Opinión Nacional

La lucha contra el totalitarismo, ganarse el liderazgo

Antonio Sánchez García
A Manuel Rosales

“No es la ceguera, no es el desconocimiento lo que corrompe a las personas y a los Estados. No se les oculta, durante excesivo tiempo, hacia dónde les conducirá el camino emprendido. Pero en ellos existe un instinto, favorecido por su propia naturaleza y fortalecido por la costumbre, al cual no pueden resistirse y que, una y otra vez, los empuja hacia delante mientras reste en ellos algo de fuerza. Divino es sólo aquel que sabe vencerse a si mismo. La mayoría ve la ruina ante sus ojos, pero se precipita en ella.” Leopold von Ranke

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Si algo ha quedado claro tras estos ocho años de tribulaciones, particularmente desde el despertar de la sociedad civil con ocasión del decreto 1011 y la conformación de un sentimiento, una acción y una práctica inédita de oposición militante en nuestro país, es que la mitad opositora de nuestra sociedad – por cierto la más dinámica, productiva, profesionalmente capacitada e intelectualmente desarrollada del país – existe por sí y para sí, casi a pesar de los liderazgos que a lo largo de este problemático período han asumido ocasionalmente la conducción de sus asuntos coyunturales.

Es cierto: dada la profunda crisis y la casi extinción de los partidos políticos – causa y consecuencia de la emergencia del caudillismo autocrático a fines de los noventa – dichos liderazgos han debido emerger casi a su pesar desde los diferentes sectores de la vida nacional y por imposiciones circunstanciales: empresarios, dirigentes sindicales, líderes comunitarios, intelectuales y profesionales de la política. No importa la circunstancia enfrentada, que si juzgamos por los resultados prácticos, el más exitoso de todos los ocasionales liderazgos opositores – no debiéramos olvidarlo precisamente ahora, cuando se nos comienza a cocinar al fuego lento del petkoffiano «totalitarismo light» – fue el que impuso la renuncia del presidente de la república y su ominosa derrota política y militar del 11 de abril. Lo que tales líderes fueron capaces de hacer o no hacer una vez obtenido el Poder, es harina de otro costal. A pesar de la tortuosa escritura impuesta post festum y a costos descomunales desde Miraflores, el juicio de la historia aún está abierto. La herida no ha cicatrizado.

De creerle a este CNE, de cada diez venezolanos por lo menos cuatro rechazan al teniente coronel y al régimen contra natura que le está imponiendo al país. Eso, a nivel de la percepción política y de la conciencia en sí y para sí de esa gigantesca y altamente politizada masa opositora, capaz de renacer de sus cenizas con cada envión que lo requiera. Que si vamos más al fondo de la cuestión y nos preguntamos por lo que piensa y anhela el conglomerado nacional, por lo menos 8 de tales diez venezolanos se declaran anti comunistas, defienden la propiedad privada y el libre mercado como el más deseable de los sistemas socio-económicos, no consideran pecaminosa la riqueza y consideran al sistema de convivencia democrática como el más decente y deseable de los sistemas políticos. Diga el régimen lo que diga y pretenda lo que pretenda: hasta ahora no ha logrado conmover los pilares de la hegemonía cultural impuesta por cuarenta años de democracia y dos siglos de vida independiente en Venezuela. El opositor venezolano continúa siendo un demócrata militante. Y ese comportamiento vital no lo extirpará el régimen con medidas de corte fascista y totalitario, como las que le arden en la punta de los dedos contra nuestros medios más emblemáticos. Para lograrlo tendrá que oprimir en bruto: y eso, bueno es recordárselo al Sr. Petkoff, se llama totalitarismo a secas, sin adjetivaciones indulgentes.

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Son hechos constatados por todas las investigaciones y encuestas existentes. Es más: a nivel del imaginario y la conciencia política de los adeptos al teniente coronel se verifica una fisura insuperable entre la simpatía espontánea y la identificación inmediata con el caudillo y el universo ideológico que lo sustenta. La adhesión a Chávez se verifica en un nivel intelectual pre-lógico, propio de atávicas tradiciones caudillescas en las masas más retrasadas de la Venezuela heredera del universo rural del siglo XIX. Y es inseparable de la relación premio-castigo propio de comportamientos sociales primitivos. Es un fenómeno extemporáneo, que tiene lugar en sedimentos ultrapasados por la conciencia más evolucionada del país. Quítele al caudillo el premio de la mano, y allí se desinfla su liderazgo: sin taquilla, no hay socialismo del siglo XXI. Puro Pavlov, nada de Lenin. Convertir esa adhesión simpatética y espontánea de masas no emancipadas, de naturaleza atávica, en fuerza motriz de procesos socio-político más sofisticado, como una revolución socialista, es algo absolutamente problemático. La relación entre el caudillo que premia y la masa que aclama debe retroalimentarse sistemática y permanentemente. La adhesión nunca es plena y absoluta, producto de la razón. Es reflejo condicionado de una ancestral cultura populista. Como lo demuestran todos los casos de caudillismo populista en Venezuela y América Latina.

Nada más lejos del universo motriz y la cultura opositora que esa relación de conveniencia crematística y subordinación material que lastra y macula al chavismo. El opositor venezolano procede por convicción, no por conveniencia. Defiende altos valores intelectualizados en la conciencia de la modernidad: la libertad, la justicia, la democracia. Y actúa por motivos de altruismo nacional: es un patriota que ama a su país y quisiera verlo situado a la cabeza de la región en su marcha hacia la prosperidad, el éxito, la justicia.

Estamos ante dos mundos diametralmente diversos y paradojales. Un proyecto altamente sofisticado como el del socialismo – el único que se conoce, el científico formulado por Marx y Engels en el siglo XIX -, pensado como superación del capitalismo al integrar valores superiores de la civilización, requiere precisamente de un capitalismo altamente evolucionado, de un proletariado consciente y de los valores que le acompañan: de todo lo cual carece absolutamente esta Venezuela marginal, monoproductora y petrolera. Tener que recurrir a la subvención, la franela y la gorra, el transporte gratuito, el almuerzo y la mesada para lograr una escuálida movilización de masas es confesión directa de un fracaso manifiesto. Aquí, sin billete no salta el mono. Para Marx, el socialismo era impensable sobre los hombros de esos factores sociales degradados que llamara lumpen proletariado. El socialismo, incluso el tropical que convocara Fidel Castro a comienzos de los 60, no es posible con mesnadas marginales y zarrapastra mendicante: exige del llamado “hombre nuevo”, capaz de sacrificios materiales y absoluta y superior entrega espiritual como de una condición sine qua non. Y de líderes civiles, no de militares golpistas. Vaya el discurso del presidente de la república en el Panteón Nacional como prueba en concreto de que tales valores están ausentes incluso del liderazgo supremo de esta sedicente revolución.

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Sin comprender la naturaleza del opositor venezolano y el carácter «por ahora» tendencialmente totalitario del régimen, no hay liderazgo que pueda asumir a plenitud, con conciencia y vigor la conducción política, social, cultural de los demócratas venezolanos contra la tentación del totalitarismo. Y lo que es más importante: articularlo tras una estrategia de Poder, un Proyecto Nacional y una auténtica Revolución Política a futuro. Que es lo que está planteado como requerimiento histórico por los nuevos tiempos de la modernidad y la globalización. Desde luego: es una falacia pretender que Manuel Rosales es el único y exclusivo responsable de haber puesto en pie el porcentaje que – de creerle a las autoridades oficialistas del CNE -, se obtuviera el 3D. Ese porcentaje es un capital estable, un fondo permanente, un recurso vivo y siempre latente de la oposición venezolana. Y no es mensurable porcentual, cuantitativamente: es un valor cualitativo, esencial e intransferible de nuestra cultura democrática. Es un bien siempre a disposición de quien se atreva a asumir los retos de la Venezuela Democrática y enfrentar a quien pretende acabar con ella. Lo sorprendente cuantitativamente es más bien lo contrario: ese capital tocó fondo. El porcentaje electoral obtenido el 3D – siempre de darle crédito a este CNE – es el más bajo obtenido por la oposición en las cuatro contiendas electorales en que ha enfrentado al chavismo: 1998, 2000, 2004 y 2006.

Más que al crecimiento de las mesnadas electorales del oficialismo, tiendo a pensar que tal caída se debió a errores estratégicos de la concepción global de la campaña opositora. Una campaña exitosa debió haber atendido a la correcta caracterización de los valores políticos, culturales, sociales, nacionales e internacionales de la oposición venezolana. Debió haber caracterizado correctamente al régimen – no una mala democracia, sino un totalitarismo en proceso. Y entregarle la conducción de la campaña a quienes representan de manera cabal la oposición ha dicho proyecto, no a quienes simpatizan con ellos o banalizan sus tendencias totalitarias.

Creemos que los temas prioritarios a ser discutidos hoy por la oposición venezolana – no importan color ni condición – tienen que ver con este fenómeno: la caracterización de nuestros valores, la definición de nuestro proyecto nacional, la creación y desarrollo de los mecanismos que contribuyan a fortalecerlos intelectual, ideológica, orgánicamente. Y a encontrar y destacar a las figuras auténticamente capaces de representarlos. Para enfrentar de manera inclaudicable e incondicional e imponerle un dique de contención a un régimen totalitario como el que se nos pretende imponer. Nada más grave que caer en manos de quienes no comparten dichos valores, muestran debilidades congénitas con los anti valores del oficialismo, muestran una grave pusilanimidad a la hora de defender los más sagrados principios de la libertad y la democracia y caen seducidos por ofertas crematísticas, manejos de populismo doloso, caudillismos de menor cuantía.

Desde luego: para evaluar nuestra fuerza, calcular nuestros bienes y efectuar un balance de lo que somos y lo que queremos, debemos prescindir de auto engaños y manipulaciones dolosas. El 3D se sufrió una terrible, una dolorosa, una grave derrota. Hay que investigar las razones. Conformarnos con la autocomplaciente aseveración de que tal campaña nos sacó de abajo, es apostar muy bajo a nuestra inteligencia y a nuestra credibilidad. Creer que el magro resultado – siempre de creerle a este CNE oficialista – fue producto de la genialidad de una campaña extraordinaria y un extraordinario candidato es una sencilla tontería. La oposición tiene esa fuerza monumental – sea quien sea quien la comande y motive. El objetivo no es constatar tras cada medición electoral que somos el porfiado 40% de la población ciudadana de Venezuela que se resiste a arrodillarse, como insisten en señalarlo quienes del lado oficialista temen la expresión de una verdad mayor. Es convertir esa fuerza cultural, económica, social y políticamente tan poderosa en un factor indoblegable que sepa exigir las reglas del juego propias de una democracia. Si tal juego se librara dentro de marcos democráticos. Y sea capaz de ir mucho más lejos, si así lo quiere y exige el adversario.

Ese es el desafío del futuro liderazgo: acoplarse con el sentimiento opositor y asumir su conducción con coraje y grandeza. Es innegable que Manuel Rosales parte desde una excelente plataforma. Podría desbaratarla si no atiende a la gravedad del momento y no comprende la circunstancia histórico universal que vivimos. No necesitamos un gobernador. Necesitamos un líder capaz de fundirse en cuerpo y alma con uno de los conglomerados sociales y políticos más valiosos de América Latina. Para ponerse desde ahora mismo al frente de sus luchas en defensa de nuestros derechos, impidiendo la consumación de las perversas y declaradas intenciones totalitarias del régimen. Para construir la gran, la inmarcesible patria que nos legó Bolívar.

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