Agenda militar de la oposición
De ilimitada publicidad, el 15to. aniversario del fallido golpe alcanzó la jerarquía de un acto de Estado. Sin pudor alguno, Los Próceres fue el escenario de una parada bautizada como “desfile revolucionario de la dignidad”, cuyo comandante inició su perfomance militar con la ya consabida consigna de patria, muerte o socialismo.
Siendo así, la entidad armada que pertenece a 26 millones de venezolanos a los cuales debe servir, adquiere los cada vez más riesgosos visos de una partidización que puede diluirla o deshacerla en medio de las urgencias – incluso, meramente protocolares y publicitarias – del oficialismo. Una institución tan especializada del Estado experimenta paradójicamente su desmilitarización, en la misma medida que los espacios públicos y ciudadanos son remilitarizados con un fuste caricaturizador de las condiciones padecidas en los tiempos de la emancipación.
De la gesta heroica abundaron los locutores oficiales, como si no fuese suficiente la exposición de los escolares de todo el país a la desproporcionada exaltación de la personalidad presidencial. Síntesis de todo afán republicano del presente y del futuro, antes del pasado aunque fuese remoto, la historia se reescribe como una epopeya de la voluntad –obviamente- iluminada, aunque siempre procelosa.
La materia militar, temida y distante, igualmente debemos apreciarla en el contexto del combate cívico que desplegamos los venezolanos frente a un régimen de inéditas características autoritarias. Su consideración no necesariamente se inscribe en los parámetros de una conspiración armada, en un inventario de tanques y de cañones que la oposición democrática no tiene ni debería de tener a objeto de edificar la transición democrática.
La agenda de los partidos políticos y de las organizaciones de la llamada sociedad civil no debe renunciar a la consideración de tan importante y delicada materia, porque ella no se resume exclusiva y abusivamente en el referido inventario. Estimamos que la política militar también forma parte de la concertación de planteamientos de las diferentes corrientes de la oposición democrática, abordada mediante el debate serio y profundo que cada una puede iniciar, en procura de señalamientos y soluciones, denuncias y propuestas que – también- le permitan recuperar y acreditar el carácter institucional y profesional de la entidad armada.
No puede escapar de la opinión pública la reforma de la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional o la de Seguridad de la Nación, así como de otros instrumentos novedosos y afines, por más segura que sea su imposición a través de la sobrehabilitación presidencial. Es necesario asumir enteramente un debate que concierne a todos los venezolanos, porque so pretexto de alguna escaramuza anti-imperialista, forzando la unanimidad, pueden los muchachos de hoy incursionar mañana en otro país (o en el nuestro), para ensayar una guerra que será de la propia supervivencia del régimen, más allá de la nada anecdótica invitación oficial del gobierno guyanés para que desistamos de la reclamación del Esequibo.
Insistimos en una propuesta que, en su oportunidad, la manifestamos en nombre de la democracia cristiana. Lo más sensato, de acuerdo al principio de corresponsabilidad de la sociedad y del Estado, es aceptar la presencia de los sectores más representativos de la oposición en el Consejo de Seguridad de la Nación para evitar –entre otras cosas- una percepción equivocada y trágica de las realidades que nos informan, redimensionar adecuadamente las relaciones civiles-militares y –en definitiva- la partidización de una entidad que ha de servir a 26 millones de venezolanos.
El riesgo de interpretación
Enfatizado con la sobrehabilitación presidencial, el ocio parlamentario permite cotizar algunas propuestas que tienen sentido en el discurso oficialista: por ejemplo, la desprofesionalización del deporte. Empero, la bulliciosa intromisión del gobernador carabobeño en los asuntos del Magallanes, nuevamente nos coloca ante el riesgo de interpretación que corre todo seguidor sectario y agradecido de Hugo Chávez.
En efecto, aunque el ejecutivo regional tenga un porcentaje de participación, se trata de una popular franquicia que ha sobrevivido gracias a una fundación que, por definición, tiene algo más que un interés lucrativo. Pueden hallarse con facilidad en el mensaje oficialista, ahora empedernidamente anticapitalista, las pistas necesarias para que esa desprofesionalización se produzca, pero –tratándose de la última palabra- será el verbo presidencial el que avisará de su pertinencia y oportunidad, quizá con encuestas en mano, por más afanosa que sea alguna iniciativa legislativa en la materia.
Inmerecidamente subestimados sus efectos políticos, el problema deportivo igualmente revela los trazos esenciales de un régimen que depende del iluminismo. Por lo pronto, el dirigente o el activista más avisado del oficialismo deberá otear el horizonte de interpretación presidencial, palpar los vientos con el índice de sus convicciones menos profundas, porque se trata de acertar de acuerdo a la atmósfera prevaleciente en Miraflores.