Semana Santa en Macondo
Las homilías de diversos obispos de la Iglesia Católica a lo largo de la Semana Santa, a tono con la exhortación de la Conferencia Episcopal del pasado mes de enero, han dado que hablar a creyentes y no creyentes, por su lúcido contenido social de protesta ante las injusticias que hoy sufrimos los venezolanos.
Así como Rafael Arias Blanco, arzobispo de Caracas en 1957, protestó por las condiciones deplorables en las que vivía nuestro pueblo y Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador en 1980, hiciera un llamado al ejército salvadoreño para cesar la represión, así los obispos de hoy, venezolanos preocupados por los destinos de la patria, tomaron los púlpitos para reclamar al régimen los desatinos de su gestión.
Sin ambigüedad, los obispos reclamaron mejores condiciones de vida, mientras los encargados de hacerlo parecen estar más interesados en mantenerse en el poder. Al no resolver la escasez, el contrabando, la violencia, la agresividad, la pobreza vergonzante, la gente se siente abandonada. “Más grave aún es la sed de ser tomados en cuenta, de sentirse respetados, de que se cumpla la justicia humana, de tener un futuro promisorio. Es la sed que pide que no haya más pobreza, dolor, hambre”.
También ponen el dedo en la llaga del sistema judicial, pidiendo sanciones contra los violadores de los derechos humanos, especialmente en cárceles y juicios políticos. Repetidamente piden la liberación de los presos políticos.
Toda la institucionalidad es puesta en el banquillo: el militarismo y la corrupción amparados por el sistema, la desidia o negligencia de los poderes públicos para superar la crisis moral, la ineficiencia de los servicios básicos, el alto costo de la vida, la crisis en el sistema de salud pública, el desabastecimiento en todos los rubros, la escasez de empleo digno y justo, la crisis económica que paraliza al país, la inseguridad social y jurídica, la criminalización de la protesta pacífica, el radicalismo y la persecución a la disidencia política, sindical y obrera; todo lo cual conforma un duro clima político-social y un panorama nacional muy oscuro.
No queda nada en el tintero de la Curia, tanto que los jerarcas del régimen, indignados por la autenticidad terrenal más que celestial de los dardos obispales, insultan a los prelados como si ellos, venezolanos como el que más, no tuviesen derecho a manifestar su posición ciudadana, al margen de cualquier organización partidista.
Las palabras de Óscar Arnulfo Romero en 1980 provocaron su asesinato, al precio de US$ 114 pagados a un sicario. Su llamado a la paz fue la respuesta a la violencia de la dictadura. Pero hubo que esperar a 1983, cuando el trabajo del grupo Contadora, del cual Venezuela fue motor fundamental, hizo posible que el país de Romero y toda América Central emprendiera su camino hacia la paz y la democratización.
Recorrer ese camino hacia adentro de nuestra geografía deberá ser ahora la tarea de los venezolanos de nuestro tiempo, que deberemos lidiar con fuerza terrenal los asuntos apuntados por la curia. Si pudimos lograrlo para los demás, bien podemos hacerlo tierra adentro.