Opinión Nacional

Carnavales revolucionarios 2007

Creo que el detalle de que tan pronto se inicia el carnaval los venezolanos empiezan a pensar en la versión del presidente Chávez con la que se disfrazarán para celebrar las fiestas del rey Momo, podría contribuir muchísimo a despejar la incógnita  de por qué una revolución que se presenta con todas las características de un acontecimiento traumático, milenarista y fundacional  es percibido por las mayorías  a la ligera, con  sorna, burla y hasta risas.

Y eso que el propio Chávez  hace a veces un esfuerzo ímprobo para “lograr” la imagen de que “quien habla, les habla en serio”, decidió de una vez por todas blandir  una espada en la izquierda y otra en la derecha, que ya los tiempos del relajo cuando la oposición se alzaba y conspiraba llegaron a su fin,   y  que si no  se portan como él quiere, lo lamentarán, porque ahora si es verdad que no hay marcha atrás.

Todo en torno al presidente, sin embargo, sigue normal, “excesivamente normal”, con gente anclada  en su rutina sin posibilidad de que, no digamos un grito, una brizna de polvo los distraiga de lo que son hábitos adquiridos por decenas, veintenas, cientos de años, y sin dignarse siquiera dirigir una mirada a quien de manera tan estridente les amenaza con barrer todo cuanto les rodea.

Pero, sobre todo, con  las costumbres aprendidas durante estos últimos 8 años, cuando una agitación cargada de contenidos, ya rupturistas, ya conciliadores, de políticas que se anuncian para tomar el cielo por asalto y apenas vuelan a ras del suelo, dejan la impresión de que un gran circo, o un gran carnaval, es la marca del suceso del que también hay señales para pensar que se trata un drama shakesperiano, con locura colectiva y todo.

Veamos, para demostrarlo, “el carnaval revolucionario 2007”, precedido una noche antes por el “Aló Presidente” donde el jefe de estado amenazó con “expropiar” haciendas, mataderos, frigoríficos, supermercados, abastos, bodegas, y toda la cadena de producción, distribución y mercadeo de alimentos,  si no vendían los producto a precios regulados.

Y seguido por esta multitud que se apretuja en las calles de Caracas, ciudades y pueblos del interior para decidir con cuál versión del presidente Chávez  se disfrazará este año, si será con la del militar con boina roja y fusil al hombro que intentó dar un golpe de estado hace 15 años (y que hizo estragos en los carnavales del 92);  o la del líder civilista y democrático que, 6 años después, dijo “adiós a las armas” y conquistó la presidencia de la República en unas elecciones pulquérrimas; o la del fanático de la Intifada (por no decir otra cosa) que se presentó un día a Bagdad a reunirse y congratularse con un aislado,  Saddan Hussein; o la del guerrillero heroico ya no de Rolex sino Cartier,  y trajes y accesorios de marca que recorre  el mundo en un avión privado de 60  millones de dólares;  o la del revolucionario redentor, mesiánico y socialista que encabeza una  cruzada para que los humillados y ofendidos despierten y limpien la tierra de explotadores, neoliberales y capitalistas.

Pero no importa cuál se elija, ya que se puede apostar a que el socialista siglo XXI del 2007, puede transformarse el próximo año en un populista light que vuelve a optar por la economía mixta o tercerista; o que el “guerrillero heroico” del año antepasado regrese en el 2009 como el líder parlamentario y constitucionalista que ya fue una vez; o que ese mismo personaje se transforme, como por arte de magia, en el golpista del 4 febrero del  92.

O lo que es lo mismo: que en lo referente a disfraces, Chávez puede resultar razonablemente barato, pues con solo pensar que el hombre puede  regresar en cualquier carnaval del futuro  con una versión ya conocida, autoriza a tomar la vía de los coleccionistas que protege de incurrir en gastos innecesarios.

Pienso que una lección de este tipo no las acaba de dar la célula de “Al Qaeda” que amenazó a la administración chavista  a comienzos de semana, con una ola de atentados contra instalaciones petroleras venezolanas por colaborar eficientemente con la guerra que hace Estados Unidos contra “revolucionarios” irakíes y afganos al suministrarle al Gran Satán un millón y medio de crudo al día.

Pero es evidente que el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, así como los líderes de Hezbolá y Hamas, Hassan Nasrala, e Ismail Haniye, y el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-Il, también tienen razones para  pensar que Chávez es de los suyos, que es un antiimperialista  cumplido y convencido, según es el apoyo persistente que les manifiesta en su lucha contra  los infieles y por defender al mundo islámico, y a la última monarquía dinástica de Asia, de la libertad, la democracia y la sociedad abierta.

De modo que si, tanto en el Medio Oriente, como en el Asia del sudeste, celebraran el carnaval, ya sabemos el tipo de disfraz de Chávez que escogerían  unos y otros.

Es el caso, igualmente, de los chavistas duros de Venezuela y América latina, para quienes Chávez, como heredero legítimo de Fidel y el Che, es básica y totalmente el jefe destinado por la providencia para propinarle al imperialismo yanqui su derrota definitiva en una suerte de batalla de Armagedón siglo XXI (atención Spielberg y Oliver Stone a la hora de pensar en nuevas producciones de Hollywood con vocación para ganar el Oscar).

De ahí la confusión del teórico del chavismo militar, contralmirante, Luís Enrique Cabrera Aguirre, quien no puede explicarse la declaración de la célula de “Al Qaeda” amenazando las instalaciones petroleras venezolanas, pues para el oficial debería estar muy claro que Chávez es el líder actual de las luchas antiimperialistas y antinorteamericanas del mundo.

Y pregunto yo: ¿pero cómo puede estar claro si tal líder se niega a renunciar a las ventajas de venderle un millón y medio de barriles diarios de crudo a su archienemigo, cuando con solo cerrar el grifo elevaría los decrecientes precios del petróleo a 100 dólares el barril, con el subsecuente pánico que significaría para las sedientas gasolineras gringas buscar un nuevo proveedor? ¿Es que acaso tan clarividente conductor ignora que, tal como dice el comunicado de “Al Qaeda”, es con petróleo venezolano, canadiense y mexicano con que se nutren las panzas de los aviones de combate que bombardean a los “revolucionarios” de Irak, Afganistán y otras regiones del mundo?

¿Es lo que hubieran hecho Lenin, Stalin, Mao, Kim Il Sung, Ho Chi Ming y Castro en circunstancias parecidas?
Difícil precisarlo, aunque estoy seguro que si esa hubiera sido la situación,  ninguno de ellos  habría asumido en forma tan enfática una pretensión antiimperialista y antiestadounidense que no se podía confirmar en la práctica.

Pero es que lo mismo que ocurre con otros elementos del discurso chavista, como es esa manía de asociar revolución con pobreza, y predicar, cual franciscano, o maoísta de los tiempos de la revolución cultural, que quien asume la causa de la redención de los pobres debe renunciar a la riqueza y el lujo, la exuberancia y la ostentación, y prácticamente entregarse a las prácticas puritanas de vida humilde y sacrificada que tanto hicieron para que algunos historiadores creyeran que Mao era una reencarnación de Buda o Cristo, y no de Lenin o Troski en el corazón del siglo XX.

Chávez, por el contrario, se pasea por el mundo como uno más entre los ricos y famosos, lo último de la haute couture y sus accesorios, degustando en mesas donde se dan citas los grandes de la alta cocina (Ferrán, Adriá, Robuchon y otros), alojándose en hoteles cinco estrellas, y volando en un avión personal que la revolución le regaló para que difunda la buena nueva de la revolución y que le costó al fisco nacional la bicoca de 60 millones de dólares.

Y aquí también los venezolanos que se preparan a celebrar los “carnavales revolucionarios del 2007” podrían encontrar un buen disfraz: el del revolucionario nuevo rico, saudita y petrolero… aunque, les advierto,  podría costarles carísimo… no menos de 10 mil dólares.

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