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Más no, mejor…

El apotegma, en todas partes, siempre ha sido: “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”. Menos por estos lados; aquí, el régimen se guía con un peculiar: “tanto Estado como podamos imponer; y el mercado, tirando a mínimo, solo lo esencial”. Somos testigos de que esa receta les ha fallado innumerables veces; pero mientras los necesitados (y los bachaqueros) están en las inmensas colas, a pleno sol, los voceros del oficialismo amenizan las esperas con explicaciones acerca de las ventajas del “Socialismo del siglo XXI”. ¡Mentiras! Ese fulano postulado lo que refleja es un resabio de socialismo real que impera solo donde las masas pueden ser engatusadas con promesas pomposas pero de difícil concreción.

Los rojos no pueden ver un empresario que haya tenido éxito porque lo hostilizan, lo vilipendian, lo fuerzan a la quiebra y, sin explicación sensata alguna, lo expropian. ¡Y cuidado si, además, no se lo llevan preso con delitos inventados y pruebas deleznables! Apenas se roban el negocio —María Corina le explicó muy bien al difunto fallecido que “expropiar sin pago es robar”— ponen a un áulico a “gerenciarlo”; y el tipo lo que hace es desbarrar: por un lado, sisa todo cuanto puede (y le pasa un porcentaje a quien lo designó); y, por el otro, toma unas decisiones tan absurdas que ni un estudiante de primer año de Administración se atrevería a avalar. Ejemplos hay por miles; baste recordar cómo funcionaban antes las empresas de Guayana, Agropatria, Lácteos Los Andes, las fincas del Sur del Lago, los fundos de la “compañía inglesa”, etc.

Todas esas empresas quebradas por el desgobierno son una rémora que no deja progresar al país; la nación entera paga por esa ineficiencia. De dos maneras: por los impuestos que debían ser destinados a mejorar las instituciones y la infraestructura pública pero se van en subsidiar esos pozos sin fondo; y por la plata que debemos sacar de nuestros bolsillos para compensar las falencias en los servicios de sanidad, organismos de seguridad e instituciones educativas; que debieran emular a las del Primer Mundo pero que cada vez más se parecen a las del África Subsahariana.

No necesitamos más Estado, sino uno mejor. La nómina oficial ha crecido exponencialmente en estos largos 16 años. Para nada, porque cada vez el aparato se mueve más lenta e ineficientemente. Y eso que crearon un ministerio para combatir las tramitaciones superfluas, y se lo asignaron a quien resultó ser el mejorcito de los gerentes rojos. Varios meses después, no se nota la diferencia: sigue la tramitomanía excesiva y continúan los viacrucis de las decenas de formularios repetitivos que hay que presentar en múltiples ventanillas. No escapa trámite alguno, por ínfimo que sea. Parece que ese señor también se contagió de poltronismo. Mover una carga desde una de las pocas fábricas que todavía producen —o desde un puerto, cosa que ahora es más usual— hasta el comercio que debe detallar esos bienes al consumidor final, implica ingentes cantidades de tiempo y dinero. Las abundantes “tasas parafiscales” (para decirlo en lenguaje fisno) encarecen los productos; pero el régimen no reconoce estos desembolsos. Y aunque sabe que nuestros funcionarios son más parecidos a los piratas somalíes que a cualquier otra cosa, sigue (ciego selectivo) haciendo ver que parecen daneses o neozelandeses.

Los rojos siguen con el rasero de igualar por debajo, la fórmula perfecta para empobrecernos a todos. La “igualdad” es su guía. Y para imponerla, no les preocupa lo más mínimo acabar con la “libertad” y la “fraternidad”, sus compañeras de viaje desde la “Declaración de los Derechos del Hombre” de 1789. Es el recetario impuesto por Stalin y Fidel. Pero ellos vivían mejor que cualquiera de sus conciudadanos. Con casas lujosas, residencias de verano y coches nuevitos. Las escuelas donde fueron sus hijos, las alacenas surtidas de todo y las clínicas en los cuales deben ser internados lo que hacen es demostrar que la realidad “socialista” (del siglo que sea) es idéntica a la novela de Orwell.

Ineficientes y ladronazos es lo que han resultado estos “salvadores de la patria”. Se roban hasta un hueco. Y después vienen a llevarse el agujero que quedó. Pero los jueces y fiscales están muy ocupados persiguiendo y aherrojando opositores. Los dineros aparecidos en el HSBC recientemente y en Andorra ahora, no les quitan el sueño. Como no se los quitó la muerte del prisionero que estaba en el SEBIN por el “delito” de llevarle agua a unos manifestantes y que fue “suicidado” la semana pasada. Serán delitos sin delincuentes. Pero, claro, se trata de compañeritos. Y a estos, ni con el pétalo de una rosa.

Nos urge un mejor Estado, donde impere la separación de poderes y haya magistrados virtuosos. Porque el país se cae a pedazos. La nómina ha ido creciendo sin cesar —como la corrupción, pues— y padece de macrocefalia: hay más caciques que indios. Pero el organismo social, en vez de producir los anticuerpos que eviten esos males, lo que ha generado, en mucho, es “una nube anestésica de resignación”, para decirlo con una frase afortunada de Marcos Aguinis.

Creo que fue Malraux quien dijo que “los países no sólo tienen los dirigentes que se merecen, sino los que se les parecen”.

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