Reforma y provocación
Digamos de un homicidio confeso, harto comprobado, sin coartada alguna, pero el juez decide en primera instancia liberar al imputado. Habría que investigar rápida y profundamente para dar con el desliz de quien ejerce autónomamente su magistratura y esperar por una exitosa apelación, ligando que no haya la fuga del caso.
El ejemplo nos habla de las distintas maniobras que caben en el mundo judicial, presumiendo la buena fe del decisor. Y si ésta no tuviera las mejores intenciones del mundo, saltarían los resortes de la sociedad en la búsqueda del castigo para un hecho que ha de interpelarla, pues no hay acontecimiento alguno que la estremezca que no tenga un pequeño asidero en el universo de sus frustraciones, equívocos y descomposiciones.
Mutatis mutandi, puede ocurrir algo parecido con el resultado de la reforma constitucional: sancionado el proyecto por la Asamblea Nacional, está sujeta a la aprobación popular a los treinta días siguientes. No obstante, habrá quien diga que el referéndum tiene un carácter no vinculante y, en todo caso, deberá esperar al debido pronunciamiento de la Sala Constitucional, la que determinará si merece o no una constituyente originaria (o primaria), aunque dudemos de la independencia de poderes en Venezuela.
El intento de revisión del texto de 1999 deberá andar por el amplísimo campo de las maniobras que pueden concebirse, ya que hay un plazo de dos años para la discusión del proyecto introducido, puede ganar – a su vez – algunas modificaciones parciales y totales habida cuenta que la presidente de la Asamblea Nacional y del Tribunal Supremo de Justicia lo autorizan luego de participar en la consabida comisión presidencial y, por si fuese poco, puede plantearse en forma conjunta o al detal, presto al referendo en uno o en varios actos. Esto último, avisa nuevamente del carácter plebiscitario del régimen, perfeccionado por la coincidencia de los comicios regionales y municipales, acaso la apertura de otro proceso revocatorio: quizá deba añadir la elección de “Miss Venezuela” para completar el cuadro sagrado de nuestra superanemia.
Será necesario discernir entre los medios de participación y ejercicio protagónico de la soberanía, atentos al proyecto de ley referendaria interpuesto – más que propuesto – por el Consejo Nacional Electoral. Proclive a confundir el referendo, la consulta popular, las iniciativas constitucional y constituyente, más allá de su efectivo funcionamiento, puede conducir a la interesada consolidación de la constituyente derivada (o secundaria), confundidas las materias de especial trascendencia nacional con aquellas que tenga un tajante eo inconfundible sentido existencial.
El extravío del debate revisionista y la clara o determinante pretensión de una continua reelección, puede extraviarse gracias a las maniobras en las que suele complacerse siempre el gobierno nacional. Muy importantes, pero decisivas, la polémica con la Iglesia Católica o las vicisitudes de RCTV se ofrecen como mecanismos de distracción, comprobadamente exitosos, que suelen confundir a la dirigencia social y partidista de la oposición.
A veces, sentimos y lamentamos la facilidad con la que caemos ingenua (y hasta “ingeniosamente”) en las trampas de un discurso como el de Raúl Baduel, pieza mediocre para un oficial de alta graduación que sólo tendrá importancia de acuerdo a lo que resuelva hacer con su vida de civil, mientras el ahora ministro de la Defensa (precisamente, no saliente), asume una conducta de provocación semejante al del canciller. Amén de presidir los actos de un componente – con el debido acento – constitucional de la Fuerza Armada Nacional (24/07/07), dar una curiosa versión del historial nacional, vociferar sobre los indicadores de pobreza, halagar a un soldado de la guerra de la (des) información, pedir expresamente un aplauso para el Comandante en Jefe ausente y concluir con la consigna-amenaza. Empero, se trata de actos adicionales de provocación, más reveladores que las disquisiciones constitucionales de la oposición también tentada a presentar un proyecto alterno de reforma o las consideraciones ontológicas y gnoseológicas de los líderes de opinión en torno al discurso del ministro (no entrante) Baduel.
La revisión constitucional anuncia tiempos difíciles en los que será necesaria una articulación conceptual y estratégica de la oposición, enferma (¿por qué no?, ¿los rusos acaso no juegan, como lo aleccionara un viejo chiste?) de delatores y mercenarios. Hay demasiado oportunismo en este lado del universo político venezolano y, apenas con unos minutos de fama, la circunstancial notoriedad puede tornarse en una desmedida ambición presidencial que sólo la realidad coloca en su debido lugar.
La pretensión de modificar sustancialmente los principios y estructuras de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela nos arroja a ese ancho lodazal de las maniobras, manipulaciones, equívocos y extravíos. Se necesita de algo más que una rueda de prensa, depositados mediáticamente los partidos en los lunes de cada semana que transcurre despaciosamente, para afrontarla: no hay posibilidad alguna de fugarse de esta realidad.
MANUAL DE SISMOGRAFIA
Existe una vasta y olvidada literatura en torno a la tragedia de los partidos “únicos” que, paradójicamente, incluye a los que lo fueron sin haber llegado al poder. Lustros después del célebre informe secreto de Krushev, el suelo comunista supo de los grandes estremecimientos provocados por las rebeliones internas de las organizaciones sofocantes que lo cultivaron, arrojando lecciones ahora olvidadas.
A finales de este año, se cumplirá el 30 aniversario de la primera edición de una obra –por lo demás- de gran calidad literaria: “Autobiografía de Federico Sánchez” de Jorge Semprún (Planeta, Barcelona, 1977). Testimonio de un militante convencido y disciplinado del Partido Comunista Español (PCE), sobre todo del difícil exilio que produjo la derrota de 1939: propiamente, el testimonio de los grandes sismos existenciales que –aseguraron- no ocurrirían jamás, pero cuya principal ventaja reside en la de predecir a tiempo los otros sismos pendientes.
Nervio esencial, el lenguaje del partido imperó y redujo a toda la militancia que aportaba sus muy personales sacrificios, a través de “una jerga ritualizada y jerarquizada, esotérica y operativa” que puede derivar en un continuo “ensayo sesudo y semiológico” (11, 24), evidente en los informes de Santiago Carrillo, secretario general: “peculiar dialéctica estaliniana que consiste en reinterpretar el pasado en función de las pragmáticas necesidades ideológicas del presente” (120). Poco importa lo lejos que se encuentre del poder, pues, como el francés, se ofrece como una ciudadela vital: “El PCF, en efecto, no es sólo un partido político. Es también una contracultura, una microsociedad –o un conjunto de microsociedades proliferantes en el tejido de la democracia socialista-, un modelo reducido de laboratorio social…” (260 s.).
Semprún es el activista que lleva por nombre de combate a Federico y, marcadamente eurocentrista, advierte que los oradores de su país de origen eran mejores que los cubanos, incluyendo a Castro, cuya desordenada gestión partidista la disfrazaba con un afán antiburocrático (166 ss.). Reflexiona hondamente sobre los bolcheviques que se lanzan a la conquista del Estado, caracterizados por sus permanentes debates, enfrentamientos teóricos, con tendencias y hasta fracciones para revindicar la libertad de expresión y los soviéts (174), luego pulverizada y maniatados respectivamente: clave secreta, “el Espíritu-de-Partido era la encarnación concreta del despliegue victorioso de la Historia hacia sus fines objetivos y progresistas” (337).
El curso de los días alecciona al militante embargado por el Espíritu Absoluto y “nunca más, cualquiera que fuese la circunstancia, cualquiera el precio a pagar, volvería a sacrificar la verdad en aras de la pragmática Razón de Estado o de Partido” (140). No obstante, a pesar de la dureza y tristeza del testimonio o de los miles de testimonios que pesan sobre los (proto) totalitarismos que ha soportado la humanidad, volvemos a tropezar entusiastamente con la misma piedra monolítica de colores circenses.
Don Federico dijo hacerse homicida en otra novela célebre, “La segunda muerte de Ramón Mercader” (1970) en la que también ironiza sobre aquella sentencia marciana: “ – ¡Pero vamos! Si no fuera frustrada, no se repetiría como una farsa!” (210). Quizá fue conocido antes por los venezolanos como un inquieto guinista cinematográfico (por ejemplo, la entrevista que le hizo Mary Ferrero para el Papel Literario de El Nacional/Caracas, 22/06/69), pero supimos de su pluma – por lo menos – en la prensa escrita, lastimosamente borrado de las disquisiciones que sobran hoy en los medios opositores. Por cierto, vale la pena releer la reseña que hizo Carlos Alberto Montaner (reputado intelectual, reconocido por un especialista como Seymour Merton que reivindicó al exilio cubano), sobre las opiniones de Semprún y el eurocomunismo por entonces en boga (ibidem, 17/03/78).