El criticón susceptible y sus críticos internacionales
La historia política mundial y latinoamericana está plagada de gobernantes paranoides y susceptibles a cualquier tipo de cuestionamiento. Ni qué decir de la venezolana.
Sin duda, esta ha sido una de nuestras mayores tragedias políticas. Tan sólo evoquemos la actitud que hacia sus críticos domésticos y extranjeros mantuvo nuestro último caudillo del siglo XIX y el primero del siglo XX, don Cipriano Castro.
Afirman especialistas en el área de la psicología política que los mandatarios con ese tipo de personalidad sienten permanentemente que son el centro de atención nacional e internacional e imaginan que sus opositores internos y los demás gobiernos, partidos, grupos y personalidades internacionales que no piensan como ellos, sólo están pendientes de con- denarlos, atacarlos y hasta matarlos.
Incluso, que en su forma más grave, estas personalidades pueden llegar a tener no sólo percepciones y creencias políticas desconectadas de la realidad y resistentes al cambio, sino alucinaciones en las que personajes históricos, mitológicos o religiosos se le aparecen y le transmiten mensajes de salvación patria.
La raíz de ese comportamiento enfermo está, aseguran los expertos, en el egocentrismo y los delirios de grandeza de esos políticos.
Aun más, la susceptibilidad y la paranoia son enfermedades propias de los autócratas, que ven conspiraciones y enemigos por todas partes.
Criticar y ofender al mundo entero, pero no permitir ninguna crítica extranjera apelando al principio de no intervención en los asuntos internos de las naciones, ha sido siempre una tendencia de los dictadores, en particular cuando se sienten más acosados.
Las anteriores precisiones vienen a cuento a propósito de la creciente intolerancia y agresividad del presidente Hugo Chávez Frías frente a sus críticos externos, actitud que acrecienta las dudas internacionales sobre su personalidad y el sistema político que ejerce.
Después de todo, es justamente en la actitud de tolerancia ante los vituperios, por extremos que éstos sean, donde se distinguen los verdaderos de los falsos demócratas.
¡Extranjeros, temblad!
La susceptibilidad y paranoia del presidente Chávez ya no sólo se centra en Estados Unidos y demás gobiernos percibidos como apéndices del imperialismo, sino que va en contra de todos aquellos actores no gubernamentales e individuos extranjeros -sin menoscabo de su condición y jerarquía- que cuestionen el funcionamiento y rumbo de la Revolución Bolivariana. No hay piedad ni siquiera con aquellos que exponen con decencia y sincera preocupación, en tono constructivo, recomendaciones para bien de los venezolanos y del propio Gobierno.
Los venenosos dardos presidenciales de la última semana (ahora son tantas las agresiones que el registro debemos hacerlo semanal) estuvieron dirigidos a un diplomático silencioso y respetuoso, a un prelado muy querido y al dirigente de uno de los partidos políticos de mayor influencia en la región.
El diplomático objeto de una nota de protesta por parte de la Cancillería venezolana fue el embajador de Japón en Venezuela, Yasuo Matsui, quien en este mes de julio nos dice sayonara a los venezolanos después de varios años de excelente gestión.
El prelado distinguido por el presidente Chávez con la denominación de «loro y payaso imperialista» fue el cardenal de Honduras, Oscar Rodríguez Madariaga, reconocido en toda Centroamérica por su trayectoria en defensa de los pobres y las naciones oprimidas. Tantos insultos para nada, porque a la final el Presidente tuvo que pedirle al querido cardenal excusas públicas; aunque más que por respeto al jerarca de la Iglesia católica, el mea culpa presidencial se debió a las demandas de su «amigo» el presidente hondureño Manuel Zelaya, quien a su vez fue fuertemente presionado por el Congreso y la opinión pública de su país.
No le conviene a Chávez pelearse con Zelaya, quien ahora anda coqueteando con los mandatarios de Nicaragua, Cuba y Venezuela.
Por último, el dirigente amenazado con ser expulsado del país fue Manuel Ospino, actual presidente del Partido Acción Nacional de México y también presidente de la Organización Demócrata Cristiana de Latinoamérica (ODCA). La amenaza no sólo fue hecha por el propio Hugo Chávez sino por el vicepresidente de la República y demás acólitos gubernamentales, quienes fueron objeto de fuertes y públicos regaños presidenciales por no haber tomado prontamente cartas en el asunto. De allí que el vicepresidente Jorge Rodríguez se apresurara a advertir que el Gobierno venezolano actuaría con todo el peso de la ley a través de su Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores y Justicia.
Por cierto, no es la primera vez que nuestro mandatario amenaza con la expulsión a todo aquel extranjero que en tierras bolivarianas dude de las virtudes de la Revolución y critique a su jefe máximo. El antecedente es de junio de 2001, coincidencialmente también a causa de las críticas de una personalidad invitada a un seminario organizado por el partido socialcristiano Copei.
En aquella oportunidad la advertencia de expulsión surgió a propósito de la comparación entre los gobiernos de Chávez y el ex presidente peruano Alberto Fujimori que hizo la ex candidata presidencial peruana, Lourdes Flores, durante un foro sobre democracia. Hugo Chávez apuntó entonces: «Que me digan de la frontera para allá todo lo que les venga en gana. Pero aquí, en nuestra propia casa, no podemos aceptarlo».
Es esa ocasión las amenazas presidenciales no se quedaron en meras palabras. A los pocos días, el dirigente copeyano Eduardo Fernández -también entonces anfitrión del evento- denunció que había recibido una carta de 10 folios por parte de la Disip en la que le exhortaba de forma intimidatoria y amenazante a que no volviera a invitar a políticos extranjeros que hablaran mal del Gobierno. La orden policial, además de acusar a la peruana de cometer «varios delitos», entre ellos la violación de la Constitución, del Código Penal y de la Ley de Extranjeros, con las declaraciones de «alto potencial de daño social y colectivo» expresadas durante su estancia en Caracas, invitaba «de manera preventiva» a todos los compatriotas a poner en conocimiento de los organismos competentes los actos llevados a cabo por ciudadanos extranjeros en el país; es decir, al mejor estilo cubano, a vigilar y denunciar a los extranjeros.
Al son cubano
Es que siguiendo las pautas de su émulo Fidel Castro, el deseo de nuestro mandatario es que todo invitado internacional no pase de ser un mero convidado de piedra y que al pisar nuestro suelo patrio deje de ver y escuchar, que no hable, que no opine, que no piense. ¿Acaso así no lo ha pretendido siempre con los observadores internacionales que han venido al país en los últimos ocho años con intenciones de hacer una veeduría electoral en forma objetiva?
Después de todo, para todo buen revolucionario la «libertad de crítica», como afirmaba V. I. Lenin en su libro ¿Qué hacer? de 1902, es tan sólo una tendencia oportunista de los socialdemócratas y otros partidos de derecha de introducir en el socialismo ideas burguesas.
No me extrañaría que, como en Cuba, pronto les llegue el turno a los periodistas extranjeros que trabajan permanentemente o visitan nuestro país. Hasta ahora apenas se registran altercados puntuales entre el Presidente y algunos corresponsales extranjeros pero, como en otros asuntos, también en éste el Gobierno podría ir a la zaga cubana.
En febrero del presente año, Cuba declaró »persona non grata» a César González-Calero, corresponsal español del diario mexicano El Universal, y al estadounidense Gary Marx, del Chicago Tribune, y más tarde denegó un visado al corresponsal de la BBC, Stephen Gibas.
Según la organización internacional Reporteros sin Fronteras, en el año 2006 las autoridades cubanas rechazaron a siete periodistas extranjeros, y a un octavo le expulsaron de la isla.
Incluso, como en Cuba, según indican conocedores del tema, en Venezuela también podría estarse urdiendo un plan calculado de manera fría en contra de lo que llaman disidencia y oposición extranjera, que «tan perversa y aliada a la doméstica, sólo busca la desestabilización de la revolución», según advierte Chávez.
Aunque me inclino más bien a pensar de que sólo se trata de una nueva argucia presidencial para desviar la opinión pública venezolana e internacional sobre varias iniciativas impopulares, como la de la reforma constitucional que ha anunciado para quedar facultado a presentarse como candidato a la reelección las veces que quiera, no es descabellado preguntarse: ¿acaso al igual que la Cuba fidelista al momento de despojarse de su piel de cordero, cuando proclamó urbi et orbi que pasaba de una revolución democrática a una comunista, la Venezuela chavista se está preparando para una ruptura con la comunidad democrática internacional y hasta para un cierre de fronteras?
Podría ser. Cualquier desmesura es posible en el insondable, convulso y fantástico mundo revolucionario del presidente Chávez.