Paradoja venezolana
Diversas encuestas muestran que la mayoría de los venezolanos, más del 60 por ciento, dicen estar satisfechos con la manera como funciona la democracia en su país. Ese nivel de satisfacción es uno de los más altos de la región, lo cual es verdaderamente asombroso si se considera que Chávez, a pesar de ser popular y de haber triunfado en varios procesos electorales, es uno de los líderes más autoritarios de la región.
¿A qué se debe esta contradicción? ¿Por qué los venezolanos están satisfechos con su democracia cuando su gobierno es tan poco democrático? Aunque hay varios elementos que explican esta contradicción, uno merece particular atención.
Muchos latinoamericanos tienen una concepción demasiado vaga y amplia de la democracia, donde pareciera entrar prácticamente todo lo que no es una dictadura totalitaria. Conceptos claves como separación de poderes no juegan un papel importante en esta definición. Según la encuesta regional Latinobarómetro, más del 20 por ciento de los latinoamericanos piensa que puede haber democracia sin congreso y sin partidos políticos. Y un porcentaje aún más alto (casi un tercio de la población) confiesa no poder siquiera verbalizar una definición de democracia, o de lo que ellos piensan que es una democracia (en Nicaragua, uno de los países más pobres de la región, el porcentaje alcanza el 60 por ciento). Esto en gran parte explica la paradoja venezolana. Los venezolanos están satisfechos con la democracia porque la separación de poderes no es un factor importante en su definición del término.
Dado los altísimos índices de pobreza, es totalmente comprensible que muchos latinoamericanos tengan una visión bastante limitada de la democracia. Los pobres no tienen la educación ni muchas veces los recursos para aprender o reflexionar sobre los matices de este término. Sus necesidades son más urgentes; sus prioridades son otras. Por lo demás, el hecho de que el Fiscal o los magistrados del Tribunal Supremo sean o no sean subalternos de Chávez no afecta directamente sus problemas del día a día. O mejor dicho, sí lo afecta pero a menudo de una manera disimulada que, para la mayoría, es difícil de ver. Esto, por supuesto, no ocurre con los Mercal, las becas o los médicos y las escuelas en los barrios. Estos beneficios son mucho más tangibles y por eso pesan más a la hora de elegir.
El caso de Venezuela es particularmente trágico porque la altísima renta petrolera disimula los estragos que esta ausencia de legalidad o irrespeto del Estado de Derecho causan en la economía de cualquier país. Los petrodólares además silencian a parte de la población que, con tal de recibir parte de esta renta, está dispuesta a hacerse la vista gorda frente a la grosera acumulación de poder. Sin renta petrolera, Chávez no pudiese darse el lujo de volcar millones de dólares en programas sociales y al mismo tiempo implementar reformas políticas y económicas anacrónicas que socavan el desarrollo del país.
Así como la pobreza explica en parte esta paradoja en Venezuela, ella también explica algunas contradicciones evidentes relacionadas al supuesto auge de la izquierda en la región que muchos señalan en los medios de comunicación. ¿Apoyan cada vez más los latinoamericanos las causas tradicionalmente asociadas con la izquierda? A juzgar por las elecciones que se llevaron a cabo en 2006 si pareciera haber una inclinación hacia la izquierda porque en nueve de los doce comicios ganaron candidatos que son percibidos como izquierdistas (que no es lo mismo que ser izquierdista). Pero en el plano individual está inclinación, si la hay, no es muy evidente. En este sentido la encuesta Latinobarómetro también es reveladora. La mayoría de los latinoamericanos se ubica en promedio ligeramente a la derecha del centro. En sólo dos países, Uruguay y Nicaragua, el número de personas que se autoposicionan a la izquierda supera el 30 por ciento. Varios países –Bolivia, Venezuela, Perú, Argentina– se han desplazado hacia la izquierda en los últimos diez años, pero otros, entre ellos los dos gigantes de la región, Brasil y México, y la mayoría de los países centroamericanos, se han movido hacia la derecha. En ambos casos el movimiento hacia la izquierda o la derecha ha sido muy gradual, nada que sugiera una “ola” o un auge ni de la derecha ni de la izquierda.
Jaime Fierro de Latinobarómetro me dijo en una entrevista que el éxito de la izquierda en las elecciones quizá se debe a que ella fue más efectiva cautivando los votos del centro y la centro-derecha, pero yo pienso que una manera más exacta de decir casi lo mismo es señalar el peso a veces insignificante que tienen los rótulos izquierda/derecha a la hora de elegir. Porque lo cierto es que la ideología, así como conceptos abstractos como la separación de poderes, no compiten con los problemas del día a día de los más pobres. Álvaro Noboa no ganó la primera vuelta de los comicios presidenciales de Ecuador por ser neoliberal o por declararse seguidor de Ronald Reagan en uno de los países más antiestadounidenses de la región. Probablemente la ganó porque en su campaña regaló por doquier camisas, bolsas de arroz, sillas de ruedas y computadoras.
Los cimientos de la democracia se debilitan cuando los índices de pobreza son muy altos, porque la falta de educación –más común en los pobres que en las clases media y alta– hace a la gente más proclive a tragarse mensajes populistas. Venezuela, que hasta poco era considerada una democracia modelo en la región, es un claro ejemplo de que ese riesgo de involución autoritaria siempre está allí, latente, en todos los países con instituciones débiles y altos índices de pobreza –es decir, la inmensa mayoría de los países de América Latina.