La estafa socialista
En la Constitución venezolana vigente no aparece la palabra socialismo. A lo largo de su texto no se asoma la más mínima mención de ese vocablo, signifique lo que signifique. Ni como sistema político, ni como modo de organización económica. Ni siquiera se le nombra como una de las ideologías (en alguna de sus vertientes) que alimentan el texto constitucional aprobado por el electorado el día de la tragedia del deslave de El Ávila.
El infortunio ha acompañado a la Constitución. Desde el inicio del proceso constituyente, se hicieron presentes el fraude y la manipulación como tácticas principales de quien desde la cúpula del poder Ejecutivo dirigió la conformación del cuerpo que redactaría la nueva Carta Magna.
La épica de la refundación de la república sirvió para ocultar los verdaderos problemas de la nación y para iniciar el estrangulamiento de las instituciones democráticas. Tal y como hoy sucede en Bolivia y Ecuador. La franquicia del adanismo, del nuevo comienzo, ha sido comprada por los vecinos andinos sin disimulo pero quizás con mayores obstáculos para los beneficiarios.
Después de no jurar la Constitución de 1961, Chávez convocó de manera ilegal, con la anuencia de la Corte Suprema de entonces, una Asamblea Constituyente. Los magistrados se sacaron de la manga una teoría de la Constituyente originaria para sacrificar la democracia a los pies del caudillo.
Y en aquel nada equitativo debate que concluiría con el primer fraude electoral de la era chavista, nunca se habló de socialismo. Ni siquiera el achacoso Partido Comunista de Venezuela, propuso discutir tal cosa. Tampoco desde la Cuba castrista, ya tutora del proceso chavero, se dio la orden de fundamentar constitucionalmente al socialismo del siglo XXI.
Si retrocedemos la película hasta la campaña de 1998 podemos decir lo mismo: Chávez nunca se declaró socialista y cuando fue emplazado a decir si lo era, siempre lo negó. Así nos lo ha recordado el periodista de Univisión, Jorge Ramos, al reprogramar un video de la época en el que Chávez niega cualquier intención de promover el socialismo. En tal ocasión llegó hasta rechazar la posibilidad de nacionalizar (estatizar) cualquier empresa privada.
Sobran los testimonios y los documentos para demostrar que el socialismo no fue la consigna del movimiento popular que llevó a Chávez al poder. Por más que hoy se quiera dar a Chávez un barniz de convencido comunista de la primera hora, formado por el desaparecido Ruiz Guevara, para no atacar guerrilleros y repetir el esquemita de Martha Harnecker en la Academia Militar, lo importante es que después de ser sobreseído por su golpe fallido de 1992, participó en un proceso electoral democrático con todas las garantías. Tan libre y transparente fueron esas elecciones que, siendo un candidato anti-sistema, ganó, su triunfo fue reconocido y le fue entregado el poder.
La promesa fundamental de Chávez en aquella campaña de 1998 fue acabar con la corrupción. No era sólo un desideratum moral, sino que su programa de gobierno partía de una elemental concepción de la economía: la corrupción se llevaba buena parte de lo que habría de repartirse a los pobres.
Para eso había que hacer una nueva Constitución: para perseguir y castigar a los corruptos. Para quitarles lo que habían robado y dárselo a los que no tenían.
Pero también era dable suponer que a los nuevos ladrones no se les haría tan fácil el trabajo. Que en una Venezuela gobernada por Chávez, el presidente no sería un mal ejemplo. No estaría despilfarrando el dinero en viajes innecesarios por todo el mundo, no compraría un super jet de lujo para pavonearse regalando los ingresos petroleros a otros países. No nombraría a sus parientes cercanos en cargos públicos. Creíamos que hasta su vestimenta sería austera, pues había dicho, apenas ganó, que podría vivir en cualquier ranchito de un cerro caraqueño. Nadie pensaba que tendría debilidad por las camisas cortadas a la medida en Paris ni que coleccionaría relojes carísimos que combinaría con el traje del día.
El proyecto de 1998 no era muy explícito en cuanto a la economía ni a ningún otro asunto. Prevalecía entre quienes apoyaban a Chávez un programa acorde con los intereses de cada uno. Chávez tuvo la audacia de alimentar esperanzas en cada sector. Pero nunca, nunca habló de socialismo. ¿Cómo iba a hablar de socialismo si entre sus más entusiastas apoyos se encontraban los de El Nacional y Venevisión, para entonces promotores a cara descubierta del neoliberalismo?
Después de diciembre pasado -una nueva etapa del fraude electoral continuado- Chávez quiere imponer su socialismo. Ha querido leer esos inflados resultados como el apoyo plebiscitario al ignoto socialismo, sin que la propuesta haya sido hecha explícita y mucho menos discutida. Aunque la Constitución vigente no lo nombre, quiere imponer un modelo que no tiene nada que ver con las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales de Venezuela.
La consigna del socialismo del siglo XXI es sólo una excusa para terminar de destruir la democracia e implantar un régimen muy parecido al cubano. Fundar un socialismo real del siglo XX donde los privilegios sean financiados con los cochinos dólares del imperio. El eslogan lo dice:
¡Muerte a la democracia, socialismo para los pendejos y Hummer para los vivos!