Venezuela en la hora definitiva
La batalla de Venezuela trasciende la necesidad de enfrentar a un mal
gobierno y, en consecuencia, sustituir a quien lo dirige. Escapa a los
esquemas electorales y alternativos. Toca a las raíces de nuestra
nacionalidad. Se trata de algo existencial, de principios y valores
que ven reducido el espacio para su vigencia. La fe del pueblo se
desmorona gracias a la incertidumbre frente al futuro, el temor a la
represión física e institucional del régimen y a la ausencia de una
oposición recia que trabaje para ponerle punto final a esto en el
menor tiempo posible. Repetimos cosas sabidas todas las semanas, de
escándalos menores a mayores sin que ningún problema esté resuelto, ni
en vías de solución. En la oposición nos movemos en círculos
discutiendo hasta el infinito lo que debería estar resuelto. Este
gobierno no debe continuar, Chávez no merece ser Presidente y asumir
los riesgos de trabajar para sustituirlo. No habría un salto en el
vacío. Todo lo contrario. Gente, planes, proyectos e iniciativas
abundan en todos los sectores esperando el cambio que nunca llega.
Pero la destrucción avanza. Con ella la comunización del país en
nombre de este pestilente «socialismo del siglo XXI», bazofia turbia
de corrupción, ineficacia y muerte que a diario estremece al país.
Desgraciadamente el tiempo es aliado del poder. La gente se acostumbra
a todo. Quien vive al lado de las aguas negras termina por no percibir
el mal olor, pierde hasta la aptitud para la náusea. El país se cae a
pedazos, la tristeza inunda este ambiente pantanoso que anuncia la
muerte total y próxima de la libertad, de una democracia humillada y
desprestigiada mediante la calumnia infame y las distorsiones
históricas contempladas en el guión socialista. Frente a ello hay
quienes mantienen la visión electoralista. Aferrarse a la salida
electoral del referéndum es no querer abandonar la dulce tibieza de la
comodidad. En conciencia todos sabemos que ese camino, probadamente
fracasado y tramposo, mantendrá el enfrentamiento entre unos
opositores que piensan más en sí mismos que en Venezuela. Sobrevivir,
coexistir con el régimen esperando a ver que pasa, los convierte en
cómplices históricos del señor Chávez. Cuba y Venezuela son una misma
nación, dijo recientemente. Allí nos enteramos, entre otras cosas, de
la presencia de 30.000 cederristas cubanos (Comités de Defensa de la
Revolución) asesorando al nuevo poder popular, más de 20.000
entrenadores que no sirvieron para nada en los recientes Panamericanos
y más de $4.5 millones facturados a Cuba en nombre de la «solidaridad»
socialista. No hay alternativa distinta. O peleamos ya o nos rendimos
para vivir sin patria, sin religión, sin bienes propios y lo que es
más grave, sin hogar ni familia. Yo no podría. Por eso siento
desprecio por quienes se esfuerzan por nadar como peces en estas aguas
turbias.