasa de ser, a pesar de su peligrosidad, un palabrero desvelado y a los insomnes, según Chirinos, se les suministra Litio y esa droga hincha el paciente hasta reventar.

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