Opinión Nacional

Lenin regresa a Moscú del brazo de Chávez

Aunque no se conoce la reacción de los moscovitas frente a la nostalgia que expresó el presidente Chávez por Lenin y la Unión Soviética en su reciente viaje a Rusia, es de suponer que fuera de curiosidad y extrañeza, ya que no es usual escuchar extranjeros, y mucho menos a jefes de Estados, ir en contravención de la decisión de un país de romperle los huesos a una de las dictaduras más sangrientas e inútiles que conoce la historia, ni derramar lágrimas por una herencia tan dolorosa que es justamente el principal escollo que encuentran los rusos para recuperarse y ocupar el lugar que merecen entre los países en vías de desarrollo.

Situación esta última que advino después de la caída del comunismo, es un primer logro del establecimiento del capitalismo y la democracia y  la responsable de que junto con Brasil, India y China, Rusia   integre  el llamado BRIC, o grupo de países  que se calcula serán para el 2050 los nuevos gigantes económicos del mundo.

De todas maneras, es sorprendente que las credenciales más fuertes de Rusia para hacer viable tal pronóstico vengan por el lado de su condición de país productor de materias primas, y muy en especial de gas y petróleo, siendo que ya a finales del siglo XIX, y comienzos del XX, el mismo Lenin advertía en “El desarrollo del capitalismo en Rusia” que el país de los zares volaba a convertirse en la próxima potencia industrial emergente de la economía occidental.

Y de seguro que lo hubiera sido si primero Lenin, y después Stalin no procedieran con rudeza a reconducir los enormes recursos del país a la  construcción de una  utopía que, a nombre de la sociedad sin clases y la redención del proletariado,  arrancó de raíz el incipiente crecimiento de la industria, la ciencia y la tecnología, arrasando, de paso, con la libertad, la democracia, el estado de derecho y los derechos humanos.

Es una catástrofe demasiado conocida como para volver a historiarla, pero que puede resumirse recordando lo que sucede cuando las fuerzas y  recursos productivos de un país son combustionados de manera irracional, sin sujetarlos a las leyes de la naturaleza y la economía y puestos al servicio de un voluntarismo por el que todo puede hacerse, pero por un supuesto mandato del dios de la ideología, la revolución y la historia.

Entre muchos libros que se han escrito para contar esta tragedia voy a recomendar  uno, “Ingenieros del alma” de Frank Westerman (Ediciones Siruela, S.A. 2005), donde se reseña la proeza ciclópea de la construcción de una vasta red de represas en las que Stalin pensaba producir energía eléctrica… casi por su santa voluntad.

Y pocas de las cuales funcionaron, sucediendo con la mayoría que, por la improvisación, el mesianismo, la falta de inversión, la escasa tecnología y la terquedad de Stalin en construirlas para hacer realidad el principio leninista de que “El comunismo es dictadura del proletariado, más electrificación”, terminaron siendo abandonadas, o a medio construir, o utilizadas para otros fines, constituyendo hoy el enorme basurero de escombros y chatarra en que concluyó el socialismo.

Pero la parte más trágica del libro de Westerman versa sobre los millones de seres humanos que dejaron sus vidas, sus sueños e ilusiones en la construcción de la primera economía hidráulica del siglo XX, tal como milenios atrás había hecho egipcios, chinos y mesopotamios, en un ejercicio en que se pretendía dar saltos históricos, pero a punta de prótesis e implantes.

Y así, entre represas, guerras civiles y conflagraciones mundiales, bombas atómicas y nucleares, crisis internas y revoluciones externas pasó Rusia los últimos 60 años del siglo pasado, para despertar un día con la noticia de que era uno de los países más pobres y atrasados del planeta, que había perdido el siglo XX y debía  comenzarse a rehacerse, como quien despierta de una pesadilla.

Y por esa vía se reconstruye desde 1991, desde que entre marchas y contramarchas, frenazos y arrancadas, caídas y paradas ha avanzado hasta ser un miembro destacado del BRIC y de un futuro que  cada día se decide más a favor de la libertad, la democracia y el estado de derecho.

De modo que podemos imaginarnos la sorpresa, la sorna y la rabia con que debieron oír los rusos a mediados de la semana pasada a un líder revolucionario estatólatra, militarista, tropical y petrolero rompiendo lanzas  en su propio suelo y deshaciéndose en loas en su misma cara por Lenin y la Unión Soviética, como si hicieran falta más catástrofes en Rusia y en el mundo para que tal clase de gente justifique su lamentable paso por la psicohistoria.

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