Opinión Nacional

Fútbol y lucha de clases

La democracia del video, espontánea o profesional, constituye uno de los recursos esenciales para combatir (cívicamente) las apabullantes versiones que el poder ofrece de lo acontecido. Gracias a ella, pudimos apreciar el grave incidente protagonizado por una autoridad pública, reconocidamente soberbia y fanfarrona, como es la representada por Juan Barreto.

Vimos la escena ofrecida por Globovisión e, inmediatamente, acudimos a la reiterpretación hecha por VTV, imputados los “factores de la oposición”, según sentenciara el periodista de planta. Sin embargo, llamó poderosamente la atención, que Barreto entendiera el incidente ocurrido en las gradas del estadio de fútbol, como una manifestación de la lucha de clases, banalizando los hechos y el concepto.

Doble banalización, porque – de un lado – se trata lisa y llanamente de un abuso de autoridad, que se desea manipular concediéndole cierta dignidad teórica. Ha acaecido en otras oportunidades, el marxismo vulgar sirve para toda suerte de acrobacias discursivas, intentando la absolución de un régimen que escapa al diagnóstico de “El Capital” y, mucho más, al proyecto socialista que dicen subyacente en los famosos “Grundrisses”.

Y – por otro lado – nos conduce a la caprichosa concepción que el régimen tiene sobre la lucha de clases, conformados – a contrapelo del marxismo, yendo más allá de las veleidades bonapartistas – los sectores dirigentes del Estado como la clase dominante, en atención a la administración exclusivamente ejercida sobre la renta internacional captada. Recordemos, en un debate televisado, razonablemente el dirigente estudiantil Yon Goicoechea reconoció la existencia histórica de la lucha de clases para sorpresa de los jóvenes oficialistas, quienes creen que basta la invocación para concederles una angustiosa identidad, la cual descubren tan precaria bajo el epíteto de “chavistas”.

Entiende el régimen la realización de la lucha de clases, como la re-creación y explotación inescrupulosa de odios y de resentimientos que lleva a sus seguidores a tildar de “apátridas” –en el menor de los casos – a sus adversarios, quienes tildan de “monos” a aquellos, retroalimentando un círculo perverso que amenaza con acabarnos a todos. Barreto, doctorado en economía, por cierto, no se aproxima a categoría científica alguna cuando se refiere a la lucha de clases, sino reitera lo que ha sido una práctica constante en su labor pública: hundir cada vez que puede, el dedo en la llaga de los odios y resentimientos, a los que ahora desea darle una prestancia y una perspectiva más sobrias a sabiendas de las dislocaciones identitarias que sufre la disminuida mesocracia venezolana.

El tema es tentador y sugerente, siendo posible discutirlo de acuerdo a la concepción que se tenga de la clase social, clavado como está el petróleo en el corazón de nuestra formación social. Por lo pronto, valga traer al tapete cuatro circunstancias para una adecuada conclusión: la de clases se trata de una lucha que ha de verse en la larga perspectiva histórica, por más utilidad y rendimiento táctico que se deseé; falló el álgebra de una alianza entre la burguesía industrial y financiera, desde los años cincuenta, reconfirmada hoy más que nunca para saldar el pacto entre el poder y la financiero-comercial; padecemos el fenómeno de una continua “incongruencia de estatus”, según lo llaman los especialistas; y la clase obrera organizada no es precisamente la que sostiene al chavezato-socialista, ni siquiera las juventudes por las que apostó Marcuse. Por consiguiente, la banalización deviene ridiculez.

No todo remite a la lucha de clases y, mucho menos, un caso de gradería. Ahora tenemos que, al aplicarle significativamente a los hermanos Mejías un tipo penal como el de la incitación al odio, se sincera una vez más el régimen, legitimando la lucha fuera de las clases: la del estudiantado que toma las calles para hacer algo más que completar sus deberes académicos.

COTIZACION POLITICA

La creación del partido único promete el irremediable destierro de los seguidores que hicieron un alto en su obcecado culto a la personalidad presidencial y, so pretexto de la revisión constitucional, quieren darle serios matices a su ya precaria condición de partidos oficialistas. Los reducidos y asfixiantes desplazamientos que permite la ciudadela del poder, ofrece una oportunidad para la reafirmación o la salida de escena de Podemos o el PPT, acaso el PCV.

En efecto, contrario a la lógica chavista a la que tanto contribuyó, Ismael García promete pronunciarse una vez que a Hugo Chávez se le ocurra revelar sus pretensiones revisionistas. Algo más vago, pero no menos tenso, José Albornoz comparte un poco la idea de defender la constitucionalidad.

Tratamos de una obvia cotización política de las fuerzas o corrientes del poder que, por no debatir a tiempo la creación del PSUC, los ha “agarrado el computador” como solía decir Julián Pacheco, de acuerdo a la vieja prensa. Y sugiere una destreza tal que les permita obtener dividendos de una eventual crisis para el régimen que ha fracasado en su tentativa, reconfirmando adhesión interesada si sobrevive; justificar una entrada por la puerta grande de la oposición, aunque salga por la más trasera del poder; o abundar en la crisis real que experimenta el liderazgo político venezolano, en oposición y en gobierno.

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